viernes, 31 de agosto de 2007

Un bajo de gran altura


Por Gonzalo Méndez

Una de las mejores líneas de bajo, que canta como las sirenas de la Odisea la melodía que lleva el tema, la podemos encontrar y apreciar en el segundo tema de “Abbey Road”, anteúltimo álbum de Los Beatles. La canción que nos encanta, nos hechiza y hasta nos paraliza es Something, otra de las genialidades y grandes composiciones de Harrison.

En este tema Paul McCartney nos deleita con una base que endulza los oídos y que nos hace no parar de canturrearla. Cuando terminamos de escuchar esta canción nos quedamos tarareando la línea de bajo, no es la guitarra, a pesar del gigantesco solo, ni las cuerdas de los violines, es la melodía que Paul ejecuta o ¿será en realidad el bajo quien lo hace? ¿Será que el Höfner 500/1 es quien toca esas notas y Paul solamente su instrumento, un medio para su fin, la música? Más esto no lo sé y creo que no lo sabré nunca.

En Something McCartney despliega todo su talento, nos presenta todo tipo de figuras musicales, desde negras y corcheas hasta semicorcheas. Los contratiempos, silencios y ligados no faltan para una línea tan minuciosa, precisa y exacta. Todo está allí por una razón. Sin el bajo Something pierde su altura, se hace chico, se empequeñece, queda huérfano.

Desde el primer Do mayor hasta el último, el bajo es amo y señor, dueño absoluto de la canción; se apropia del tema. Aquí la línea de los graves es rey, dice qué debe hacerse y que no, ordena a sus súbditos, la guitarra, la batería, el piano, el hammond y las cuerdas, la forma en que deben actuar y comportarse para que la música, el gran reino, funcione armónicamente, aunque sea por tres minutos.

El bajo en Something nos transporta hacia otro lugar, aquel en el cual quisiéramos estar pero no podemos o nos resulta difícil permanecer; allí, donde el hombre traza su propio destino a cada paso que da, en cada decisión que debe tomar, siempre desde el presente en el que está inmerso y del que no puede huir, escapar. Ese presente que, como Borges o yo, tan solo está.

jueves, 30 de agosto de 2007

Ricardo III, un político


Por Patricio Erb

A pesar de sentir vergüenza porque aún no me propuse leer “Ricardo III”, sentí la imperiosa necesidad de escribir una pequeña observación sobre “Looking for Richard” (1996), película producida, dirigida, protagoniza e incluso guionada (junto a Shakespeare -sic-) por Al Pacino. En forma de documental, el neoyorkino oriundo de Harlem se lanza sobre la obra de uno de los escritores más reconocidos de la lengua anglosajona.

Pacino, profundo admirador de Shakespeare, se propuso despojar la investidura de la obra del dramaturgo inglés. Para ello, el tipo que interpretó a Michael Corleone en la trilogía “El Padrino” (1972, 1974, 1990), mediante el relato de Ricardo III intenta mostrar que el backstage de la realeza británica en el siglo XV, no es tan diferente a las prácticas de las elites político-económicas de la contemporaneidad, lo que provoca una gran curiosidad en el espectador desprevenido.

Sin embargo, en medio de esa ansiedad de Pacino por revelar un Ricardo III apto para todo público, surge una preocupación del director por resaltar la importancia de la materialidad en el mundo, la idea de que sin Real Politik, sin carne, no se obtiene absolutamente nada. De ninguna manera justifica el crimen presente en la obra shakespeareana, pero se ocupa de gritar que en la política no existe moral. La política (en el sentido más amplio posible de la palabra: todo) es acción.

No es casualidad la participación irónica a lo largo del documental de los productores ejecutivos (los que ponen la guita), preguntándose “¿por qué mierda Al Pacino está haciendo un documental sobre Shakespeare?”. Tal vez es triste escribirlo, pero gracias a esos tipos la industria cinematográfica estadounidense, sin lugar a dudas, es la más poderosa del mundo (no vengan con que la India hace 500 películas al año).

Ese pragmatismo (ignorante) de los productores (“por favor que termine este documental”, ruegan sobre el final), es una manera más que encuentra Pacino para destacar la presencia de pasión en Ricardo III; el último monarca de la Casa de York ostentaba un conocimiento carnal (confabulador, manipulador, asesino). Ese saber corporal fue el que le hizo vociferar antes de morir, solo en los campos de Bosworth (en Leicestershire), a horse, a horse, my kingdom for a horse!

miércoles, 29 de agosto de 2007

Mucha fatiga

martes, 28 de agosto de 2007

Espiar para vivir


Por Nicolás Rombo

Espiar: del italiano “spiare”, traducido acechar, observar con disimulo lo que se hace o dice. Espía: del italiano “spía”, persona que secreta o disimuladamente observa o escucha lo que ocurre para comunicarlo al que está interesado en saberlo. También se considera espiar el hacerlo al servicio de un país, de un ejército o una industria. A través de un ojo de la cerradura o de un agujero de una empalizada.

Éstas son las respuestas que la enciclopedia o el saber popular dan sobre un concepto que está tan de moda en estos días y que a mí me refiere inevitablemente a una anécdota de la infancia. Alrededor de los ocho años, durante una siesta de verano, nos acercamos junto a mis amigos sigilosamente a la casa de un ex intendente del club al que iba, la que sabíamos desocupada. Atravesamos los pastos altos que la rodeaban asegurándonos de que nadie nos veía. Por anteriores incursiones conocíamos que la casa estaba parcialmente equipada y esto nos provocaba una enorme curiosidad. Con la adrenalina al tope, entramos y saciamos la ansiedad por descubrir las pequeñas cosas que rodearon a la persona que había vivido allí.

Claro que el espiar define necesariamente la existencia de un objeto observado. Si ese objeto es un sujeto (en realidad), me pregunto: ¿Qué nivel de paranoia puede percibir el observado? ¿Será desconfianza, alucinaciones, inquietud o relacionarse con los otros observados elaborando complejos delirantes?

A partir de lo expuesto, podemos devenir en analizar (sin que a nadie le interese) el fenómeno de los reality shows. Millones de personas observando a través de una ventana electrónica a un grupo de tipos que, supuestamente, llevan adelante sus vidas cotidianas. Ahora bien, en el marco de esta sociedad global cada vez más individualista, se puede decir que el hombre evita la experiencia propia, hallando satisfacción en sólo observar otras relaciones humanas con las que puede, o no, sentirse identificado.

Si esto así fuera, por primera vez en la historia de la humanidad (desde aquella imagen de Kubrick en “2001, Odisea del Espacio” –1968-, donde los monos descubren alrededor del monolito absoluto la utilidad social de un hueso), el sujeto estaría involucionando hacia la posición de observador, incapaz de ser él el gestor de los cambios; en definitiva, convirtiéndose en un individuo totalmente incompetente para descubrir por si mismo, siquiera, qué es lo que hay dentro de una casa abandonada.

lunes, 27 de agosto de 2007

Piensa mal y acertarás


Por Cecilia Sosa* (*Ver nota completa en Radar; 27/08/07)

No hay palabras que amparen. Sólo Malos pensamientos y 65 artistas argentinos convocados para dibujarlos. El resultado es un libro sorprendente. "No es un catálogo de artistas. No buscamos mensajes ni moralejas ni tiras cómicas. No marca tendencias. Este libro se gestó con la idea de mostrar un recorte del enorme talento que hay en nuestro país en el campo de la ilustración", dice la diseñadora y artista plástica Yanina Szalkowicz, fundadora de la editorial Grin&Shein Haus que publica el libro. Un vertiginoso recorrido visual por las fantasías y situaciones más irreverentes. Miradas irónicas, morbosas, aniñadas, agudas, melancólicas y dramáticas. Un fluir de emociones sin bordes que no da respiro. Artistas con mucha o poca experiencia y sin límite que le pusieron forma, color y rostro a aquello que primero se silencia. Conjuros despertados. A pedidor de Radar, ocho artistas comentaron sus dibujos.

Martin Legon (ver dibujo arriba)

"Pienso en el verbo escarbar:

1)Rayar o remover repetidamente la superficie de la tierra, ahondando algo en ella.
2)Mondar, limpiar los dientes o los oídos sacando la suciedad introducida en ellos.
3)Inquirir curiosamente lo que está un poco encubierto y oculto hasta averiguarlo."

La lluvia

Por J.L. Borges* (*Publicado en "El Hacedor"; 1960)

Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto

patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.

sábado, 25 de agosto de 2007

Anoche


Por Ignacio Maciel

los dos amantes, cara a cara.
la mesa los separa como una fatalidad.
hablan. poco les importa el mundo,
ese vago rejunte de objetos y artificios.
saben de antemano que el cuerpo puede
ejecutar sus magias; saben que cualquiera de ellas
será demasiado trivial, demasiado indigna
frente a la metafísica que han forjado
a fuerza de palabras evasivas
y miradas directas. callan.
un rumor de afinidad los conmueve.
la mesa queda abolida.
a esa altura de la noche todo es irreal,
menos el laberinto de ensueños
que han entretejido sus ojos.

viernes, 24 de agosto de 2007

Miller´s Crossing


Por L.A.

Las palabras fluyen en cataratas de experiencias personales; bardos nocturnos por las callejas de Nueva York y alcoholes difamatorios de la cultura norteamericana traspasan los límites del estilo epistolar que utiliza Henry Miller en “Aller Retour Nueva York" (Nueva York, Ida y Vuelta, 1935), para pasar a convertirse en sumun literario, en letra viva.

De regreso en su ciudad natal (Nueva York), luego de su vida bohemia en París colmada de sueños surrealistas bajo puentes gélidos, escribe: “Me he hecho odiar de todo corazón en todas partes, salvo entre los estúpidos gentiles que viven en los alrededores y le meten con gran entusiasmo a la bebida los fines de semana.” El mundo de los borrachos, las rameras y los solitarios caminantes de la urbe nocturna le pertenece como le pertenece el destilar erótico de los insultos a los paganos (“Algunos preguntan: ¿Qué es toda esa charla insulsa sobre surrealismo? ¿Qué viene a ser? A lo cual yo generalmente contesto que surrealismo es cuando uno mea en la cerveza de su amigo y éste la bebe equivocado.”), el zumbido de la esencia libertaria y la plasmación autobiográfica en base al flujo de conciencia.

Rascacielos, cemento, crisis social y económica, prostíbulos, un recorrido por los hábitos norteamericanos, por las transparencias mundanas, por las apariencias de lo similar. Como vivir la vida sin estar atados a la costumbre de llamar las cosas por el mismo nombre, siempre.

Buscando la vuelta, el regreso a París, nos encontramos participes del pánico que lo ataca como si el libro y la lectura misma actuaran bajo la influencia transversal del tiempo histórico. “Estás metido en la máquina de hacer salchichas y no tienes manera de salir; a menos que tomes un barco y vayas a cualquier otro lugar. Aun entonces no puedes estar seguro de que todo el asqueroso mundo no se norteamericanice al cien por ciento. Es una enfermedad.” Toma un barco holandés, llega a Plymouth (Inglaterra), no desembarca sigue directo a Bolonia (Francia).

Como dos trópicos incandescentes, Nueva York y París fueron para Henry Valentine Miller la formación del espíritu libre y el lugar de incomprensión (hasta los años sesenta cuando levantaron la prohibición que recaía sobre su obra) en el primer caso y, en el segundo caso, la identidad intelectual y el reconocimiento como escritor. Las experiencias del protagonista-escritor en las dos ciudades se nos aparecen en este pequeño y poco conocido libro como un sesgo profano y enriquecedor que resalta la diferencia entre las dos culturas.

jueves, 23 de agosto de 2007

El boxeo según Conan Doyle


Por Juan Pablo Bertazza* (*Publicado en Radar Libros; 19/08/07)

El síndrome es muy común entre los actores. Un papel que cala hondo en el público puede eclipsar toda una carrera. Y pasa también con muchos escritores: un libro eficaz o un personaje entrañable suelen catapultarlos a la fama al mismo tiempo que echan al olvido cualquier otra producción. Entre ellos, tal vez el caso más célebre haya sido el de Arthur Conan Doyle y su omnipresente Sherlock Holmes. Sir Doyle, escritor y médico, se cansó tanto de que la gente lo redujera al célebre detective racionalista que, en Las memorias de Sherlock Holmes, llegó a asesinarlo(literariamente, claro) arrojándolo sin asco a las cataratas de Reichenbach, en Suiza. Pero lo reprimido en este caso volvió, dos años después, por los pedidos indeclinables del público: querían la resurrección del detective o la muerte (literaria, claro está) de Doyle. Así que en El retorno de Sherlock Holmes Doyle lo hizo sin preocuparse del problema y prácticamente sin explicar la cuestión, como si nada hubiera sucedido. Simplemente, Holmes le decía a su secretario que había pasado todo ese tiempo en el Tibet.

Pero más allá de la muerte y resurreción de su personaje, Conan Doyle escribió una cantidad de cuentos sin detective, sin Holmes, ni Watson, que fueron dándose a conocer en forma bastante tardía, en volúmenes que ahora serán reintegrados a su público por editorial Claridad, en una serie que comienza con estos Relatos del cuadrilátero, seis cuentos de Arthur Conan Doyle en los que Sherlock Holmes y su elemental Watson brillan, sí, pero por su ausencia.

Un estudiante de medicina que tras un fortuito incidente debe calzarse los guantes para quitarle la corona a un viejo peso pesado y así costear el resto de su carrera; un boxeador de capa caída contratado por una misteriosa mujer para pelear por mucho dinero con la condición de que no sepa quién es su contrincante; un joven pugilista que intenta mantener su invicto en una sorpresiva pelea callejera justo cuando ese tipo de peleas empezaban a desaparecer. Tal es el heterogéneo pero concentrado y musculoso plantel de personajes que en estos relatos (publicados originalmente en 1922) copan la parada, los márgenes y el cuadrilátero del libro. Y si bien la temática de estos cuentos en los que hay golpes pero no hay sangre, mayordomos, lupas ni huellas, debería hacer pensar que Doyle sobrepasa el género policial; la forma en que los resuelve, tan ajedrecísticamente y con un suspense paralelo que se desliza hasta las últimas páginas modificando todo lo anterior, devuelve a Doyle al punto de partida. Y, okay, no tendremos acá los elementos del típico policial pero sí su característico engranaje y la peculiar razón detectivesca. Por eso, aun evitando hablar de Holmes, estos cuentos terminan por homenajearlo.

miércoles, 22 de agosto de 2007

La Vendo


Por Nicolás Rombo

La semana pasada, mientras caminaba inconscientemente por calles y avenidas cercanas a mi trabajo, un chiquito con unos enormes ojos negros apareció delante de mí flotando arriba de una preciosa antigua bicicleta en blanco y negro.

Yo (altísimo al lado del nene), también a varios metros del piso, observé que la preciosa antigua bicicleta en blanco y negro tenía un cartelito de papel que decía “La Vendo”. Inmediatamente, sin dudarlo, como si tuviera la seguridad de que al apoderarme de esa bicicleta llegaría más fácil al centro, le ofrecí al niño todo el dinero que llevaba encima, y ser yo el comandante de ese manubrio y mis marchas.

Al conversar con el chiquito de los enormes ojos negros, me di cuenta de que estaba más que dispuesto a entregarme la bicicleta sin demasiadas pretensiones, como si las dos palabras: “La Vendo”, no significaran nada para él. Luego de que decidiera regalarme la bicicleta, el chaval sólo me pidió una cosa: que siempre mantuviera el cartelito “La Vendo” colgado del manubrio.

Y me fui. Y cuando comencé a andar por la ciudad esquivando edificios de repente apareciste vos. Apareciste vos, con tu pelo rubio enrulado. Apareciste vos, con tu carita de mujer aniñada mordiéndote el costado de tu labio de abajo. Apareciste vos, angustiada porque pensabas que no sabías andar y que no ibas a aprender a conducirla.

Charlamos. Charlamos mucho. Charlamos mucho y me olvidaba de pensar. Charlamos mucho y me olvidaba de pensar, construyendo así momentos efímeros de felicidad. Charlamos y yo intentaba tranquilizarte: “esta no es una bici del montón, para andar no necesitás equilibrio, ni tampoco ir por caminos determinados por alguien; todo lo contrario, para poder andar en esta bici necesitás, ante todo, carecer totalmente de equilibrio y olvidarte de la idea de que alguien te va a demarcar un camino”.

Entonces te ofrecí la bicicleta para que te la llevaras. Y te subiste. Y te fuiste. Te fuiste pedaleando por entre las nubes con la única condición de mi ser: que siempre, siempre mantuvieras el cartelito “La Vendo” colgado del manubrio.

martes, 21 de agosto de 2007

Viva el género de Eastwood


Por Patricio Erb

Hacedor soberbio de películas de género, Clint Eastwood es de los maravillosos directores de cine que saben cómo transgredir las reglas sin sobrepasar los límites. “Los Imperdonables” (Unforgiven, 1992), film que le valió su primer Oscar como realizador, es el perfecto ejemplo de un Western que encuentra en la culpa, una perspectiva distinta para contar una historia del viejo (medio) oeste de los Estados Unidos del siglo XIX.

Eastwood (en el papel de William Munny), representa un pistolero retirado “curado” por su esposa fallecida de viruela. Solo con sus pequeños dos hijos en las praderas de Kansas, Munny ahora es un torpe viejo criador de cerdos, que permanentemente está disculpándose por las “maldades” que aparentemente hizo diez años atrás: su adicción a la bebida, sus fechorías delictivas y, sobre todo, los terribles asesinatos cometidos.

El director de “Los puentes de Madison” (The Bridges of Madison County, 1995), “Río Místico” (Mystic River, 2003) y “Million Dollar Baby” (2004), entre otra gran cantidad de títulos, muestra mediante los “Los Imperdonables” que es posible innovar desde los límites supuestamente impuestos por el género cinematográfico que, en definitiva, no es otra cosa que el hábito necesario para que un espectador pueda comprender el hilo narrativo de cualquier película.

A simple vista (“Banderas de nuestros padres” -2006-; “Un mundo perfecto” –1993-; “Space Cowboys” –2000-), Clint Eastwood es un amante de las costumbres del cine (pelis bélicas, dramáticas, cómicas), sin embargo permanentemente tiene la capacidad de instalar su impronta dentro de cada género, convirtiéndolo en un director único. ¿Quién dijo que la creación ex nihilo (de la nada) es la invención “pura” de las cosas?

Muchos realizadores de cine pecan de experimentales. Su afán de ser (o parecer) “diferentes” los lleva a olvidar las normas de un contrato de lectura, que permiten que el público cinevidente comprenda corporalmente los sentidos de un relato que, necesariamente (para que pueda ser disfrutado desde nuestra propia experiencia), tiene que estar construido desde un marco (elástico) determinado.

Toda esta intelectiva puesta en escena acerca de la importancia del género cinematográfico, puede verse materialmente en “Los Imperdonables”: prostitutas con el orgullo herido que deciden ponerle precio a dos abusadores; pistoleros cazadores de recompensa movidos sólo por la guita; un sheriff (Gene Hackman) que mantiene en orden al pueblito (Big Whiskey) mediante una violencia excesiva; cantinas, borrachos, cafiolos. Y en el medio de todo, la marca degeneradora de Clint Eastwood, que relata a través de bandidos viejos y cobardes (Morgan Freeman y Richard Harris respectivamente), que asesinar a sangre fría puede resultar más difícil que lo que el clásico Western siempre dijo.

lunes, 20 de agosto de 2007

La complejidad de lo simple

Por Gonzalo Méndez

Es posible crear, inventar, componer un gran tema con los elementos más sencillos y elementales, aquellos que todo aprendiz de guitarra tiene al alcance, en el movimiento más primario de sus manos y dedos.

Este es un caso muy frecuente en las genialidades de Los Beatles y particularmente en las composiciones que nos dejó y legó su primera guitarra, el más joven de los cuatro, George Harold Harrison.

El día que recibí la propuesta de escribir sobre los temas de estos cuatro roqueros, además de alegrarme y sentir una gran satisfacción, había salido del trabajo y pasado por mi casa tarareando e intentando recordar la letra de una de sus canciones. Inmediatamente después de que escuché: “Gonza, tu tarea es hacer notas sobre temas de Los Beatles”, supe cual iba a ser el primer tema acerca del que escribiría.

“I Need You”, invención número cuatro del álbum “Help”, es una canción con una sucesión matemática de acordes. Cuan matemática es la música pero que sensaciones y emociones diferentes causa, sin ánimos de ofender a los números ni a quienes los profesan. Dejando de lado esta pequeña digresión, me quería referir, aquí, sólo a unos pocos compases de este tema que está en la tonalidad de LA (A) mayor.

Luego de los primeros dos compases en los que George canta, se produce uno de los mejores momentos del tema. Otro par de compases que, si tocamos en la guitarra un LA mayor (dedo índice, mayor y anular sobre el segundo traste en las cuerdas 4, 3 y 2 respectivamente), se logran con solo levantar el dedo meñique del segundo traste, dejando así la segunda cuerda al aire y seguidamente apoyándolo sobre ésta pero en el tercer traste.

De esta manera el LA mayor se transforma en un LA con novena y luego en un LA con cuarta suspendida, para volver a convertirse en un LA mayor. Sólo el movimiento de dos dedos, algo tan aparentemente simple, se convierte en una complejidad que alberga sentimientos y pensamientos.

Los acordes mayores están constituidos por tres notas, la primera nota de la escala, la tercera mayor y la quinta justa. En el caso de LA Mayor estas notas son: La, Do# (sostenido) y Mi. Al cambiar el Do# por el Si, levantando el meñique del segundo traste, el acorde se transforma en un acorde de 9na., ya que Si es la segunda o novena nota de la escala de LA. Cuando el acorde muta a La con 4ta. suspendida es porque la nota que tocamos cuando apoyamos el meñique sobre el tercer traste es Re, la cuarta de la escala de LA, que incluye además las siguientes notas: La, Si, Do#, Re. Mi, Fa# y G# (Primera, Segunda, Tercera mayor, Cuarta, Quinta Justa, Sexta y Séptima Mayor respectivamente).

Por último quería señalar que este instante de la canción es aquel en el que uno siente que fluye, deviene y fuga a través de esos tres acordes sucesivos, que tan solo suman y restan una nota en sólo dos compases y sobre la misma tonalidad de LA, el acorde se modifica y vuelve a ser. Uno está esperando que esa frase se resuelva, que el caos, la tensión y el placer que se genera allí vuelvan a su cauce y, de este modo, poder seguir viviendo.

domingo, 19 de agosto de 2007

My name is Prince


Por Fito Páez* (*Publicado en adncultura; 18/08/07)

Prince es grasa, Prince está démodé, a Prince habría que escucharlo pero no verlo, Prince no debería meterse con el cine. ¿Y qué son esas puestas fastuosas con aros de básquet? ¿Y esa ropa? Se debe de creer Dios, o algo por estilo. Cantidad de opiniones giran en torno a uno de los compositores de excepción de la música pop rock afroamericana, guitarrista, arreglador y cantante, cuya obra ahora atraviesa el nuevo milenio. Es imposible disecar el corazón de un artista de forma plena, pero a través de la vasta obra de Prince podemos rastrear algunas de sus decisiones estéticas y analizar sus influencias.

Cuando el sello Motown ya se encaminaba hacia un final anunciado, y James Brown era quien era pero (años setenta) se veía relegado por la música disco blanca, un pibe con el pelo crespo se iniciaba como técnico asistente en un estudio de grabación del Village, y como pago sólo pedía usar el lugar para empezar a grabar su música. Allí, entre el funk , el soul , la música disco y sus primeros coqueteos con el rock, entre 1978 y 1981 alumbra sus primeros discos (For You , Prince , Dirty Mind y Controversy) todos ellos sin desperdicio, y piedras fundacionales que lo conducen hasta 1999 (1983) y Purple Rain (1984), su gran éxito comercial en el mundo.

Primer aventurero, después de Hendrix, que se lanza a otras aguas o, mejor dicho, va a la conquista de todas las aguas. Así, llama a Michel Colombier para que arregle y ajuste la sección de cuerdas de Purple Rain , la primera gran orquestación blanca contemporánea y no convencional realizada en la producción de un afroamericano. Más tarde, este trabajo tendrá continuidad a través de los arreglos de Clare Fisher, el músico ermitaño que acepta trabajar con Prince por teléfono, y que le envía las partituras desde Los Ángeles. Esto le da una nueva riqueza a la música de Prince, ya que los acordes mayores, menores, aumentados y disminuidos que utiliza el compositor se ven expandidos hacia lugares bien insólitos por Mr. Fisher en canciones como "Christopher Tracy s Parade", track de apertura de Parade , su álbum de 1986.

Entre otras de sus innovaciones en la música pop se encuentra la de eliminar el bajo en una de las canciones más populares de Purple Rain , "When Doves Cry" , idea que compartió con Miles Davis y punto de contacto para iniciar un vínculo que culmina con el pase del bastón de mando, antes de la muerte del gran Miles. La ausencia del bajo le da una libertad total para alterar las tónicas, dominantes y subdominantes, y así instalar un enrarecimiento único en el terreno de la canción popular. Nadie había llegado hasta ahí.

El trabajo de sus baterías también merece un aparte. Prince decide que los ruidos blancos y rosas que traen los sintetizadores posteriores al Minimoog pueden ser empleados como sucedáneos de los sonidos de tambor conocidos hasta el momento, o también en yuxtaposición con este, para así generar un ataque más agresivo, de más alto impacto y, por supuesto, más novedoso. La incorporación de los claps digitales a muchísimo volumen fue otra extravagancia que dejó huellas en los 80 y en los oídos de los sorprendidos escuchas, que perdimos parte de nuestra audición ante cada impacto.

Hay que hablar también de la guitarra, instrumento que usa de una manera que no sólo es original (por la forma en que frasea), sino que también patenta un nuevo tipo de acompañamiento, que reemplaza al piano y aporta una necesaria mugre roquera en Sign ´O the Times (1987). Es necesario volver a escuchar esa gema, y notar la interacción rítmica entre los bombos de la Roland 808 con el bajo sinty y la desolación a la que quedan sometidas la voz y la guitarra cuando el bajo se retira y solo vuelve a entrar en el riff principal. Por último, el ingreso de los toms Simmons y la pandereta, hacia el final del tema, terminan desconcertando al oyente desprevenido, haciéndole perder el pulso original con unos contrapuntos sincopados marcados por la percusión.

Con espíritu investigador, fascinado por las sensaciones extrañas en la música pop, se da el lujo de componer "Raspberry Beret" , canción de una sencillez franciscana. En ella también se permite quitar el bajo mientras hace flotar el tema sobre un violín al borde de la desafinación y unos sonidos de teclados que, sobre un acorde mayor, tocan una escala pentatónica, evitando el tercer grado, mayor y menor. Hagan la prueba, funciona muy bien, está todo en el aire...

Prince es un artista inagotable, dueño de una producción desmesurada. Con mucha autoindulgencia, dicen algunos, y doy por sentado que no conocen a fondo la materia musical. La revolución musical que está poniendo en práctica no conoce límites, y por eso en su nuevo disco, Planet Earth , el tema "Future Baby Mama" es un verdadero desafío para oídos sin otros intereses que los de su propia burbuja. En sus textos no se encuentran discursos filosóficos, ni siquiera consignas políticas, y eso es para agradecer en estos tiempos en los que el estoicismo bajador de línea de los artistas pop da calambres si se lo superpone con ese flujo constante que aumenta sus cuentas bancarias. Lo que vamos a encontrar en Prince es, sí, mucho pop; mucho texto pop. Radiografías de la época y también aquella pose en plan somos-una-banda-de-rock-y-vinimos-a-llevarnos-a-tu-hermana-del-pueblo; declaraciones de amor lacrimógenas que pueden dar risa e insinuaciones sexuales de todo tipo; alabanzas a Dios y sobre todo una afirmación absoluta de la individualidad por sobre los prejuicios y un ejemplo de libertad creativa apabullante, que hoy sigue siendo un estímulo para aquellos interesados en la música.

My name is Prince and I am funky

sábado, 18 de agosto de 2007

Salvando las distancias


Miércoles, 21 de octubre (1953). Come en casa Borges. Estamos cansados; no trabajamos.*

(*"Borges"; Diario de Adolfo Bioy Casares sobre J.L.B.)

viernes, 17 de agosto de 2007

La posibilidad de una isla*

(*Diseñado por Facundo Carmona; cualquier ataque religioso fundamentalista dirigirse directamente con el autor del dibujo).

jueves, 16 de agosto de 2007

Zamba pal negro



Zamba pal Negro Fontanarrosa (Rosarino Universal)

Lo peor de la cosa
nostra es el chau
de Fontanarrosa.
Primos al Palau
San Jordi del noi
sensa renegau.
Ni vengo ni voy
ni firmo recetas
de ayer para hoy,
porque, sin
Mendieta, Boogie
el aceitoso
parece un poeta
lírico y leproso
y su pobre viuda
una osa sin oso
ni fosa ¿quién duda,
Pereyra Inodoro,
de la bronca muda
del pibe del coro
que desface
entuertos sin
hallar tesoro?
¿Cómo que estás
muerto?
Mientras en Rosario
Central, che, Roberto,
un clon de Romario
te brinde un golcito
canalla y sicario
que muere por Fito,
por vos, por Olmedo,
por mi Juan Carlitos
Baglietto, me quedo
y me voy con Guevara,
compadrito en pedo,
cholo tarahumara,
tronco de un Quevedo
que escribe y dispara.

Joaquín Sabina
Rosario, misterios dolorosos,
agosto 2007

miércoles, 15 de agosto de 2007

¿Lo Ves?

Por Nicolás Rombo

¿Tan fuerte es su presencia que paraliza los movimientos de un cuerpo? Siempre interpuesto entre nosotros. Mirarlo y reconocerlo es un primer paso. No distingue entre paraísos e infiernos, simplemente le gusta estar ahí, molestar... o no. Tal vez, muchas veces, es más cómodo recibirlo que escupirle en la cara. Algunos hasta se enorgullecen de aceptarlo. El tipo se instala entre vos y yo como si nada. Yo espero que vos hagas algo con él. Cualquier cosa menos recostarte en su regazo. No puedo entender cómo dejás que se quede allí. Lo único que puedo imaginar es que no logres darte cuenta de que está sentado en nuestra mesa. Si es así, te grito: “¡Está ahí, no lo ves!” Por favor reaccioná, decime que vas a hacer algo para que se vaya. No puedo soportar que lo admitas así como así, no lo quiero creer de vos. Enfrentalo, saltale por encima... ¡Vos podés! Miralo flotando desde el aire. Sacatelo de adentro, que no pueda escucharnos. Y así, sólo de esa manera, cuando él no esté más con nosotros, es cuando vas a poder abrazarme y contarme algo maravilloso.

martes, 14 de agosto de 2007

La América de Ellroy


Por Patricio Erb

El lado oculto del clan Kennedy, mafia sindical, extorsiones, orgías, drogas, asesinatos, prostitución, golpes de estado disfrazados, negociados de la CIA y el FBI con el Ku Klux Klan, lavado de guita, dobles agentes y grandes confabulaciones son los protagonistas de la “América” (1995) de James Ellroy, primera novela de una trilogía sobre el detrás de escena de la historia de los Estados Unidos durante los últimos 50 años.

Tal vez continuador del policial noir iniciado por Dashiell Hammett y Raymond Chandler en la primera mitad del siglo XX, Ellroy le añadió barro a un género literario que ahora convive con una cagadera de imágenes que parecieran mostrarlo todo. El norteamericano oriundo de Los Angeles entrega junto con sus relatos una visualidad brutal, no apta para lectores impresionables.

La “América” de Ellroy destaca de manera soberbia la importancia de la Real Politik en el mundo de la vida política. Al mismo tiempo que planifican un magnicidio contra Fidel Castro, mercenarios con acceso a la Casa Blanca llevan adelante un próspero negociado bilateral de compra-venta de drogas con altos funcionarios de La Habana. Los mismos sujetos que venden heroína cortada a los negros pobres de la Florida para financiar organizaciones mafiosas (además de sus propios bolsillos), defienden los derechos civiles de los afroamericanos segregados racialmente en el estado sureño de Mississippi.

Abogados de la CIA graduados en reconocidas universidades norteamericanas almuerzan con mercenarios tercermundistas, que coleccionan cueros cabelludos de sus víctimas. Todo está permitido para acumular poder en el país que tiene por detrás de la familia tipo americana, una maquinaria que funciona a la perfección, que prevé, incluso, el error de la elección de un Presidente que “no entiende” qué es lo que hace grande a los Estados Unidos de América, que no está dispuesto a detener su acumulación de estrellas.

Ellroy describe una norteamérica putrefacta a la que no le falta nada: capitalistas del crimen organizado, compra de elecciones, sórdidas operaciones políticas, muertos que nadie reclama. A todo ésto, “América” suma la falsa elegancia del clan Kennedy. El triángulo Joe (cabeza de la pandilla) y los hermanos Jack y Bobby, es retratado maravillosamente por el autor, que se dedica a lo largo del libro a desenmascarar la moral berreta de una familia, que sólo señala la mierda ajena, negándose a ver la realidad de que también está, como el yonki más demacrado, sumergida en la peor de las miserias.

Finalmente (resumiendo de forma descarada una genial voluminosa novela), el autor de “La dalia negra” (1987), “L.A. Confidencial” (1990) y “Jazz blanco” (1992), entre otros muchísimos títulos, nos regala la presencia en “América” de Howard Hughes (tal vez lo recuerden representado por Di Caprio en “The Aviator”, película de Scorsese –2004-, ó parodiado en los Simpson por el Sr. Burns, en el capítulo “Burns Casino” –5º temporada-). Ellroy encuentra en la imagen de la locura de Hughes, el resumen ideal de todos los personajes del libro, que en definitiva son, de alguna u otra manera, los sujetos que direccionan las acciones del país más poderoso del mundo.

lunes, 13 de agosto de 2007

Ariel Rot x 30


Por Andrés Calamaro* (*Publicado en Radar, 12/08/07)

Sospecho que Ariel Rot es un permanente extranjero... Lo es en sus dos patrias... No deja de ser un original privilegio ostentar tu categoría de extranjero incluso en tus propios dos países, por suerte (Rot) habla el idioma fluido y sentido de sonido y sensibilidad, de las guitarras, que hablan, y de las palabras, que escribe y canta...

Sus raíces son sus propios dedos, dedos nervios raíces, que no dejan de enterrarse para seguir encontrando la mayor pureza...

Ariel Rot habla con la guitarra, pero también es un contertulio ideal... contenido y entregado al diálogo tibio...

Siéntate a hablar con Ariel de guitarras, de libros, de cocina, de cine... de bueyes perdidos... comparte tu vino y tus humaredas con este artista apátrida y sin embargo arraigado... en sí mismo y en la verdad.

Muchas veces me pregunto, y se preguntarán ustedes, qué habría sido de Ariel si el puerto final de su guitarra o su exilio setentista hubieran sido los Estados Unidos... Sin duda sería un guitarrista respetado y admirado en el rock y en el blues, acaso más que en estas antípodas de los núcleos históricos del blues.

De nada puede quejarse aquel que lo tiene todo, pero vivimos tiempos y lugares donde las multitudes prefieren aplaudir la decadencia y caída de un músico... No será el caso de este guitarrista que tiene planta y parada de espléndido violero encendido.

30 años de Ariel Rot son 30 de chispa permanente, aquella sin la cual el fuego no se enciende... y no prende. Son de rebelión ante la indiferencia de aquellos que prefieren vivir sin estrellas, sin un cielo estrellado de discos y música capaz de convertir tu vida... y la de cualquiera... Como cambiaron vidas los discos de Tequila, como te embriaga un buen disco de Ariel, que es como un vino... y el mérito que corresponda a los discos que compartimos como integrantes integrales de Los Rodríguez (no me corresponde a mí decir que cada día suenan mejor).

Este gran volumen de retrospectiva y relectura es la vida misma del músico, un guitarrista de tres estrellas en la guía Michelin.

Personalmente puedo presumir de un compañero, y un amigo, como el doctor en guitarromaquia, Ariel Rotenberg Rot.

domingo, 12 de agosto de 2007

Cadáver exquisito


Por L.A.

Cada última leña abre una nueva serie
Primero, el miedo al sol
Comunicarse con las cuatro “piezas”
Noches de interminables razones
¿Cómo llega a ser presidente del cuartel?
Comienza una gran pulseada de instinto
Una broma, un regalo
Héroe a hombre
Asoma la sangre dentro de su mirada, se esperan perder
De vez en cuando…
Mírelos, hábleles.
Mírelos. Algo que solos no se hace nunca.
Mírelos. Hágales algo ilógico ¡Si la vida va lento!

A un tiempo muy directo.
Por el camino del naranjo
Y que el encuentro sea del 90%
Al llegar descubrí una gran lámpara
Cosas de acero, y a la pareja
Después soñado mire hacia el mar apasionado
Un testigo de conocimiento, del milagro del mundo

¡Hoy es todo común! …abrázame…
No se hace hablar al amor
Te supera la casada de millones
¿Qué gana tu cariño? ¿Y qué de lo diferente?
Ofrézcales las puertas del mayor balcón
Sé que para algunos la guerra jamás es pareja
Más enterarse un día de lo que es negativo
Que ve divertida esta pieza
Y dice que el mensaje y los arreglos son un regalo

Él primero prefirió a alguien para un día
Amigo de tu yo
De lo la la
Un yo
Una luna
Por más que a mí
Un a qué más
Ya solos… se acarició al tiempo. Así, el sol de a lado
Es por ponerte en la rica
Ensalada del amor.

sábado, 11 de agosto de 2007

Una noche de puras colas*


Por Nicolás Rombo

A medida que caminaba por la calle Zapiola hasta el viejo galpón "El Dorrego" (devenido en un santuario artístico), me di cuenta de que mi idea de ir a escuchar un poco de jazz el domingo a la noche no había sido para nada original. Al mismo tiempo que observaba una cantidad de curiosos impacientes agolpados en la puerta, miraba ciertas indicaciones que decían que era necesario ponerse tras una cola si uno tenía intención de ingresar al tinglado musical. Como en una peregrinación, la cantidad de gente que esperaba llegar a la aparente meca del jazz porteña (por lo menos durante ese domingo frío), daba la vuelta alrededor de toda la manzana del antiguo depósito. Caras y caras de individuos de dudosa pasión jazzística, aunque llenos de curiosidad por descubrir que sucedía dentro de ese espacio que irradiaba notas al azar, aguardaban el avanzar de una fila inmóvil.

Resignado por la masa que no paraba de crecer, decidí investigar la manera de mantener mi singularidad por lo que me dirigí a la calle Freire, exactamente al otro lado de la entrada principal de "El Dorrego". Allí me di cuenta de que entraban y salían personas de forma clandestina: culpógenos y orgullosos a la vez por diferenciarse del ¿millar? de sujetos que esperaban quietos en la cola. Me encontraba en la entrada del paraíso: la entrada de prensa. El mismo San Pedro, vestido con una campera que tenía escrito en la espalda "Control", me lo confirmó. Saqué el teléfono. Llamé a una amiga. Aparenté ser importante. Abrí la billetera. Pedí que me abran la reja. Mostré mi tarjeta de prensa y entré. No importa si es un festival de jazz, un acto político o una misa evangelista: uno saca la credencial de prensa y listo: ya es parte, aunque nunca sea el verdadero protagonista.

Adentro del galpón el frío seguía. Abierto al viento, lo primero que atiné es a tomar algo caliente. Por supuesto que para comprar un café era necesario realizar una cola. Acá el traje de periodista ya no servía. Una vez que uno entró al Edén, la manzana se la tiene que bajar del árbol solito. Por supuesto que desistí de comprarme algo en el bar. Me sentía importante, no quería esperar parado en ninguna fila. Recorrí un poco "El Dorrego" y descubrí que del otro lado de la entrada de prensa, sobre la calle Zapiola, si tenías la osadía de superar el obstáculo de la larga cola tras la reja, inmediatamente tenías que ponerte a hacer otra de este lado; ¿para qué? para conseguir un espacio en el escenario azul y ver a Chucho Valdés. Volví a negarme a quedarme parado en un solo lugar y decidí ir a escuchar, primero, la fusión entre la orquesta Santa Fe Jazz Ensamble y Ramiro Gallo Quinteto. Apenas me pude acomodar (parado) en un rincón, la orquesta jazzera del litoral dejó en solitario a la orquesta más típica... más tanguera: contrabajo, violín, bandoneón, viola y piano. Finalmente, a la vez que llegaban de la platea azul los bullicios del público de Chucho, volvió a entrar la Santa Fe Jazz... para finalizar a toda orquesta (sic) al son de un tango jazzeado increíble, indescriptible desde la ignorancia.

Una vez un músico dijo (no me acuerdo quién), que "uno no podía escudarse en la ignorancia para evitar manifestarse con respecto a la música. La música gusta o no gusta desde el sentimiento". A partir de que escuché esa idea me di cuenta, de alguna forma, de que cualquier sujeto podía decir, desde su lugar, si un sonido era agradable o no. Desde ahí me convencí de que no era necesario ser musicólogo para disfrutar de los sonidos. Uno se hipnotiza sin conocer siquiera una nota y eso (siempre digo de "alguna manera") te da la posibilidad de decir si la música que escuchás es maravillosa o todo lo contrario. Y con esa reflexión berreta, después de escuchar un par de grupos, decidí irme. Helado de los pies al pelo, salí por la calle Freire sin escuchar a Chucho y me fui. Me fui caminando, sin esperar parado en ninguna maldita cola.

(*Escrito tras la última jornada del Festival de Jazz Buenos Aires 2007)

viernes, 10 de agosto de 2007

Chandler triste, solitario y...

Por Patricio Erb

“No voy a decir adiós. Ya te lo dije cuando quería decir algo. Te lo dije cuando era triste, solitario y final”, le dice Philip Marlowe como despedida a Terry Lennox devenido en Cisco Maioranos. “El largo adiós” (1953), de Raymond Chandler, es la última novela de la saga del detective privado Philip Marlowe que pasó por las manos de quien les escribe. Antes: “El sueño eterno” (1939); “Adiós muñeca” (1940); “La ventana siniestra” (1942); “La dama del lago” (1943) y “La hermana menor” (1949), fáciles de encontrar en las ediciones de Emecé. Después: “Playback” (1958) y “Poodle Springs" (1959, inconclusa), las cuales forman parte de la literatura negra americana que no logro descubrir por las mesas de saldo de avenida Corrientes.

Escribir un comentario acerca de “El largo adiós” (insignificante ante la maravillosa aventura de leer el libro), surgió desde el momento que me encontré con “El simple arte de escribir: cartas y ensayos escogidos” (una selección de cartas personales escritas por Chandler a lo largo de su vida). Allí se puede vislumbrar los procesos de escritura de un chaval que a los 50 años decidió que iba a vivir de la literatura, dejando atrás su vida como ejecutivo de una compañía petrolera.

Educado en Inglaterra, el norteamericano que participó en la Primera Guerra Mundial comandando un batallón canadiense, fue uno de los principales responsables de ingresar al género policial en los círculos de la “alta” literatura. Sinceramente a sus lectores jamás les interesó ese reconocimiento, sin embargo a Chandler sí. Furibundos ataques a los solemnes críticos de las reviews literarias, demostraban que al guionista de la espléndida película “Strangers on a Train” (Hitchcock, 1951), le molestaba la ausencia de reconocimiento para con los relatos policiales. Mediante sus cartas, Raymond disparó contra todos: la industria editorial, Hollywood, la ignorancia californiana, los irlandeses católicos, los judíos, los negros... No era demasiado partidario de la amistad. Tenía a su mujer (algo así como veinte años mayor que él) y adoraba a los gatos: eso y la literatura le alcanzaban.

Su placer por el intercambio epistolar permitió conocer sus miserias. Su estado de ánimo era fundamental para sus letras. A pesar de que instaló al cuerpo en la calle como metodología para resolver crímenes (rompiendo con la tradición “racionalista” del policial británico), Chandler consideraba que la inspiración era fundamental en el momento de escribir. No creía en la disciplina, sin embargo su sistemática organización para armar sus novelas lo convirtieron en un escritor prolífico.

“El simple arte de escribir: cartas y ensayos escogidos” es la evidencia física del porqué (para mí) “El largo adiós” no sólo es la mejor novela de Chandler, sino también una de las más importantes del siglo XX. La muerte de su mujer y el cansancio por la vida (tuvo algún que otro intento de suicidio fallido) están reflejados en el relato donde se puede observar un Philip Marlowe distinto. Un duro que se ablanda; un solitario cínico que de repente encuentra en la amistad una creencia. Chandler muestra la decepción que le provocan los Harlan Potter (magnate de los medios), cuando describe el absurdo sistema corrupto al que todos de una u otra manera ingresan, donde permanentemente se imponen límites para luego trasngredirlos. El gran Raymond Chandler, triste y solitario, nos regaló con “El largo adiós” la cuasi totalidad de una saga de policiales, que jamás van a tener un final.

jueves, 9 de agosto de 2007

Nietzsche, el quinto Beatle

Por Gonzalo Méndez

A los 10 años un amigo me hizo escuchar un casete que un primo más grande le había regalado. En realidad lo que oí en aquella ocasión fue sólo un tema y eso me bastó. Hasta entonces mucho no sabía de la música. Apenas había tenido una vaga experiencia de ella a través de María Elena Walsh y el Mono Liso. En aquel instante sentí que, a pesar de no entender esa letra en inglés, de no comprender siquiera lo que es un acorde, la música se apoderaba de mí y me hacía estremecer.

La canción que me hipnotizó, y aún lo hace, era Octopus´s Garden, conocida en castellano como Jardín de los Pulpos, estrofas y melodía entonadas por la voz de un baterista. De quién iba ser esta hermosa composición sino de los Beatles. Ellos me iniciaron en la música y despertaron mi interés por ella.

A los veintitantos una amiga me envío un mail por unas charlas de filosofía, a las que luego asistí. En aquel lugar escuché un nombre y oí atentamente la lectura de algunos de los párrafos de su obra. Aunque en ese momento no sabía casi nada de Nietzsche, sentí que su pluma me atravesaba sin lastimar, pero dejando la tinta azul como marca en mi cuerpo. Él me inicio en la filosofía y la lectura filosófica abrió mi apetito voraz de pensamiento.

Cuatro ingleses de Liverpool y un alemán de Röcken. Unos músicos y el otro escritor, pero también a la inversa. La música es letra no escrita y la letra es la música hecha tinta. La guitarra es la pluma del músico y la pluma el cantar del escritor.

Todos ellos, cinco nómades, viajeros, artistas, creadores, perturbados, incomprendidos, genios. No hay nada que los separe. No hay puentes que cruzar. Los cinco pensaron su época y la trascendieron. Cinco inactuales de pura raza.

John Lennon, Ringo Starr, Paul McCartney y George Harrison formaron los Beatles, banda precursora si las hay, que dio nacimiento a nuevos sonidos, estilos y formas musicales en tiempos que aún el día de hoy nos parecen impensados. Friedrich Nietzsche podría ser sin lugar a dudas uno más de ellos, el quinto Beatle que nunca existió, el pianista que nunca fue.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Samba y funk en Río


Por Facundo Carmona

Si vivís en Buenos Aires los domingos de invierno pueden llegar a ser, como mínimo, aburridos y monótonos. El desolador paisaje de edificios y cielo nublado, la humedad al 100 por ciento, el frío y la garúa finita que cala los huesos, nos invitan a permanecer guarecidos en nuestros hogares. Ni hablar cuando no hay fútbol, novia/o o asado familiar que nos ayuden a aligerar la congoja que esconde el primer día de la semana.

Pero, ¿Cómo paliar esos días de angustia? ¿Existe alguna solución para esto? Una posibilidad, que no contempla el suicido, es la música y la literatura. El tema es que no todos los libros y los discos son convenientes para esas jornadas. Intenten leer "El Astillero" o escuchar a Joy Division un día gris y mohoso. No es una elección conveniente. No se recomiendan libros aquí, pero desde ya les sugerimos que dejen Onetti para otra fecha, así que nos abocaremos a la música.

La banda que nos va a liberar durante unos escasos minutos de la embolia dominguera es Black Rio, formada en 1976 en la ciudad de Río de Janeiro. ¡Qué mejor que un poco de efervescencia brasileña! Los Black Rio han logrado mixturar influencias propias de la cultura carioca, como la samba, con elementos del funk, del soul y del disco de los 70. Si los tuviese que definir en una palabra no podría. Tampoco en dos. Y si fuese en tres sería: glamour funkie brasileño. Música divertida, temas bien tocados y ese toque tropical que los brasileños tan bien saben llevar adelante: una genialidad.

Imagínense poner en una coctelera a James Brown, Marvin Gaye y un kilo de Carmen Miranda: bananas, mangos, frutillas, cachaça y samba callejera. Una molotov empalagosa y destructiva. Bueno, así de indigestos y nocivos son los Black Rio. Una especie de tropicalísimo del funk y el soul, pero sin el farsante seductor de cuarentonas de Caetano Veloso. Es un trago pesado, nos puede caer mal al otro día, pero al beberlo nos cincela una sonrisa en el medio del rostro.

El disco en cuestión es "Gafieira Universal" (1977), su segundo LP. El mismo cuenta con diez temas de los cuales se destacan: Chega Mais (Imaginei Você Dançando) que abre el disco con guirnaldas y espíritu de carnaval. Al cual siguen Vidigal y Gafieira Universal. Este último bien podría ser un tema de "Travelling Without Moving" de Jamiroquai. Rio de Feveiro, pura exitación negra de soul, le canta al fútbol, al carnaval y obviamente a Río. Dança do Dia, el tema siete, es una samba-funk instrumental con elementos del jazz de Chick Corea y Return To Forever. Casi pegada le sigue Samboreando, otro tema instrumental con sintetizadores, pitos y matracas. Tal vez los dos mejores temas del disco.

La duración total es de 33:04 y tal vez sea, tanto para bien como para mal, demasiado homogéneo. Lo cual le resta un poco de diversidad; y por momentos, para el oído poco aguzado (como el del escriba de estas líneas), sea algo tedioso. A favor del disco podemos decir que lo más probable es que no fuese pensado para ser escuchado en su totalidad. Lo fundamental es que sirve para acercar a Buenos Aires, en tiempos de neviscas, una brisa calida tropical que devuelva un poco de color(inche) a la ciudad.

Advertencia: pueden sonar grasas y anacrónicos como Kool And The Gang y Earth, Wind And Fire. Si no te gusta la música negra, sudada y exuberante no te molestes en buscarlos. Sino andan dando vueltas en el eMule y similares, desde donde podes bajarte su música para fiestas.

martes, 7 de agosto de 2007

Ideal


Por Nicolás Rombo

Subo al colectivo.
Saco boleto.
Miro a una mujer.
Es de ensueño.
Hay muchos asientos libres.
Elijo sentarme al lado de ella.
Dudo en hablarle.
Escucho hola.
Le devuelvo el saludo.
Nos presentamos.
Conversamos.
Nos conocemos.
Compartimos el miedo a la soledad.
Hacemos el amor.
Veneramos al futuro.
Somos felices.
Me levanto en silencio.
Toco el timbre.
Me bajo.

lunes, 6 de agosto de 2007

Antonioni y rock & roll


Por Alfredo García* (*Publicado en Radar, 05/08/07)

Tal vez sea la mejor escena de rock de toda la historia del cine: el fotógrafo que encarna David Hemmings en Blow Up entra por azar a un antro rockero donde una banda enloquece a los pelilargos presentes. El grupo toca un tema frenético, pero uno de los guitarristas tiene problemas con la amplificación, y destroza su instrumento para luego arrojarlo al público. Todos se pelean por quedarse con los restos de la guitarra, pero el protagonista les gana y huye con el trofeo, perseguido por los fans. Una vez en la calle, la tira como basura ante la indiferencia de los transeúntes.

La banda rompeguitarras es nada menos que The Yardbirds, durante el breve lapso en el que contaba con dos superastros de la guitarra como Jimmy Page y Jeff Beck (que estaba a punto de abandonar la banda, pero aparentemente se quedó para aparecer en el film, rompiendo la guitarra al estilo Pete Townsend de The Who).

En realidad, Antonioni había concebido la escena con el grupo The Velvet Underground en mente, pero nadie se ocupó de traer un grupo desde los Estados Unidos teniendo tanto músico suelto en el Swingin’ London (esto a pesar de que la cantante Nico ya había tenido una aparición actoral en La dolce vita de Federico Fellini). Ante la ausencia de Lou Reed y los suyos, Antonioni tomó contacto con un flamante grupo de rock psicodélico, The Inn Crowd, a punto de triunfar con un hit de homenaje al LSD, “My White Bycicle”, que grabaron ya rebautizados como Tomorrow. Pero, por motivos no documentados, The Inn Crowd fue reemplazado por los más importantes Yardbirds, que de todos modos les guardaron un pequeño rol en la escena, tal vez no demasiado generoso: la guitarra que rompe Jeff Beck es la del violero de The Inn Crowd/Tomorrow, el joven Steve Howe, luego célebre como miembro de la superbanda setentista Yes.

Pero la banda sonora de Blow Up es un disco de culto para los fans del jazz, ya que fue el primer trabajo en el rubro del pianista Herbie Hancock, que apenas se despegaba del quinteto de Miles Davis. Hancock no tenía muy claro el tema de composición para cine, es decir musicalizando una escena en cuestión en sincro con las imágenes. Antonioni lo tranquilizó explicándole que el trabajo era más fácil que eso, dado que la música incidental sólo se escucharía cuando un personaje prendiera la radio o pusiera un disco. De todos modos, la noche del estreno, Hancock quedó totalmente decepcionado, y fue a decirle al director que jamás había escuchado su música en ninguna escena. Tiempo más tarde, el pianista meditó sobre el asunto y, dándose cuenta de que en el estreno no había ido a ver la película sino a escuchar sus composiciones, le dio otra oportunidad a Blow Up, esta vez dándole importancia al todo y no sólo a la música. Y quedó conforme.

Los que nunca quedaron conformes fueron los gigantes del sonido psicodélico convocados por Antonioni para su film maldito, Zabriskie Point. Pocos saben que el director italiano convocó originalmente a los Doors, que incluso llegaron a proveer su tema “L’America”, pero que Antonioni dejó afuera del film. Los miembros de Pink Floyd contaban que no había modo de satisfacer al cineasta, que incluso dejó fuera del score un tema que luego aparecería en The Dark Side of the Moon como “Us and Them”. Finalmente, el único tema de Floyd al que realmente se le da importancia en relación con las imágenes es un tema preexistente, al que sólo le cambiaron el nombre: “Come in Number 51, your Time Is Up”, utilizado en la escena en la que todo explota como en un mal ácido, no es otra cosa que el viejo instrumental “Careful with that Axe Eugene”, uno de los puntos culminantes del Pink Floyd pos Syd Barrett.

domingo, 5 de agosto de 2007

Ella



Por Nicolás Rombo

Ella prefiere estar oculta por detrás de la errónea idealización. A ella le causa satisfacción pasar desapercibida entre el sexo y mi placer. Ella, sin lugar a dudas, disfruta estar entre vos y yo.

Ella, vos y yo. Un ella que vos no podés ver. Un ella que vos no podés escuchar. Un ella que vos no podés sentir aunque hayas sido vos la constructora de su estar.

Ella, vos, yo y tu cintura. Ella, vos, yo y tus labios. Ella, vos, yo y tu estertor. Ella, vos, yo y tu gozar. Ella, cómplice en el silencio que amordaza tu angustia.

Ella, un miedo que envuelve primero tu cuerpo que rompe con tu significación, para después castigar mi ser con su aparición y de esa forma desintegrar mi deseo.

Qué lindo lo pasábamos sin ella. Ella, olvidada entre las piernas y los brazos que se entrelazaban con palabras que, aquí y ahora pensándolo con tranquilidad, pudieron haber sido escritas por ella.

Ella, la tristeza del placer. Ella, la angustia de la incertidumbre. Ella, la fuerza de la apariencia. Ella, la desilusión.

sábado, 4 de agosto de 2007

El primer hombre


Por Ignacio Maciel

Ser el primero implica el desgarramiento, el vacío de la distancia violenta. Atrás no hay nadie ni nada. Las raíces son conjeturas labradas a fuerza de desconsuelo. Porque cuando se es el primero, raíz es el sinónimo que más le cuaja a desesperación. Jaques Cormery, el protagonista de la novela póstuma de Albert Camus “El primer hombre”, se abisma en la fatigosa tarea de ser un desesperado que mantiene la temperancia. Busca afanosamente su origen sólo para cerciorarse de que está solo y de que es, efectivamente, el primero de los hombres; sabe que no hay mérito pasado que lo redima de la fatalidad de su condición; sabe que está autorizado a desesperar de su pasado, pero que le está vedada la posibilidad de lamentar lo que realmente es, por el simple motivo de que es irreversible. Desespera de su pasado pero no lo lamenta; adora su presente pero no lo festeja, pues no se puede llorar lo conjetural ni alabar lo indiscutible.

Hay una conjura del dolor a la que solemos llamar esperanza. Pero atención: para Jaques Cormery la esperanza no significa una proyección, un “más allá” o un “más tarde”, sino un “acá” irreductible y sin matices. Todo el dolor de su pasado se concentra en este preciso instante en que le duele y eso lo transforma en, por qué no, el hombre más feliz del orbe. En ese “acá”, en ese dolor Jaques Cormery comprende que es el primero de los hombres. Y el último.

viernes, 3 de agosto de 2007

Capote fugaz


Por Patricio Erb

No cualquiera puede ponerse el traje de Holly Golightly en “Desayuno en Tiffany´s” (1958). Aquella especie de Lolita de Nabokov a la que sólo le interesaba el presente. Esa mujer que sin ser del todo linda, era dueña de una belleza dominante. Ni siquiera el propio Truman Capote pudo ser Holly. Él, a diferencia de ella, necesitaba dejar en claro que era el indiscutible centro de la fiesta.

Esa corporalidad que lo destacaba en los cócteles de la noche neoyorkina, fue lo que le permitió erigirse en uno de los mejores escritores norteamericanos de la segunda mitad del siglo veinte. Asimismo, la lucidez de sus sentidos (el del oído especialmente) convirtió los chusmeríos de la alta sociedad americana en alta literatura (“Plegarias Atendidas”, novela inconclusa, generó su destierro de los caros pisos de parquet de Manhattan).

La esencia de Capote estaba en la presencia: en fiestas, en la máquina de escribir, en el cine de Hollywood, en Kansas. Allí, en el pequeño pueblo de Holcomb, al enterarse del siniestro asesinato de la familia Clutter, el sujeto con voz finita nacido en Nueva Orleans le reveló a la literatura que sin mundo no había escritura posible. En ese pueblo perdido del interior de los Estados Unidos (ubicado “en las elevadas llanuras trigueras del oeste de Kansas, una zona solitaria que otros habitantes de Kansas llaman `allá´...”) nació “A sangre fría” (1966), tal vez, la mejor non fiction novel conocida (aquellos que leímos la trilogía “Operación Masacre”, “El caso Satanowsky” y “Quién mató a Rosendo”, de Rodolfo Walsh, sabemos que no sólo se anticiparon diez años, sino que además están a la misma altura literaria).

La corporalidad en “A sangre fría” salta a la vista. Desde las entrevistas realizadas a cada uno de los integrantes del pueblo, hasta la relación entablada con los asesinos Dick Hickock y Perry Smith (sobre todo con este último, quien le confesó con detalles el crimen), dejó en claro la importancia que tenía para la escritura de Capote la calle, el diálogo... la materia. El escritor de “Otras voces, otros ámbitos” (su primera novela, publicada en 1948) no concebía a la caverna como aliada de la escritura. Truman basó su literatura en las relaciones carnales, embarrándose. Ése era el lugar de donde surgían sus letras.

Ahora, con la publicación de su correspondencia personal (“Un placer fugaz”, 2007), prácticamente no queda nada por leer del tipo que nunca dejó de ser un sureño triste, pero que tuvo los cojones suficientes, a diferencia de Holly Golightly, para salir al mundo, escribir, desayunar en tiffany´s y usarle el baño.

jueves, 2 de agosto de 2007

Realidad o ficción


Por Chuck Palahniuk* (*Introducción del libro "Error Humano")

Por si os no habéis dado cuenta, todos mis libros tratan de una persona solitaria que busca alguna forma de conectar con los demás. En cierta forma es lo contrario del sueño americano: hacerse uno tan rico que pueda elevarse por encima de la chusma, de toda esa gente que va por la autopista o, peor todavía, que va en el autobús. No, el sueño es una casa grande y solitaria en alguna parte. Con un ático de lujo, como la de Howard Hughes. O un castillo en lo alto de una colina, como el de William Randolph Hearst. Un nido encantador y aislado donde uno pueda invitar solamente a la chusma que le cae bien. Un entorno que uno pueda controlar, libre de conflictos y de dolor. Donde uno reine. Sea un rancho en Montana o un apartamento en un sótano con diez mil DVD y acceso a internet de alta velocidad, nunca falla. Vamos allí y conseguimos estar solo. Y solitarios.

Cuando llegamos a un límite de tristeza (como el narrador de El club de la pelea en su apartamento, o la narradora de Monstruos invisibles aislada por su cara bonita) destruimos nuestro nido encantador y nos obligamos a regresar al mundo exterior. En muchos sentidos, es así como se escribe una novela. Primero planeas e investigas. Pasas tiempo a solas, construyendo un mundo encantador donde puedas tenerlo absolutamente todo bajo control. Dejas que suene el teléfono. Que se acumulen los e-mails. Permaneces en el mundo de tu historia hasta que lo destruyes. Entonces regresas para estar con el resto de la gente. Si el mundo de tu historia se vende lo bastante, te envían de gira promocional. Das entrevistas. Ahora sí que estás con gente. Con un montón de gente. Más y más gente, hasta que estás harto de verdad. Hasta que te mueres de ganas por escaparte y perderte en… En el encantador mundo de otra historia.

Y es así como funciona. Solo. Con gente. Solo. Con gente. Lo más probable es que, si estáis leyendo esto, conozcáis el ciclo. Leer un libro no es una actividad colectiva. No es como ir al cine o a un concierto. Es el extremo solitario del espectro. Todas las historias de este libro tratan sobre estar con otra gente. Sobre mí en compañía de otra gente. O sobre gente que está reunida (…) Se trata en todos los casos de historias reales y ensayos que escribí entre novelas. Mi propio ciclo va así: Realidad. Ficción. Realidad. Ficción.

El único inconveniente de escribir es que estás solo. La fase de la escritura. La fase de la buhardilla solitaria. En la imaginación de la gente, eso es lo que distingue a un escritor de un periodista. El periodista, el reportero, siempre anda con prisas, de caza, reuniéndose con gente y recogiendo datos. Preparando una historia. El periodista escribe en compañía de otra gente y siempre con plazos de entrega. Rodeado de gente y con prisas. Es un actividad emocionante y divertida. El periodista escribe para conectar a la gente con el mundo exterior. Es un conducto.

Pero un escritor es distinto. Alguien que escribe ficción es alguien (o eso cree la gente) que está solo. Tal vez porque la ficción parece conectarlo a uno solamente con la voz de otro individuo. Tal vez porque leer es algo que hacemos a solas. Es un pasatiempo que parece separarnos de los demás. El periodista investiga una historia. El novelista se la imagina. Lo gracioso es que os sorprendería la cantidad de tiempo que el novelista tiene que pasar con gente a fin de crear esa voz individual y solitaria. Ese mundo en apariencia aislado. Es difícil llamar “ficción” a alguna de mis novelas.

Si me dedico a escribir es sobre todo porque una vez a la semana la escritura me servía para reunirme con gente. Eso fue en un taller que impartía un autor publicado (…) Por entonces, la mayoría de mis amistades se basaban en la proximidad: eran vecinos o compañeros de trabajo. Esa gente a la que uno conoce porque, bueno, le toca sentarse con ella todos los días (…)El problema de las amistades basadas en la proximidad es que acaban por marcharse. Se despiden o las despiden.

No fue hasta participar en el taller de escritura cuando descubrí la idea de las amistades basadas en una pasión compartida. La escritura. O el teatro. O la música. Alguna visión común. Una búsqueda similar que te hiciera reunirte con otra gente que apreciara aquél talento vago e intangible que tú apreciabas también. Se trata de amistades que sobreviven a los trabajos y a los desahucios (…)

Mi teoría favorita sobre el éxito de El club de la pelea es que la historia presentaba una estructura para que la gente se reuniera. La gente quiere formas nuevas de conectar (…) Antes de escribir El club de la pelea yo trabajaba como voluntario en una residencia benéfica para enfermos terminales. Mi trabajo consistía en llevar a gente en coches a citas y reuniones de grupos de apoyo. Allí me sentaba con otra gente en el sótano de una iglesia para comparar síntomas y hacer ejercicios New Age. Aquellas reuniones resultaban incómodas porque no importaba lo mucho que yo intentara esconderme, la gente siempre daba por sentado que yo tenía la misma enfermedad que ellos. Así que empecé a contarme a mí mismo la historia de un tipo que iba a las reuniones de grupos de apoyo para enfermos terminales para tolerar mejor la falta de sentido de su vida.

En muchos aspectos, todos esos lugares (los grupos de apoyo, los grupos de rehabilitación en doce pasos, los combates de vehículos agrícolas) vienen a cumplir las funciones que antes desempeñaba la religión organizada. Antes íbamos a la iglesia para revelar los peores aspectos de nosotros mismos, nuestros pecados. Para contar nuestras historias. Para que nos reconocieran. Para que nos perdonaran. Y para que nos redimieran y nos aceptaran en nuestra comunidad. Aquel ritual era nuestra forma de seguir conectados con la gente y de resolver nuestra ansiedad antes de esta pudiera llevarnos tan lejos de la humanidad que acabáramos perdidos.

En aquellos lugares encontré las historias más verdaderas. En los grupos de apoyo. En los hospitales. En los sitios donde a la gente no le quedaba nada que perder era donde contaban las verdades más grandes (…) El mundo está hecho de gente que cuenta historias. Mirad la Bolsa. Mirad la moda. Y cualquier historia larga, cualquier novela, no es más que la combinación de historias cortas.(…)

Para Asfixia (cuarta novela del autor), también hice de voluntario con pacientes de Alzheimer. Mi tarea consistía simplemente en hacerles preguntas sobre las fotografías viejas que cada paciente guardaba en una caja en su armario para intentar despertar sus recuerdos. Era un trabajo que las enfermeras no tenían tiempo de hacer. Y, una vez más, lo importante era contar historias (…) Lo que me impresionaba era que… tenían que inventarse una historia para explicar quién era la mujer (de la foto). Aunque se hubieran olvidado, nunca lo admitirían. Una historia incorrecta pero bien contada siempre era mejor que admitir que no conocían a aquella persona.

Las líneas eróticas, los grupos de apoyo para enfermos, los grupos de doce pasos, son todos escuelas que te enseñan a contar una historia en forma efectiva. En voz alta. A la gente. No solamente a buscar ideas sino también a interpretar historias en público. Vivimos nuestras vidas basándonos en historias. Historias sobre ser irlandés o ser negro. Sobre trabajar duro o inyectarse heroína. Ser hombre o ser mujer. Y nos pasamos la vida buscando pruebas (datos y testimonios) que apoyen nuestras historias. Como escritor, uno reconoce esa parte de la naturaleza humana. Cada vez que uno crea un personaje, ve el mundo con los ojos de ese personaje y busca los detalles que hacen que esa realidad sea la única realidad verdadera.

Como el jurista que defiende un caso en el tribunal, uno se convierte en el abogado que intenta que el lector acepte la verdad de la visión del mundo de su personaje. Uno quiere darle al lector un respiro de su vida. De le historia de su vida (…) Incluso el acto solitario de la escritura se convierte en excusa para estar con gente. Y, a su vez, la gente alimenta la narración. A solas. Con gente. Realidad. Ficción. Es un ciclo. Comedia. Tragedia. Luz. Oscuridad. Se definen entre ellos. Y funciona, pero solo si uno no se queda demasiado tiempo varado en uno de los dos lados.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Charlas con Hume I


Por "El grupo ha vivido equivocado"

David Hume. De la asociación de ideas. Sección III.

El mundo como materia prima de las palabras

Nico- Estamos todos callados porque está ésto (en referencia al grabador).
Facu- Estamos callados porque el porro te relaja...
Nacho- ¿Arrancamos?
David Hume- Es evidente que hay un principio de conexión entre los distintos pensamientos y las ideas de la mente; que éstas, al presentarse en la memoria o en la imaginación, se introducen con un cierto grado de orden y regularidad.
Nacho- Estábamos con el tema de que era lo mismo imaginar que recordar. Porque no tenían la fuerza de las impresiones. No es que tenían menos estatuto que las otras, pero sí menos fuerza. Son ideas tanto las impresiones como el recuerdo o la imaginación, pero no tienen la fuerza de los primeros. De hecho vos solamente podés recordar o imaginar por combinación de cosas que ya viviste, digamos, por impresiones que tuviste
Nico- Tenía menos energía que realidad.
Nacho- Tenía menos vida, menos potencia. Eran menos potentes las ideas.
Facu- Era una cuestión de la energía.
D.H.- En nuestro más juicioso pensamiento de discurso más ponderado, es fácil de observar que cualquier pensamiento particular que irrumpe en la serie habitual o cadena de ideas, es inmediatamente advertido y rechazado. Incluso en nuestras más locas e irrantes fantasías, incluso en nuestros mismos sueños, encontraremos y reflexionamos que la imaginación no ha corrido totalmente a la aventura, sino que aún se mantiene una conexión entre las distintas ideas que se sucedieron.
Nacho- Ésto es lo que yo decía. No es que la imaginación se va a cosas inimaginables.
Gonza- Hay una conexión...
D.H.- Aún si transcribiera una conversación muy libre y espontánea se apreciaría algo que la conectaba en todos sus momentos. Si ésto faltara, la persona que rompió el hilo de la conversación podría, no obstante, informar que secretamente había tenido lugar en su mente una sucesión de pensamientos, que gradualmente la había alejado del tema de aquella.
Nacho- ¿Qué pasa Facu?
Facu- Ahí se fue al carajo; le faltan veinte palabras* (*quejas por las distintas traducciones. Nota de Edit.)
D.H.- Se ha encontrado en los distintos idiomas, aún donde no podemos sospechar la más mínima conexión influjo, que las palabras que expresan las ideas más complejas casi se corresponden entre sí. Prueba segura, de que las ideas simples comprendidas en las complejas están unidas por un principio universal, de igual influjo sobre la humanidad entera.
Nacho- Igualmente, me parece que acá lo que está es el tema... de que hay un principio universal que es la experiencia, me parece. Dice, de última, “si las grandes palabras que parecen entre sí las palabras fundamentales”. Eso quiere decir lo que hablábamos la otra vez que yo decía de (Pierre) Klossowski que dice Niestzsche: que en realidad el lenguaje es una pulsión externa no interna. Es una fuerza externa, el mundo hacia vos. No que el mundo tiene una escritura. Sino sería una interpretación casi bíblica. Lo que hay son fuerzas que se mueven y vos lo que hacés es decodificar esa fuerza; pero la fuerza... lo que origina el pensamiento es el mundo
Gonza- Sale el mundo hacia vos y vos volvés...
Nacho- Vos se lo devolvés. Se lo devolvés al mundo. Lo que el mundo te dio en forma de fuerza, vos se lo devolvés en forma de palabra. Que es otra fuerza que vos ponés en circulación...
Nico- Es como una materia prima, que vos producís y la volvés a poner ahí.
Nacho- La devolvés de otra manera. Me parece que eso quiere decir con el tema de los idiomas.
Facu- ¿No es que lo estás leyendo vos así? Porque lo que me acabás de decir, o sea, Klossowski lo dice en concepción a la base del lenguaje en Nietzsche. ¿Para vos ésto va en el mismo lado?
Nacho- Si
Facu- Peor que Nietzsche, estoy re loco. No fumo más porro.
Nacho- ¿Cómo no se le ocurre a Nietszche?
Facu- Justamente, ¿no se le ocurrió a Nietszche esa concepción del lenguaje?
Nacho- No no no. En Nietzsche no hay una conceptualización del lenguaje de esa manera. Es una lectura de Klossowski que hace de Nietszche. Pero aparte, con lo que estamos viendo, el tema de la originalidad... hay cosas que pueden ser iguales, sin que por eso Nietszche deje de ser Nietszche. Porque de última podés decir: cualquier argumento ontológico, o sea, la demostración de Dios... y bueno, más o menos son todos tributarios de San Agustín, viste. Y bueno, y vos decís ¿y cómo, no se le ocurrió a Descartes?