“Delirio colectivo”, “delirio colectivo”, “delirio colectivo” es una frase que se escuchó mucho durante estas semanas en relación a la vuelta de Soda Stereo, después de diez años de ausencia. Dos palabritas que intentaron explicar la presencia de más de 300.000 personas para ver al trío en cinco River estupendos.
Sonaron por ahí muchas opiniones (algunas copadas), como por ejemplo la crítica a los espectáculos masivos. Es verdad, a lo mejor siempre es más agradable mantener la individualidad en la música, que ser envuelto por una masa de gente que muchas veces, mientras Cerati canta “Prófugos”, te obliga a preocuparte más en respirar en vez de dejarte escuchar parado, tranquilo, sin que nadie siquiera te toque.
Pero, ¿a veces no es más atractivo ser “masa”? Es decir, perder esa individualidad que muchos reclaman; porque en definitiva: ¿uno acaso no es “masa” cuado se sienta prolijamente junto a tres mil personas en un teatro? El Saltar, el pegarse, el empujarse, el transpirar, el perder las llaves de tu casa propio de los espectáculos megamasivos, acaso es menos totalitario que 2.487 personas sentadas en el Colón deleitándose con una ópera de Puccini.
Escribí “deleitándose” porque quiero destacar, antes que alguien levante el índice, lo maravilloso que puede ser una ópera en el Colón (altamente recomendable para cuando lo terminen de remodelar). Sin embargo acá la cuestión no es qué es mejor o peor. El tema es saber diferenciar tipos de “masa”, todos posibles de disfrutar.
Se viene el sexto River, tengo mi entrada. Pienso en lo genial que lo pasé el 20 de septiembre del 97; pienso en lo genial que lo pasé el 20 de octubre de 2007. Pienso en lo genial que seguramente lo pasaré el 21 de diciembre próximo. Ya no quiero pensar sobre esas dos horas y media, sobre esas 29 canciones, sólo quiero saltar y sentir la música ligera en mi cuerpo que conoce y disfruta, diría Merleau Ponty.