Por Mariano Carrizo
El conformista es alguien que busca amalgamarse con su entorno, adoptar una forma para pasar desapercibido, mezclarse con aquello que lo rodea. Ese el anhelo de Clerici, el personaje central de la novela de Alberto Moravia que da título y vida al film de Bertolucci. “Un papanatas de la era fascista” se dirá apenas lo vemos interactuar. Un tipo cuya principal obsesión (¿hay obsesiones secundarias?) es pertenecer so pena del privilegio de la seguridad. Sin embargo este embanderado del “no me jodan” va más allá y trastoca el sentido de pertenencia con el de militancia. Clerici es un militante de la mutación.
El problema del fascista por conveniencia interpretado por Trintignant es que lo que incentiva su accionar no es pertenecer a algún grupo o entorno particular, sino el gesto que supone perderse en lo homogéneo ya que él se siente diferente. El speech made in marketing republic sostiene que lo que consumimos, lo que decimos, en definitiva todo lo que hacemos, está supeditado a una identidad que se construye sobre la diferenciación resultante de las decisiones que tomamos (por eso me voy a comprar el fiat Punto, porque me voy a sentir diferente). No obstante, el primero y fundamental error es tratar de pensar al conformista a través de la figura de la identidad, aspecto de “la” forma que no cubre toda su dinámica.
Pensemos al inmigrante que vive en Europa, tripeando por la directiva que impulsa el progresismo latino 2.0 (Espanya, France, Italia, entre otros) y que supone, si te agarran como ilegal, que te pueden meter en cana por algo así como 18 meses hasta que vean como te deportan (vía Spanair). Más allá de la pugna cotidiana por adoptar las formas mínimas que lo anquilosarán al paisaje batatudo que la vida en la gran metrópoli europea exige, el inmigrante (definido por el receptor que indica la in-vasión y el in-greso) no resigna, al menos la mayoría de las veces, lo que le corresponde en tanto identidad heredada. Aún más, esa identity es más fuerte que nunca. El tereré, el dulce de leche o la goiabada son íconos que sustentan la diferenciación en el mundo del jamón serrano. Pero, como vengo insistiendo, esta es la dinámica de la identidad. Digámoslo de modo más sencillo. La identidad, o su operatoria, no es más que una de las tantas formas posibles y disponibles en la tierra del decir. La identidad es (a) una forma, (b) un modo de generar formas, (c) el fondo, (d) ninguna de las anteriores, (e) todas las anteriores.
En cualquier caso los vaivenes de Clerici no dejan de ser una versión borrascosa de todo aquello que el prototipo de tipo moderno alimenta. Carga con culpa, vergüenza, orgullo, pertenencia y un montón de otros paquetitos adosados por aquello que una vez un amigo dio a llamar la OMS (Organización Mundial de los Sentimientos). Y claro que siente el fuego de la pelea interna, coquetea con mutar una vez más. Pero eso implicaría dejar de ser lo que todos esperan que él sea. Salvo que cambien las reglas del juego y el fiat Punto lo compren todos.
*La fotografía es de Vitorio Storaro. Hizo casi todas con Bertolucci, y otros berretines como Apocalypse now y Dick Tracy.
El conformista es alguien que busca amalgamarse con su entorno, adoptar una forma para pasar desapercibido, mezclarse con aquello que lo rodea. Ese el anhelo de Clerici, el personaje central de la novela de Alberto Moravia que da título y vida al film de Bertolucci. “Un papanatas de la era fascista” se dirá apenas lo vemos interactuar. Un tipo cuya principal obsesión (¿hay obsesiones secundarias?) es pertenecer so pena del privilegio de la seguridad. Sin embargo este embanderado del “no me jodan” va más allá y trastoca el sentido de pertenencia con el de militancia. Clerici es un militante de la mutación.
El problema del fascista por conveniencia interpretado por Trintignant es que lo que incentiva su accionar no es pertenecer a algún grupo o entorno particular, sino el gesto que supone perderse en lo homogéneo ya que él se siente diferente. El speech made in marketing republic sostiene que lo que consumimos, lo que decimos, en definitiva todo lo que hacemos, está supeditado a una identidad que se construye sobre la diferenciación resultante de las decisiones que tomamos (por eso me voy a comprar el fiat Punto, porque me voy a sentir diferente). No obstante, el primero y fundamental error es tratar de pensar al conformista a través de la figura de la identidad, aspecto de “la” forma que no cubre toda su dinámica.
Pensemos al inmigrante que vive en Europa, tripeando por la directiva que impulsa el progresismo latino 2.0 (Espanya, France, Italia, entre otros) y que supone, si te agarran como ilegal, que te pueden meter en cana por algo así como 18 meses hasta que vean como te deportan (vía Spanair). Más allá de la pugna cotidiana por adoptar las formas mínimas que lo anquilosarán al paisaje batatudo que la vida en la gran metrópoli europea exige, el inmigrante (definido por el receptor que indica la in-vasión y el in-greso) no resigna, al menos la mayoría de las veces, lo que le corresponde en tanto identidad heredada. Aún más, esa identity es más fuerte que nunca. El tereré, el dulce de leche o la goiabada son íconos que sustentan la diferenciación en el mundo del jamón serrano. Pero, como vengo insistiendo, esta es la dinámica de la identidad. Digámoslo de modo más sencillo. La identidad, o su operatoria, no es más que una de las tantas formas posibles y disponibles en la tierra del decir. La identidad es (a) una forma, (b) un modo de generar formas, (c) el fondo, (d) ninguna de las anteriores, (e) todas las anteriores.
En cualquier caso los vaivenes de Clerici no dejan de ser una versión borrascosa de todo aquello que el prototipo de tipo moderno alimenta. Carga con culpa, vergüenza, orgullo, pertenencia y un montón de otros paquetitos adosados por aquello que una vez un amigo dio a llamar la OMS (Organización Mundial de los Sentimientos). Y claro que siente el fuego de la pelea interna, coquetea con mutar una vez más. Pero eso implicaría dejar de ser lo que todos esperan que él sea. Salvo que cambien las reglas del juego y el fiat Punto lo compren todos.
*La fotografía es de Vitorio Storaro. Hizo casi todas con Bertolucci, y otros berretines como Apocalypse now y Dick Tracy.
**El conformista (Il Conformista, Italia, 1970). Director: Bernardo Bertolucci. Guión: Bernardo BertolucciIntérpretes: Jean-Louis Trintignant, Stefania Sandrelli, Dominique Sanda, Gastone Moschin.