Por Ignacio Maciel
Suponiendo que el propósito de esta breve reseña fuese hipostasiar, darle el ser al policial negro, ése género bastardo en el que buscaron asilo político los autoexiliados de la patria circunspecta de los literatos, deberíamos decir que lo que le da densidad ontológica es un objeto que deviene lugar: el cigarrillo. No hay policial negro sin detectives que no sean empedernidos fumadores, que no busquen en ese menudo objeto, en ese atenuante de los vértigos, el lugar dilecto en donde todo se resuelve. Es el espacio en el que Phillip Marlowe, pongamos por caso, pone entre paréntesis el flujo temporal de los cuerpos que se aparean en el laberinto cosmopolita y condensa ahí, en ese remanso, en el cigarrillo, todas las variables, todos los posibles del crimen a descular. El cigarrillo es el lugar dilecto que el detective elije para ponerse a pensar. Es ahí donde la clarividencia es posible...
El sobretodo, los sombreros, el nublado invernal o los autos negros funcionan como soportes escenográficos, caracterizaciones que le dan cierta identidad al género, pero nada de la trama se resuelve por o en ellos. Son meros objetos. Y ninguno provoca en el protagonista esa suma cavilación a la que se llega luego de clavar la vista en el horizonte inmediato que toda ciudad proporciona, mientras una buena pitada de tabaco atempera las cosas...
Suponiendo que el propósito de esta breve reseña fuese hipostasiar, darle el ser al policial negro, ése género bastardo en el que buscaron asilo político los autoexiliados de la patria circunspecta de los literatos, deberíamos decir que lo que le da densidad ontológica es un objeto que deviene lugar: el cigarrillo. No hay policial negro sin detectives que no sean empedernidos fumadores, que no busquen en ese menudo objeto, en ese atenuante de los vértigos, el lugar dilecto en donde todo se resuelve. Es el espacio en el que Phillip Marlowe, pongamos por caso, pone entre paréntesis el flujo temporal de los cuerpos que se aparean en el laberinto cosmopolita y condensa ahí, en ese remanso, en el cigarrillo, todas las variables, todos los posibles del crimen a descular. El cigarrillo es el lugar dilecto que el detective elije para ponerse a pensar. Es ahí donde la clarividencia es posible...
El sobretodo, los sombreros, el nublado invernal o los autos negros funcionan como soportes escenográficos, caracterizaciones que le dan cierta identidad al género, pero nada de la trama se resuelve por o en ellos. Son meros objetos. Y ninguno provoca en el protagonista esa suma cavilación a la que se llega luego de clavar la vista en el horizonte inmediato que toda ciudad proporciona, mientras una buena pitada de tabaco atempera las cosas...