martes, 21 de octubre de 2008

6 de agosto de 2006


Por Gonzálo Méndez

Eran las dos de la mañana. El ensayo había terminado. Las llamadas también. Estaba listo para ir a dormir cuando de repente me surgió la idea de sentarme a escribir. Ni bien empecé a hacerlo una simple pregunta se hizo presente: ¿qué soy? Estas dos palabras entre signos de interrogación, recurrentemente, aparecían ante mí. Me preguntaba si era yo el que escribía o el que pensaba para escribir. Quería saber si ese que escribe con sus manos es el mismo que piensa. Una y otra vez me decía a mi mismo: “Estas manos que golpean estas teclas, en las que unas letras están inscriptas, ¿son mías? Este cuerpo que está acá sentado, ¿soy yo? ¿Puedo afirmar que esas manos, brazos, cabeza y la suma de partes que suele llamarse cuerpo me pertenecen?” También, me incomodaba el hecho de saber si era yo mismo el que pensaba para escribir. Porque muy bien podría una fuerza lejana y Alta dictarme lo que tengo que pensar. Otra vez me dije: “¿No estoy siendo muy ambicioso cuando digo que pienso y luego que escribo?”. En definitiva, ¿podía establecer con seguridad absoluta que era una cosa que piensa? Llegado a este punto –al igual que ustedes– me encontraba aún más confundido que cuando me había sentado a escribir frente a esa vieja y pálida pantalla. A esta altura no sabía si era un cuerpo que escribía o una razón o alma escribidora, que pensaba por si o por un tercero más Grande. Cada vez que miraba las cosas que me rodeaban me parecían aún más extrañas. Si antes de aquella pregunta, esas cosas del mundo, me habían parecido inaccesibles e inabarcables, a partir de ella, eran ahora para mí absurdas y las encontraba vaciadas de sentido. Incluso, ya no podía reconocer ese cuerpo que al principio pensaba mío y tampoco ese pensar que también creía que me pertenecía. Otra vez y con desesperación me preguntaba: “¡¿Qué soy?! ¿Soy un cuerpo o un alma pensadora? ¿Soy una mezcla de esas dos?” Me contesté: “No, no soy ni una ni la otra, ni tampoco la tercera; creo tan solo ser, y ser el tiempo que sea siendo. Pero, ¿qué es el tiempo?...” Esos ojos que creía míos se empezaban a cerrar y los bostezos eran cada vez más ensordecedores. El cansancio era manifiesto. Mi objetivo se había cumplido. Eran casi las tres de la mañana. Necesitaba un buen descanso.