Por P.E.*
Vinos "25 años de democracia", boinas blancas, pins del radicalismo, posters de Alfonsín: esos eran algunos de los souvenirs que podían conseguirse en la Convención Nacional de la UCR, que se realizó el fin de semana pasado en la ciudad cordobesa de Mina Clavero. De inmediato se piensa en la liturgia: escudos, imágenes, frases; todos símbolos, puntos nodales, significantes flotantes de la historia política partidaria argentina.
La segunda profesionalización del periodismo producida en los 90 -la primera fue aquella inaugurada por Natalio Botana, para poner un título-, convirtió al periodista en noticia. La inversión es una de las principales responsables de que los medios salieran a combatir la liturgia. Está claro, el dirigente político resulta una clara competencia por el protagonismo que auguran distintas firmas, que funcionan más allá de los acontecimientos: sólo quieren asegurarse salir en la foto.
Esa liturgia -peronista o radical-, en los últimos 25 años fue permanentemente combatida; primero, por los que alguna vez, lúcidamente, Bonasso catalogó "neodemocráticos"; después, por aquellos enamorados del márketing myself, concepto que intenta destacar un estilo periodístico al que no le preocupa demasiado el proceso constructivo (literario, por qué no) de una nota, sino que simplemente quiere figurar. ¿Inconscientemente? ese tipo de periodismo es el principal enemigo de los símbolos partidarios. Cómplices de la "antipolítica" reclamada por Doña Rosa, determinados medios de comunicación se convirtieron en un actor que pretende el fin de la liturgia.
"Aparato", "punteros", "micros", "choripan", "populismo" son algunos términos utilizados para descalificar prácticas identitarias que, en definitiva, fueron fundamentales para la construcción política de un Estado-Nación inclusivo.
*publicado originalmente en Hacia el Bicentenario.
*publicado originalmente en Hacia el Bicentenario.