lunes, 29 de junio de 2009

Ayer

Ganó el sentido común, lo que no significa que haya ganado el buensentido gramsciano. Es divertido leer: "Terminó la hegemonía kirchnerista". Aquí aparece otra vez el sentido común. ¿Qué se entiende por hegemonía? El discurso de los medios de comunicación considera que la hegemonía es un instrumento mayoritario que se utiliza para determinar acciones unilateralmente. Sin embargo, el concepto popularizado por el intelectual italiano lejos está de la definición que hacen los columnistas de la televisión. La hegemonía es una operación ideológica inconsciente: es el objeto a, para ponernos absurdamente lacanianos. Nunca el kirchnerismo tuvo la hegemonía política y cultural, apenas fue un actor que intentó aportar significantes flotantes para terminar con mitologías intrincadas en la sociedad capitalista, occidental y cristiana argentina. Para un análisis teórico del kirchnerismo, sí o sí, hay que mirar la fotografía de diciembre de 2001. O, tal vez, la década 1990-2002. O, directamente, la película iniciada por Celestino Rodrígo y el decreto firmado por Carlitos Ruckauf junto Isabelita de Perón. El viernes Caparrós escribió que el kirchnerismo es reponsable de la banalización de temas que no podrán volver a ser discutidos por mucho tiempo. Qué quiso decir el escritor. Que el kirchnerismo estropeó discusiones del tipo: "distribución de la riqueza", "derechos humanos", "FMI sí o FMI no". Desde aquí escribimos que esa es sólo una forma de leer la coyuntura. El análisis del kirchnerismo debe ser más profundo. Es mezquino plantear que Kirchner y Cristina Fernández simplemente destruyeron la legitimidad de distintas luchas sociales. Aquí hay una hegemonía que trasciende al kirchnerismo y a los palidines del republicanismo y la institucionalidad. Estamos frente a una hegemonía política y cultural (un sentido común) que, bien o mal, la institucionalidad kirchnerista puso en tela de juicio, y que ahora nos toca a nosotros seguir cuestionándola.