miércoles, 31 de octubre de 2007

Tengo tanto sentimiento* **


Tengo tanto sentimiento
que es frecuente persuadirme
de que soy sentimental,
mas reconozco, al medirme,
que todo esto es pensamiento
que yo no sentí al final.

Tenemos, quienes vivimos,
una vida que es vivida
y otra vida que es pensada,
y la única en que existimos
es la que está dividida
entre la cierta y la errada.

Mas a cuál de verdadera
o errada el nombre conviene
nadie lo sabrá explicar;
y vivimos de manera
que la vida que uno tiene
es la que él se ha de pensar.

*Fernando Pessoa.
** Francis Bacon. "Autorretrato" óleo, 1973.

martes, 30 de octubre de 2007

Luna lisérgica*


"Okey, entonces... ¡Rompan todo!", gritó Billy Bond, un 20 de octubre de 1972 mientras tocaba con su grupo La Pesada del Rock´n´Roll en el Luna Park. Ese día, Tito Lectoure decidió no alquilarlo nunca más para espectáculos de rock hasta q murió. Acá, un extracto de una entrevista al mismísimo Bond, reconvertido en empresario del rock... Y qué!?**

-El inconciente colectivo registró una historia que asegura que vos, al ver que la policía repartía palos, te hartaste y dijiste: 'Okey, entonces..., ¡rompan todo!' ¿Fue así o es una leyenda?

-Fue así, con unas palabras más suaves al principio y con un final así, rompan todo. Antes de eso, hice un speech con unas palabras de Perón, eso de que la violencia trae la violencia. Entonces hubo algunos diálogos, una especie de tregua; fue Negro, qué pasa, somos todos iguales, pará un poco, aquella forma de hablar. Hoy seríamos más concretos. Entonces ves que le están pegando palos en la cabeza a la gente, y que hay sangre, y que hay detenciones, y vos que venís a ser el caudillo de los chicos, ¿qué hacés, te quedás callado? No podés. O te jugás con los chicos o te ponés del lado de la policía y decís, okey, se acabó el concierto, no toquemos más. ¿Qué hacés? Yo no dudé. Y me metieron en cana, me arrancaron del escenario. Pensé que me iban a matar. El quilombo grande se armó cuando me engancharon en el palco y empecé a gritar. Cuando los chicos vieron que me llevaban, rompieron el Luna Park. Y reventaron cuatro o cinco autos en la puerta. El ruido era impresionante, es lo que más recuerdo: el ruido de las sillas que se rompían.


(*Gracias Nico GC por la foto y acordarte de la anécdota)
(**Entrevista completa publicada en http://www.rock.com.ar/)

lunes, 29 de octubre de 2007

Sobredosis de TV


Ante todo, adoro la televisión. Considero que junto a otro montón de tecnologías forma parte de una gama de productos de primera necesidad. Sin embargo, eso no significa que muchas veces (casi siempre) no sea berreta. En general, la TV es mala. En realidad no el aparato, sino lo que se pone adentro. En principio no tenía intención de escribir acerca de las elecciones del domingo (laburo de eso). Antes me interesaba hacer un comentario del recital de Soda, pero bueno, la sobredosis televisiva de las elecciones se llevó puesto los cinco River (que hasta ahora fueron tres).

No tengo pensado escribir comentarios sobre los resultados, quién votó a quién, etc. Simplemente me llamó la atención el domingo la catarata de viejas quejosas (sean viejos, sean señoras, sean pendejos), que llevaron adelante una cruzada (incentivada por los medios, claro está) pro republicana de quejas al por mayor (en realidad, quejas en doce cuotas). Escuchaba esta mañana por la radio a una mina que se quejaba porque no hubo autoridad de mesa hasta las nueve y algo. El conductor del programa –chupa culo con uno de sus dieciséis oyentes- asentía. En ningún momento, ni a la flaca que se quejaba ni al conductor que condescendía, se les ocurrió preguntarse: ¿¡Por qué carajo no se quedó la mina como presidente de mesa!?

La cultura mediática del “resuélvanme las cosas” absurdamente se instaló en la sociedad. La falta de voluntad, de mover el orto que tenemos llega a niveles insospechados. Quiero evitar la solemnidad fastidiosa, pero me interesaba plantear la idea de que de una vez por todas se tiene que terminar con la creencia de que “el otro” debe solucionar nuestras dificultades. Acá no se está hablando de Estado presente o Estado ausente, ni de un tipo de modelo económico, sino que tiene que ver con una postura individual ante el mundo. Si querés algo, salí a buscarlo. Tampoco se trata de ser desconsiderado con nadie, ni nada por el estilo, sino que la cuestión está, primero, en tomar distancia de las cosas. Saber que todo es absurdo. Después volver a creer, pero consciente de que nadie te tiene que dar absolutamente nada desde afuera. Está adentro de cada uno la posibilidad de salir al universo.

Es necesario, individualmente, finalizar con las vidas semióticas. Uno no es sólo un signo que tiene designado un casillero; uno es carne, es una persona corporal que siente, que observa, que escucha, que toca, que olfatea, que degusta, que coge, que caga... Basta de identificarnos con las vidas ajenas intangibles. Rompamos con los arquetipos de lo que debemos ser. Disfrutemos de la tele, pero evitemos mirarla como si fueran evangelios policíacos que indican qué tenemos que hacer. Simplemente, olvidémonos: ni la sobredosis de TV, ni Soda nos van a resolver nada... pero ojo, pueden encantarnos.

sábado, 27 de octubre de 2007

Cerebros en serie


Carta a los Rectores de las Universidades Europeas*.

Señor rector:

En la estrecha cisterna que. llamáis "Pensamiento": los rayos del del espíritu se pudren como parvas de paja.

Basta de juegos de palabras, de artificios de sintaxis, de malabarismos formales; hay que encontrar -ahora- la gran Ley del corazón, la Ley que no sea una ley, una prisión, sino una guía para el Espíritu perdido en su propio laberinto. Más allá de aquello que la ciencia jamás podrá alcanzar, allí donde los rayos de la razón se quiebran contra las nubes, ese laberinto existe, núcleo en el que convergen todas las fuerzas del ser, las últimas nervaduras del Espíritu. En ese dédalo de murallas movedizas y siempre trasladadas, fuera de todas las formas conocidas de pensamiento, nuestro Espíritu se agita espiando sus más secretos y espontáneos movimientos, esos que tienen un carácter de revelación, ese aire de venido de otras partes, de caído del cielo.

Pero la raza de los profetas se ha extinguido. Europa se cristaliza, se momifica lentamente dentro de las ataduras de sus fronteras, de sus fábricas, de sus tribunales, de sus Universidades. El Espíritu "helado" cruje entre las planchas minerales que lo oprimen. Y la culpa es de vuestros sistemas enmohecidos, de vuestra lógica de dos y dos son cuatro; la culpa es de vosotros -Rectores- atrapados en la red de los silogismos. Fabricáis ingenieros, magistrados, médicos a quienes escapan los verdaderos misterios del cuerpo, las leyes cósmicas del ser; falsos sabios, ciegos en el más allá, filósofos que pretenden reconstruír el Espíritu. El más pequeño acto de creación espontánea constituye un mundo más complejo y más revelador que cualquier sistema metafísico.

Dejadnos, pues, Señores; sois tan solo usurpadores. ¿Con qué derecho pretendéis canalizar la inteligencia y extender diplomas de Saber?

Nada sabéis de la Naturaleza del Hombre, ignoráis sus más ocultas y esenciales ramificaciones, esas huellas fósiles tan próximas a nuestros propios orígenes, esos rastros que a veces alcanzamos a localizar en los yacimientos más oscuros de nuestro cerebro.

En nombre de vuestra propia lógica, os decimos: la vida apesta, señores. Contemplad por un instante vuestros rostros, y considerad vuestros productos. A través de las cribas de vuestros diplomas, pasa una juventud demacrada, perdida. Sois la plaga de un mundo, Señores, y buena suerte para ese mundo, pero que al menos no considere a la cabeza de la humanidad.

(*Si cambiamos una parte de la ecuación, y donde dice Europa ponemos Argentina, el resultado será exactamente el mismo. La magia de las matemáticas). Ah!, el texto es de Antonin Artaud.

viernes, 26 de octubre de 2007

Llamado a la solidaridad


Urgente. Se necesita dadores de letras preferentemente del grupo alfabeto occidental (si algún turco quiere colaborar también será bienvenido), para socorrer a Malón Literario, quien sufre una descompensación de palabras por una exuberancia masturbatoria generalizada. Presentarse virtualmente con escrito bajo el brazo en la casilla de mails del blog a nombre de "Queremos llegar a los 100". Se agradece. Saludos.

ML

miércoles, 24 de octubre de 2007

martes, 23 de octubre de 2007

El Rey Midas al revés

(Imagen del mundo tras su paso por los claustros burocráticos del conocimiento académico).

lunes, 22 de octubre de 2007

Me verás volver...


ML tiene una semana medio complicada de obligaciones indeseadas, por lo que el esperado comentario (por lo menos para nosotros) acerca del finde stereo, peter capusotto, la influencia peronista en el rock nacional, pomelo, quantró, etc llegará en los próximos días.

sábado, 20 de octubre de 2007

The Kagas, casi un chivo


Por Ernesto Sábado

Si, si, este fin de semana nos toca bolichear…para entrar en calor, me voy cantando un cancion de The Kagas, una banda de cuatro señores de nacionalidad española, portadores de un profundo grado de neurosis…hasta luego, estoy por comprarme un agua mineral…

BAILANDO BAJO TEJADO ( adaptación)

Vamos todos a rezar a la discoteque

El portero es un corto mental
que a veces deja pasar sin pagar
a cambio de algunos favores
a buenas perras y punteros

Justo detrás hay un patovica
que sabe judo, taekwondo y karate
para darle unos golpes a algún drogado
vigilar atentamente el baño
rati de segunda mano

No dejes la campera en el guardarropa
que la sala no se hace responsable
(de la perdida o deterioro)
de los objetos personales
que pagás pa que te guarden

Las camareras están todas muy buenas
pero no te vas a comer a ninguna
porque no necesitan nada de vos
van más puestas que Maradona
pa aguantar toda la noche

Las que bailan (les llaman trolas)
son capaces de cualquier cosa
para algún día ser estrellas o famosas

“hoy lo has hecho muy bien cariño”
¿Querés que te acerque a casa?

El disjockey, es el pinchadiscos…
es el cura de esta religión
está al día de las novedades
pero, aparte de no hacer nada,
nadie sabe lo que hace

El puntero, está trabajando
es un auténtico profesional
todos bailan al son que les pone
y según pasa la noche
va subiendo los precios

¿Quién es ese? es el rey de la pista
el más guapo ,el mejor bailarín y el más tonto
se conoce todas las canciones
pero no conoció a John Travolta
ni a la Olivia Newton John

El pajero, está alucinando…
va cayendo contra los demás
mientras deja resbalar sus manos
por las zonas más inconvenientes
de los cuerpos de las parroquianas

¿Quien es el dueño?
es un hombre importante
puede que hoy tampoco lo veas
porque tiene unos cuantos negocios
y a cambio de un porcentaje
le proteje la policía

A los hijos del Tecno Jungle, Drum´and Bass…

Bienvenidos!!
Bienvenidos!!

viernes, 19 de octubre de 2007

¿Se comprendió?*


"Un hombre nada puede desear a menos que antes comprenda que sólo debe contar consigo mismo; que está solo, abandonado en la tierra en medio de sus infinitas responsabilidades, sin ayuda, sin más propósito que el que él mismo se fija, sin otro destino que el que él mismo se forja en la tierra"

Jean Paul Sartre

(*Gracias Facu por la frase... y la foto).

jueves, 18 de octubre de 2007

12 Angry Men


Qué puedo decir. Si algún día se te ocurre filmar una película de abogados: que tenga jurado. Sinceramente Clooney me cae bien. La pandilla que formó con Sodembergh es super progre e, incluso, de vez en cuando hacen pelis copadas ("Confesiones de una mente peligrosa" -2002- ó "Buenas noches, y buena suerte" -2005-, ambas dirigidas por el viejo pediatra de E.R.), pero "Michael Clayton" -2007-, dirigida por Tony Gilroy, deja mucho que desear. Simplemente es mala porque no se decidieron por ninguna historia: ni la del oscuro abogado Clooney (Michael Clayton), ni la del talentoso abogado depresivo (Tom Wilkinson), ni la del abogado socio de la firma neoyorkina (Sydney Pollack), ni los chanchuyos de una mega empresa con el estudio de abogados londinese, ni los problemas familiares del protagonista. Bueno, tal vez pueden comentarme: ahí tenés mil historias, pero no, de verdad que no.

Inevitablemte, mientras miraba "Michael Clayton" pensaba en "12 Hombres en Pugna" (12 Angry Men, 1957), peli de Sidyney Lumet. Ahí la historia es sencilla. Henry Fonda integra un jurado de doce tipos en un juicio que, en principio, aparentaba ser de fácil resolución. Un pibito que supuestamente mató a un viejo o algo así. Todos parecían estar de acuerdo en que el mocoso era culpable, pero de repente el impoluto Fonda (vestido totalmente de blanco) plantea la posibilidad de que el pendejo pudiera ser en realidad inocente. Negros, blancos, prejuicios, xenofobia, discriminación, blablabla (seguro ganó un monton de Oscares). Sin embargo está filmada de puta madre. Casi toda la película trascurre en el cuarto donde discute el jurado. Travellings áereos, planos secuencia, planos detalle, diálogos increíbles. Y enfrente de mí, "Michael Clayton", una peli de abogados a la que, sencillamente, le faltaba un jurado.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Tal vez la historia


En un día esencial, me pareció que valía la pena recuperar el texto que dio origen a Malón Literario.

La Muerte de Borges

Las posmodernas enciclopedias carentes de papel afirman que respiró por última vez un sábado 14 de junio de 1986, sin embargo un grupo íntimo del cual quedaba excluida la mismísima Mary asegura que Jorge Luis Borges falleció casi nueves días después, un domingo 22 de junio durante una cálida y estrellada noche de Ginebra. Dan fe que el escritor imposibilitado del sentido de la vista ingresó a la Biblioteca de Babel casi a medianoche, luego de un atardecer infinito de magia.

Garantizan que Georgie (recostado en su catre con su rostro mirando al cosmos), se durmió para siempre con el dibujo de una sonrisa en sus comisuras, acompañado de un puta que, todavía junto a él, comentaba la venganza del Imperio Azteca en el monstruo del Distrito Federal.

La prostituta lo había acompañado durante todo el mes de junio ante la mirada celosa de la Mary que, resignada, observó como el escritor decidió pasar sus últimos días escuchando el relato de la vida de una vieja madame, una intrusa que se había llevado consigo desde la querida no tan Buenos Aires escondida en su equipaje.

Borges había fingido fallecer con anterioridad, para evitar ser descubierto de sus ocultas pasiones. Consciente de que le quedaba poco tiempo de vida, el hacedor de malevos quería disfrutar de la compañía de ella y de lo que había sentido durante todo el siglo veinte transcurrido.

Los primeros ataques que lo llevaron a su encierro emocional sucedieron en su infancia. Cuando aún no había cumplido los diez años de edad, fue sorprendido por su padre jugando en los picados de fobal que se armaban los sábados al atardecer en la calle Tucumán, a una cuadra de la casa familiar. Dicen los comentarios que sobrevivieron de ese día, que Borges jugó en soledad como centrofoward, en una equipo netamente defensivo que sólo lo buscaba con largos pelotazos.

Sus compañeros, hasta el momento de la intromisión de su progenitor, estaban más que conformes con su sacrificio que lo llevó a tener una importante posibilidad de gol: un centro de frente recibido de espaldas al arco, que desvió con el parietal izquierdo obligando al joven arquero (recién arribado del Sur de Italia), a esforzarse hacia su siniestra para detener el disparo.

El castigo propinado por el intelectual anarquista Jorge Guillermo Borges para con su hijo sepultó públicamente, casi de forma definitiva, el ardid popular que irradiaba Jorge Luis. Borges padre, discípulo de Spencer, no podía bajo ningún punto de vista concebir que su primogénito fuera alineado por las masas que palpitaban ciegamente, ausentes de toda razón, los placeres del football.

Regresado de su adolescencia en Ginebra y (fugazmente) en España, el otro, el mismo, no pudo contener su nacional populismo a flor de piel y expresó, en no pocas oportunidades, su devoción por los caudillos Juan Manuel de Rosas y el cariñosamente llamado (por lo menos de su parte) “Peludo”. Asimismo, se pudo escuchar alguna vez que un relato de la historia universal de la infamia, que revelaba su simpatía (con-pasión) por la Revolución Rusa, fue censurado por Natalio Botana, quien dijo que quería cuidarlo de las “violentas expresiones reaccionarias de la sociedad”.

Día a día Borges fue autoconvenciéndose de que la Argentina tenía que ser gobernada por los iluminados próceres del ´80. Próceres de los cuales nada se persuadía Jorge Luis sobre su verdadero nacionalismo. Próceres que provocaron, en algún momento, el único insulto que se le escuchó decir al (nada) políticamente correcto Georgie a lo largo de su vida.

Y un diecisiete de octubre llegó el pueblo a la plaza, los bombos acompañaban lecturas del escritor en su trabajo. Molesto en sus gestos reprimía la felicidad de que los trabajadores vitorearan a su líder, preso por defender lo que era nuestro; Borges parecía ya no ser el mismo Borges.

Pasaron los días, pasaron los años, pasaron las décadas, el país ya tenía un real antes y un después. Ese hombre junto a esa mujer se habían instalado de alguna manera en nuestros interiores (entiéndaselo en el sentido que se quiera). Es difícil explicar cómo fue el ingreso de ese hombre, esa mujer y toda su mística, sólo sabemos que están ahí, existen y nunca nos dejarán. Es por eso que es necesario adoptarlos, reconocerlos, reinstruirlos y vivir con ellos.

Es imperioso convivir permanentemente con lo que para Jorge Luis Borges solamente fue su último día: un relator inglés en el cuerpo de una prostituta que, impávido, describía como marradouna dejaba ingleses en el pasado (inmediato) del escucha, de ese escucha que, viejo y cansado, agarró a la puta con la izquierda y, levantándose de la catrera, gritó goul sin importarle nunca más la presencia de lo popular en su finitud.

martes, 16 de octubre de 2007

Zaratustra es colateral


Por Patricio Erb

Tal vez considerada película chatarra de televisión (la vi por canal 13 el domingo pasado), Colateral (2004), de Michael Mann (director de Heat –Fuego contra fuego, 1995-, El último mohicano –1992- y Ali –2001-, entre otros títulos), es dueña de una singularidad que sólo tienen los relatos sencillos bien contados, donde, al mejor estilo Ballard, la tranquilidad de la cotidianeidad de repente es quebrantada por un acontecimiento determinado.

En Colateral, en principio, la burocracia de un chofer de taxi (Jaime Foxx) se ve trastocada por un asesino a sueldo (Tom Cruise), que lo obliga a llevarlo durante toda una noche a distintos lugares para cumplir con su trabajo (ergo, bajarse gente). Allí, la presencia amenazante de algo exterior a nosotros, es la que nos provoca un miedo que se confunde con la posibilidad de morirnos; sin embargo, luego aparece la causa del verdadero pavor: el darnos cuenta de que nunca fuimos dueños de nuestra vida.

Eso es lo que le sucede a Foxx, que primeramente teme por su vida, pero luego descubre que su miedo está en viajar solitario a la montaña. Él, cómodo taxista de Los Angeles que planea desde hace doce años crear un negocio propio de limosinas, tiene pavor de concretar su plan, que significaría ser libre de la voz por radio que lo controla, que lo humilla, pero que, en definitiva, le arroja la soga para sujetarse al mundo.

De cierta manera, el papel de Tom Cruise (un entrañable burócrata de la muerte que sólo pretende asesinar a cinco personas) es una excusa, un personaje que funciona como la conciencia de Foxx, que no logra por si mismo generar un clic en su cabeza para contrarrestar tanta burocracia que lo aplasta, que lo inmoviliza, que le provoca temor a vivir. Aquí, el asunto no está en la posibilidad de la muerte, sino en verse de repente a uno mismo como materia inerte.

lunes, 15 de octubre de 2007

Acción...¿?


En el BLOG ACTION DAY dedicamos un pequeño espacio a la conservación del medio ambiente.

P.d. Todo esto no me lo creo mucho, pero bue: nos comprometimos con unos quías que se lo toman todo MUYYYY en serio (espero que no lean esta posdata).

sábado, 13 de octubre de 2007

Un día


Por Gonzalo Méndez

Me desperté y miré por la ventana. El sol estaba ahí, como siempre. El día empezaba otra vez y terminaba. Igual que ayer estaba en la cama, tapado y con mi mano derecha debajo de la almohada que nunca lavé. Del mismo modo que mañana lo haré, tomé el control y encendí la televisión que nunca funcionó. Luego, escuché el mismo sonido del 102: dirección hidráulica, primera, acelera un poco y frena de golpe cuando alguien lo para justo en la esquina. Salí de la cama.

Fui al mismo baño que había ido ayer y con fuerza sostuve el cepillo de dientes que mañana voy a usar. Lo moví frenéticamente de un lado a otro. Algunos vestigios de sangre de mis encías caían en dirección al lavatorio. Pero esas encías, ¿son mías? Sé que las tengo hoy y probablemente mañana. Aún así dudo que sean mías o que realmente me pertenezcan. Es decir, porque las porto y las llevo conmigo, ¿puedo decir que son una posesión mía? No lo sé. Salí del baño.

Entré a la cocina y agarré la taza que dice Gonzalo: nombre de origen germánico, dispuesto a la lucha. Pensé que todos los que alguna vez abrieron y cerraron los ojos deberían tener esta taza. La cargué de leche hasta el tope, como había hecho ayer y como mañana haré con el vaso de cerveza. Me senté en una silla y bebí la fresca leche casi de un sorbo. Apoyé la taza sobre una mesa. Me levanté y fui al living.

Levanté del suelo la guitarra que mi novia bautizo Poly. Me tiré sobre el sillón con la guitarra sobre mi cuerpo. Otra vez, ¿es mi cuerpo? Encendí el amplificador que nunca grito. Coloqué el dedo índice, anular y medio de la mano izquierda sobre la Epiphone. Toqué su segunda, cuarta y quinta cuerda sobre su primer, segundo y tercer traste. En mi…, pero otra vez lo mismo! En la mano derecha sostenía entre el dedo pulgar e índice una diminuta pieza que llaman púa. Cuando moví esta mano sobre las cuerdas apareció súbitamente un sonido. Era DO. Ese acorde que la noche anterior había sonado en Arte X 3, que en este momento sonaba y que mañana haré sonar en una Fender. Ese sonido que otros habían tocado y que tocarán alguna vez. Dejé mi guitarra sobre el sillón. Pero, es que no puedo dejar de decir mi esto, mi lo otro. Si a la guitarra ni siquiera la llevo como a las encías, ¿puedo decir que es mía? Tendría menos autoridad para decirlo, me parece.

Entré una vez más a la habitación y miré por la ventana. La luna estaba ahí, como siempre. El día terminaba otra vez y comenzaba. Me recosté sobre la cama sin tender, como había hecho en el pasado y haré en el futuro, pero desde el presente. Escuché el mismo ruido a colectivo, ahora era el 39. Cerré los ojos esperando un nuevo mismo día.

viernes, 12 de octubre de 2007

Lluvia negra


jueves, 11 de octubre de 2007

Servilletas...


Por Isidoro Gómez Torre

Martín abre los ojos con dificultad, le duele la cabeza. Chasquea la boca pastosa, espera que el dormitorio deje de girar, y se levanta de la cama. Sin dispensar una palabra a sus padres que, encorvados sobre la mesa, observan la humeante fuente de ravioles, cruza el living a toda velocidad y se mete en el pequeño baño de servicio; un fuerte retorcijón le recorre la panza. Mantiene la luz apagada, le molesta el reflejo en los ojos, y trata de recordar que hizo la noche anterior.

Algunos fogonazos mnémicos lo ubican en el sótano pop al que había ido con Walter y Marcos: las chicas que repartían caramelos y gajos de naranja en bandejas de cerámica, los tragos multicolores, que por exóticos no lavaban el mal gusto de la boca, un número de teléfono anotado en una servilleta arrugada. Muchas veces pensó en llevar una birome (así no tenía que pedir lápiz y papel en la barra), pero había desistido frente al escaso nivel de sus conquistas… No justificaban el implemento. Alguien golpea a la puerta. Es su madre que le pregunta si está bien. “Sí, sí…”, dice Martín. “¿Necesitas algo?”, insistió la madre. “No, ya voy”, respondió Martín echándola.

Sale del baño a los tumbos y busca en el jean el número de teléfono. No lo encuentra, lo había quemado a la salida. Una estudiante de letras, ávida lectora de Henry Miller. No merecía que la llamen, pensó, una mujer que lee a Miller lleva su vida sexual con el erotismo de una soft porno barata. Y se sentó a la mesa a compartir la cena dominical.

El día estaba oscuro y frío, el receso de invierno le había sacado los partidos y la Facultad. Sin exámenes y Fútbol de Primera la cosa se complica, le había dicho Walter antes de dejarlo en su casa. Recordó la vuelta en el auto de Walter; habían agarrado Sarmiento derecho y en el estéreo sonaba Años por el efímero dúo Calamaro/Prodan. De vez en cuando se detenían para que Marcos vomitara unas pequeñas tortillas verde limón por la ventanilla. A veces no está bueno acordarse de todo, se dijo Martín mientras jugaba con un raviol.

Sin nadie a quien llamar, su novia lo había dejado hacía dos meses y sus amigos se encontraban en el mismo estado de catatonia, recurrió al paliativo del consumo: comprarse discos en el Parque Rivadavia. Por un módico precio podía obtener un placebo efectivo contra la angustia dominical. Y, aunque bien supiera que luego de la primera escucha las cosas permanecerían igual, los cuarenta y cinco minutos de tranquilidad que le proponía un disco eran su mejor opción.

Caminó las ocho cuadras que lo separaban del Parque tiritando de frío. Al llegar se detuvo frente a un puesto de libros, desde donde dos gatos atigrados lo miraban con desdén; ojeó algunos hasta que las manos le empezaron a picar. Se alejó sin decir palabra. Pulgas.

Decidió no perder tiempo con la literatura y se dirigió al local de Fermín, que tendría más o menos la edad de sus padres, donde siempre encontraba alguna “joyita” a precio conveniente. Fermín le caía bien pero a veces se ponía un poco pesado tratando de que convencerlo de que lleve sus “joyitas”: viejos discos de rock sinfónico noruegos, trovadores latinoamericanos y demás chucherías musicales. Por suerte, el viejo puestero no estaba, pero si su primogénito.

Para Martín, si Fermín era un pesado, su hijo era un auténtico pelotudo. Pelo largo, teñido de negro azabache, piercing en la nariz, Andrés andaba alrededor de los 18 años, y tenía un halo lánguido y pálido que a Martín lo remitía a los retratos de Felipe el Hermoso de España. Con la diferencia de que este príncipe de cara enfermiza gobernaba el boliche de hojalata de su padre acompañado de su novia, una quinceañera dark de pelo violeta y campera de cuero con pins de El Otro Yo. “Hola”, dijo Martín con un esbozo de sonrisa en los labios.

No recibió respuesta alguna de los adolescentes. La pareja no se inmutaba, se besaban desde hace una eternidad. Martín era invisible para ellos. El espectáculo era horripilante, y si bien trataba de focalizarse en los discos, que pasaban entre sus dedos como carpetas en un fichero, no podía dejar de observar la danza de lenguas rojas recortarse sobre el blanco de sus caras. Un nuevo retorcijón le cortó la panza en dos. Si no salía rápido de ahí iba a tener un grave problema en el pantalón. Agarró un disco a la marchanta, y algo brusco, les dijo: ”Me llevo este”. Los adolescentes se sobresaltaron un poco frente a la presencia fantasmagórica del cliente de cara amarilla y pelo enredado. “Ok”, dijo Andrés; “son 15 pesos”.

Martín metió la mano en los bolsillos, buscando el billete de veinte que le había sobrado de la noche anterior. Pero solo encontró pelusa, dos monedas de 50 centavos y un caramelo cherryliptus. Se fijó en los bolsillos de atrás y en el quinto bolsillo del jean, hasta dar con un triángulo imperfecto. El papelito rosado se había reducido casi en su totalidad, mientras que su margen derecho mostraba los chamuscados resabios del fuego.

Maldice en silencio y levanta la vista hasta cruzarse con la mueca de desprecio que le dispensa Andrés parapetado detrás del mostrador. Un silencio incómodo sobrevuela a los tres. Martín le pide que se lo reserve, que va a volver. Extrañamente se siente en deuda con la pareja. Vuelve a su casa y se acuesta. Entre las sabanas encuentra la servilleta, en ella un número y un nombre escritos en birome violeta. Levanta el tubo y llama… Era preferible el disco.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Born to kill... or to die


Por Ariel Cappelletti

La generación de los que rondan los 30 abriles, tuvo el privilegio (nunca mejor pronunciada la palabra) de evitar la colimba, sin recurrir a sobornos, números bajos y demases. Aunque nunca falta algún trasnochado (torturador y aspirante a diputado con nombre de hamburguesa), que desea desde su nacionalista alma, reimplantar el servicio militar obligatorio, yo sé que esta tortura mental y física, es cosa del pasado.

Como no tuve la oportunidad de correr, limpiar y bailar (la primera sílaba de cada palabra, forman juntas “colimba”), creo que el testimonio de un músico y escritor español, llamado Roberto Moso*, es bastante exacto en lo que a sensaciones se refiere, respecto al cumplimiento del servicio obligatorio, en este caso en España, y aunque más no sea en 1982, la lógica y disciplina militar han sido siempre las mismas a lo largo de los últimos siglos, y en cualquier parte del mundo…

Aquí, un extracto del testimonio…

Fue un año (más de catorce meses en realidad) muy duro para todos. Antes de ir, yo trataba de imaginar cómo sería eso de la mili (en alusión a la colimba) y me veía a mí mismo en un campamento gigante, corriendo y saltando con un fusil en los brazos. La clave para no sufrir más de la cuenta estribaría en no llamar mucho la atención. Lo que no sospechaba es que por encima de cualquier penuria física, la lección que te da una situación como esa es mucho más triste: baja a niveles subterráneos tu concepto de la humanidad. Lo peor no es que una cuadrilla de fascistas peligrosos traten de convertirte en un puro número descerebrado, lo peor es comprobar lo fácil que cuajan sus valores entre la tropa. Los soldados más aterrorizados en los primeros meses son los que más y peores gansadas harán a los nuevos en la fase final. Yo mismo, que me consideraba inmune a algo así, me sorprendí reclamando mi condición de “bisabuelo” en alguna patética ocasión. En 1982, el servicio militar era ya un tremendo anacronismo. Jóvenes ilusionados cercanos a la veintena, encerrados en un ensayo delirante donde aprendíamos cosas tan interesantes como hacer guardia, limpiar coches, barrer patios enteros o fregar la vajilla de un regimiento, todo en nombre de la patria y a toque de corneta. Eso sí, la bebida era tentadoramente barata y las constantes y abundantes borracheras nunca eran un pecado grave.

Sí, yo también tuve mis camaradas inolvidables y mis “historias de la puta colimba”, pero soy consciente de lo insoportable que suelen resultar estos anecdotarios. Hay además un Roberto de veintidós años que martillea mi conciencia con un mensaje de odio: “Esto no lo debes olvidar nunca, ¡nunca!”. Ese Roberto, joven e indignado, está hacinado junto con otros reclutas congelados en un camión destartalado que avanza a duras penas por un camino embarrado. Llueve intensamente. Volvemos de unas maniobras en Irati, en los Pirineos navarros y han muerto tres personas: dos soldados y un sargento. Uno de los soldados era un recluta asustado que se pegó un tiro, los otros dos murieron electrocutados al elevar una antena que tocó con un cable de alta tensión. Si buscas en los periódicos del año no encontraras nada en absoluto. Los cuarteles eran un mundo hermético.

Pero, si me permitís, la colimba tenía algo positivo. Es difícil, yo diría que imposible mimetizarse de verdad con ciertos niveles de humillación humana. Como muy bien cantaban los ESKORBUTO: “Los que trabajan se ríen de los parados, y los que están libres de los encarcelados”. Por mucho que nos hablen del hambre en el mundo, de la situación de Liberia ó Burkina Faso, del Africa negra, por mucho incluso que nos acerquemos por allí con nuestra cámara de vídeo a pasar unos días, nada hace tan solidario como ponerse en la piel de otro. No pretendo comparar circunstancias, por supuesto, me refiero al simple hecho de conocer otra “calidad” de vida.

Al poco de llegar, cuando todavía estaba vestido de calle y con mis melenas al viento, no puse bien la postura de firmes y un alférez de complemento de Logroño (Nota de Cape: es decir, otro salame que estaba haciendo la colimba) me soltó una trompada inopinada. Era algo que no estaba en mi registro. Un desconocido de mi edad aproximada, disfrazado de soldado, me daba un doloroso sopapo, que incluso me desplazó de mi sitio en la fila, y todo porque no tenía las manos correctamente colocadas. A continuación, además, se alejó mirándome desafiante durante unos segundos con malvada satisfacción.

No era la primera vez que me pegaban, antes ya había tenido alguna experiencia al respecto, en algún encontronazo callejero, pero no había comparación posible. Tampoco las pocas tortas que me dieron en la escuela se pueden equiparar. Devolverle la trompada al chaval de turno con el que te peleas por la calle, es un riesgo que tú mismo calibras y no hacerlo puede ser pura prudencia e incluso realismo. Rebelarse contra el profesor de mano floja (especie extinguida según me dicen) sólo estaba al alcance de míticos alumnos rebeldes que (¿casualidad?, ¿leyenda urbana?) nunca estaban en mi clase. Aquello fue distinto, mientras el bobito de la estrella en la gorra se alejaba de mí, mi dolorido moflete me decía: “Entérate Roberto, aquí pueden caerte sopapos simplemente porque estás aquí. Ese absurdo espejismo de libertad que poseías, que en realidad te parecía escaso (Dios mío, que relativo es todo) no era más que una de las muchas situaciones que te pueden tocar en la vida. La Constitución, el Estatuto, las leyes... no valen para nada entre estos muros. Bienvenido a la lógica militar”.

Mi servicio a la Patria empezó en Vitoria (Bilbao), donde desfilé y desfilé hasta convertirme en un perfecto muñeco mecánico. Todos los días bajaba a formar al toque de diana inmerso en una marabunta enloquecida. La voz de mando bramaba aquello de “los diez últimos arrestados”, siempre tenía que haber diez últimos, con lo cual, siempre había diez desgraciados que tenían que contribuir al fregado de cachivaches y utensilios de todas las compañías. Los primeros días, movido por un reflejo absurdo de rebeldía, bajaba despacio, a un ritmo “racional”.

Hasta que entré en el grupo de los “agraciados” y me arrestaron a cocina. Allí tuve que fregotear toda la vajilla del mundo bajo las órdenes de un brigada “nazi” que me zarandeaba sin contemplaciones. Me asignaron el privilegio de lavar los platos de una compañía que se encontraba en cuarentena por dos casos de meningitis. A partir de aquella experiencia, yo también bajaba las escaleras al toque de corneta empujando a quien se pusiera por delante y abriéndome paso con los codos. A mis 22 años era de nuevo un niño asustadizo y amedrentado, uno que se peleaba por llegar a tiempo a la formación: una fila de conmovedores espectros en calzoncillos y botas militares tiritando bajo los rigores del invierno vitoriano.

Tras la payasada de la jura de bandera me destinaron a Donostia y allí fui conociendo diversos estadios de la degradación humana. No viví en propia carne las novatadas porque nada más llegar me enviaron a las ya mencionadas maniobras. Me juré odiar hasta la muerte y ahora soy incapaz de llegar a tanto.

*Escritor de los libros "Flores en la basura", "Los días del Rock Radikal", "Algorta" y cantante del grupo Zarama (en euskera: basura), banda de rock vasca (1977-1994), que influyó en la formación de la escena del rock radical vasco.

martes, 9 de octubre de 2007

Inmóvil


Por Gonzalo Méndez

Salto a través del tiempo mientras siento que el viento está inmóvil y atado al vidrio de la habitación. Volteo y veo del otro lado, en un rincón, un punto surcado por inimaginables rectas invisibles. Me acuerdo de un cuento de Borges, el Aleph. Me detengo a pensar por un instante. Inmediatamente me pregunto si no estaré dentro de la historia que Borges ya contó. ¿Seré el actor de su narración o solo estaré imaginando y navegando nuevamente por los recovecos de “mi” conciencia?

Me levanto sigiloso del sillón en el cual estoy sentado. Giro rápidamente hacia la izquierda. Doy un primer paso corto y pesado. Respiro sin darme cuenta. El pie izquierdo se adelanta sobre el derecho, esta vez un poco más suavemente pero con estridencia sobre el piso de madera colorada. Camino y me acerco al rincón. Llego y me agacho.

Me siento en el suelo y cruzo mis piernas. Inclino el torso hacia delante y estiro el brazo derecho en dirección al punto que había observado unos eternos instantes atrás. Cierro los dedos menos el índice, que permanece rígido y turgente apuntando. El dedo se acerca lento pero decidido. Llega y lo toca.

Todo se vuelve oscuro pero no es de noche, hay luz. No puedo ver más allá de mí. Creo estar dentro de la conciencia. No veo nada alrededor. No hay nadie más acá que yo. Me decido a investigar, con temor, pero lo hago. Busco aunque no encuentro. Viajo e intento surcar cada camino que la atraviesa. Una gota fría de espeso sudor recorre mi frente, aunque no estoy seguro, solo la siento caer. Un ruido. Mis oídos parecen reconocer un sonido, es como un hálito, como un soplido. Un olor. Huelo un aroma, una fragancia que escala por las fosas nasales. Un sabor. Un gusto amargo endulza mi paladar. Es nuevo pero sabroso.

Creo poder decir que tengo “mis” sentidos y que estoy dentro de la conciencia. Ellos me la indican y ella a ellos. No puedo separarlos: sentidos(de)conciencia, conciencia(de)sentidos.

Separo el dedo del punto. Estoy de nuevo en la habitación, cruzado de piernas. Me levanto y miro la ventana y después la cama. Me siento en ella, me recuesto y empiezo a dormir.

lunes, 8 de octubre de 2007

El mal sobreentendido


"Prendí la radio para ver cómo había salido Boca. Escuché una hora los comentarios del partido (que perdió 1-2 con Ñuls el domingo pasado): nunca dijeron cómo había salido", contó Marcelo ofuscado. "El periodismo da muchas cosas sobreentendidas", contestó uno por ahí.

Pienso que este es un ejemplo del "sobreentendimiento televisivo". Utilizo la palabra "televisivo", porque de alguna manera el formato de la imagen en los últimos años condicionó al resto de los medios de comunciación (radios, Internet... Y lo que es peor: diarios).

Aquí se presenta el problema que se manifestó en el primer párrafo: el periodismo editorialista berreta, que no dice nada. Cuando el género opinión toma lugar en un medio de comunicación, no significa que se deja de lado la información.

Es verdad que la subjetividad adopta un rol preponderante, pero jamás se puede olvidar que el televidente, el escucha o el lector puede ignorar la noticia que impulsa el comentario en cuestión.

Hasta acá me interesaba dejar un pequeño testimonio sobre el sobreentidimiento periodístico que, con la aparación de la imagen, comenzó peligrosamente a dar muchas cosas por sabidas.

Ahora bien, el tema es más o menos diferente cuando se trata de literatura periodísitca. Ahí el asunto es no caer en la falta de sobreentidimiento; para ser más claros: no darle sobreinformación al lector.

Borges cita a Goethe: "Goethe declaró que esas palabras como tal vez, quizá, según me parece, si no me equivoco (utilizadas por el escritor `reconociendo que en ocasiones lo contrario es cierto´), deben estar sobreentendidas en todos lo escritos".

Aquí, Borges quiere decir que es el lector quién debe comprender que lo que manifiesta el escritor no es una afirmación absoluta, sino que `en ocasiones lo contrario es cierto´, por lo que el escriba debe evitar, en este caso, la verborrea literaria.

En definitiva (para cerrar algo que se me volvió engorroso), ambos ejemplos literarios (tanto el de la carencia como el de la abundancia), muestran que no existe un estilo mejor que otro, sino que simplemente es necesraio ser cuidadado en no caer en el mal sobreentendido.

sábado, 6 de octubre de 2007

Clausurado (por el finde)


Debido a la ausencia de plumas (y que estamos en presencia de un fin de semana de sol), la directiva de este espacio (que dice llamarse literario) decidió suspender la actividades hasta la próxima semana. Un consejo: terminen con la agorafobia masturbatoria.

viernes, 5 de octubre de 2007

Prótesis


Podridísimo del "tengo que..." la vida se vacía. Inmediatamente después de que uno tira por la ventana la burocracia de la cotidianeidad, tiene que lanzarse solitario al mundo desde la nada. Si de repente "no tengo que ir a trabajar", "no tengo que ir a la facultad", "no tengo que ver a mi familia" la angustia del nihilismo toca nuestras puertas. "¿Para qué?" uno se pregunta. Denme trabajo, denme facultad, denme familia... denme prótesis: tal vez, la única manera de andar.

jueves, 4 de octubre de 2007

El general Perón va en coche al muere


Por Ignacio Maciel*

el general perón entra hoy
por última vez (y definitivamente, creo)
en la muerte
casi borgeanamente va en coche
previo paseo por buenos aires
como yendo a buscar lo ecos de una gloria lejana
una gloria que ya no es del tiempo
sino de la memoria
(que teje olvidos)

hoy mismo el general perón
se abrazará al devenir ulterior
que custodiará el mármol definitivo
el mármol justicialista del fin
porque todo fin es una justicia del tiempo
que devuelve las cosas a la eternidad
(es estúpido contarle los días a un muerto)

hoy parece que la eternidad
viaja en coche, compañeros
perón es una intimidad entre nosotros
un centro de gravitación intemporal
una fé escéptica en nuestros padres
una épica extrañamente cotidiana

hoy el sol es pleno, invicto
típicamente peronista

(*Escrito el 17 de octubre de 2006, día del traslado de los restos de Juan Perón a la quinta de San Vicente)

miércoles, 3 de octubre de 2007

Palacete (chanchos, gallinas y camaleones)*

Por Ernesto Sábado

El gordito palacete es un bebé de treinta y pico de años, presunto periodista al que vemos cuatro de los cinco días que van de Lunes a Viernes (el día que no lo vemos, no sabemos qué hace), en el mismo programa, a la misma hora y en el mismo canal.

El gordito forma parte de un grupo estable, junto a otros lumbreras de saco y camisa (se olvidaron la corbata), y que además reinvidican la condición profesional que desempeñan, y a la que el gordito palacete dice pertenecer.

Dentro de este reducido grupo, que se atosigan discutiendo, opinando y vacilando acerca del más popular de los deportes, limitándose a los avatares del Torneo superior, no parece haber ninguno que haya pateado una de cuero. De todas formas, respetamos a uno de ellos.

Nuestra atención se centra, en uno de los ignorantes, que para disimular su burda incompetencia y su escasa capacidad para que las palabras que emite (perdón, que vomita), sean parte de aquello que los primitivos griegos (bastante hijos de puta por cierto) denominaron “retórica”, se entretiene en pantalla observado su artefacto tecnológico japonés de última generación, del que no podemos decir nada, porque jamás hemos tenido uno (¿no eran democratizadoras las tecnologías?).

Hace algún tiempo, que no recordamos exactamente, los que estaban pendientes del programa, de forma mas o menos atenta, observaron las negativas características que aquí se le atribuyen al gordito palacete.

Empeñados en su afán de lucro y adulación constante, la onda televisiva para la que nuestro héroe exhibe su sospechoso conocimiento, y presta su jeta regordeta, comenzó una especie de campaña promocional (aquí lo dejamos en manos de los publicistas) en el que “el mejor de todos los tiempos”, llevaba una camiseta celeste y blanca a rayas (nunca mejor dicho, para el caso que nos ocupa) con un 10 en la espalda, y era homenajeado por el canal con diversas proyecciones.

En el mencionado programa los homenajes al “más grande” se repetían constantemente de manera diaria, hasta que el único que respetamos anunció "¡¡¡ Goles de cabeza!!!" Palacete pareció indignarse, y reaccionó cual mula que se niega a entrar en su corral (se empacó). A pesar de la amistad que mantiene con el que hizo los goles de cabeza, exclamó torpemente: "¿¡Cuándo hizo goles de cabeza Maradona!?"

Los cabezazos del 10 eran desde variadas posiciones, efectivos de cualquier manera, a pesar de la escasa estatura del delantero argentino. Goles a equipos italianos, seleccionados nacionales y algunos más... contamos unos 20 goles.

En este caso, el corte comercial (esta vuelta, lo bendecimos) salvó al gordito de un papelón mayor (que de por sí, ya es bastante papelonero), ya que una vez que los expertos volvieron de la pausa olvidaron referirse al singular episodio (o se hicieron los boludos).

Rogamos a Dios y a la Santísima Trinidad, que no se repitan estos lamentables malentendidos que aquejan al Gordito Palacete: típico fruto de la incomunicación que aqueja a cualquier sociedad competitiva ¡¡¡Señor, envía unos rayos de luz a su embotado cerebro!!! Amén.

(*Nota del Poli Editor. Para los que tienen el placer de no mirar TyC Sports, Marcelo Palacios -"el gordo palacete", protagonista de esta columna-, conduce junto a Alejandro Fabbri y Gastón Recondo -y creo que Horacio Pagani- el programa Estudio Fútbol -lunes a viernes, de 13 a 15-... una cagada).

martes, 2 de octubre de 2007

Automáticos*


Por Nicolás Rombo

“Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”, escribe Borges en “Las Ruinas Circulares” (Ficciones, 1944). De alguna manera, Automáticos, obra teatral escrita por Javier Daulte, describe el instante en el que los sujetos descubren el dolor de la enajenación. Cómo cinco adolescentes que conforman un grupo escolar de ciencias (“Fina”, “Cristina”, “Carol”, “Toni”, “Omar”) se manifiestan ante ellos mismos como sólo imágenes, en el emprendimiento divino de provocar que tres maniquíes (“Pelirroja”, “Morocha”, “Brad Pitt”) reproduzcan sensaciones propias de los seres humanos.

Mediante una puesta en escena de cinco personajes adolescentes dueños de distintos problemas (madres suicidas, padres desempleados, bulimia), Daulte muestra, a través de los actores "androides" (“Pelirroja”, “Morocha”, “Brad Pitt”), el vacío en el que caen los sujetos cuando se cuestionan inconscientemente el automatismo. Los tres muñecos que toman vida, en su condición de seres instituidos, son los que incentivan a los protagonistas (“Fina”, “Cristina”, “Carol”, “Toni”, “Omar”) a preguntarse acerca del significado de la existencia, haciendo brotar así sus angustias. Thriller atrapante (siempre quise escribir esta frase), Automáticos (que da mucho lugar a la risa), sin dejar de describir problemáticas sociales y culturales, centra especial interés en ese Sujeto que, inmerso en la cotidianeidad, tropieza con el absurdo de simplemente no ser.

*Automáticos se presenta en el Teatro Timbre4 (Boedo 640, timbre 4).

lunes, 1 de octubre de 2007

Un progre berreta


Más allá de la maravillosa "Ola de putez" que inunda Buenos Aires, Barcelona (en su edición del 28 de septiembre último) también trajo (en tapa) un pequeño juego de diferencias:"Cómo distinguir a un matón troglodita del gremio de camioneros de un matón copado y progresista del gremio de prensa"*.

Gremialista matón troglodita:

Musica: Pocho la Pantera, Rimoldi Fraga.
Libros: La razón de mi vida, Mi lucha.
Revistas: Cabildo, Olé, Corsa, Ruta 69, Paparazzi.

Gremialista matón progre:

Música: Silvio Rodríguez, Teresa Parodi, Víctor Heredia.
Libros: Las venas abiertas de América Latina, Rayuela.
Revistas: Diario de Poesía, El Amante, Kiné, Barcelona.

*Para los caídos del catre, el pasado jueves 13 de septiembre muchachos del sindicato de prensa de Buenos Aires fajaron a un amigo periodista (perdón el tono de denuncia; sinceramente el estilo del blog no es levantar el índice, pero en este caso no queríamos dejar pasar el hecho de que el bardo haya sido publicado en la genial Barcelona. Además, nuestro amigo Tomás ya está bien -sic-).


¿Te parece?