Por Facundo Carmona
Fiel a mi costumbre me levanto de la cama aprisa, caliento un poco de agua para el té y trato de respirar una bocanada de aire fresco. Imposible. La humedad aprieta en el pecho. En la TV el noticiero matutino muestra al Ejército Bordó movilizándose hacia zona de frontera.
Me siento en la computadora y trato de adelantar un poco de trabajo, leer algunas cosas de la facultad y dos o tres diarios. Actúo los ritos burgueses de mis abuelos a la perfección, me siento la consumación del ideal de la sociedad capitalista avanzada, de aquella imagen absurda propuesta por Hanna&Barbera en los Supersónicos.
Mientras alterno el trabajo con la lectura de los diarios, una selva ámbar asoma por debajo de la remera. No le doy mayor importancia. Sigo leyendo algunos cables de último momento: todavía no salgo de mi asombro por la situación en esas zonas exóticas y tropicales. Hasta hace algunos años las creía tan solo habitadas por tribus de mujeres tetonas, por lo general mucamas, que se casaban con dueños de estancias. Estos eran lo únicos hombres que moraban esas tierras. Su número era acotado porque, luego de dejar a su primera compañera, malévola aristócrata venida a menos, y de desposar a la camuca, éste era devorado por su amada y la familia proletaria de ésta.
El bosquecillo se extiende velozmente por mis brazos, la palma se mi mano adquiere una pigmentación pringosa, mi espumosa cabellera se opaca adquiriendo la suavidad de una chinchilla muerta.
Siguen las noticias escupiendo posibilidades de guerra. Un centímetro de pelo cubre mi cuerpo. Todavía hay quienes hablan de unidad latinoamericana. Me rió, aunque más que risa es un gruñido atroz. Espero estar equivocado y recobrar mi bella piel.
Me siento en la computadora y trato de adelantar un poco de trabajo, leer algunas cosas de la facultad y dos o tres diarios. Actúo los ritos burgueses de mis abuelos a la perfección, me siento la consumación del ideal de la sociedad capitalista avanzada, de aquella imagen absurda propuesta por Hanna&Barbera en los Supersónicos.
Mientras alterno el trabajo con la lectura de los diarios, una selva ámbar asoma por debajo de la remera. No le doy mayor importancia. Sigo leyendo algunos cables de último momento: todavía no salgo de mi asombro por la situación en esas zonas exóticas y tropicales. Hasta hace algunos años las creía tan solo habitadas por tribus de mujeres tetonas, por lo general mucamas, que se casaban con dueños de estancias. Estos eran lo únicos hombres que moraban esas tierras. Su número era acotado porque, luego de dejar a su primera compañera, malévola aristócrata venida a menos, y de desposar a la camuca, éste era devorado por su amada y la familia proletaria de ésta.
El bosquecillo se extiende velozmente por mis brazos, la palma se mi mano adquiere una pigmentación pringosa, mi espumosa cabellera se opaca adquiriendo la suavidad de una chinchilla muerta.
Siguen las noticias escupiendo posibilidades de guerra. Un centímetro de pelo cubre mi cuerpo. Todavía hay quienes hablan de unidad latinoamericana. Me rió, aunque más que risa es un gruñido atroz. Espero estar equivocado y recobrar mi bella piel.
(* Ilustración creada por este humilde servidor el 05/03/08. En vísperas de... nada?)