miércoles, 21 de mayo de 2008

Reloj de papel

Por Gonzalo Méndez

Las 20.40 y el subte pasa vacío, oscuro y sin rumbo por las vías de la estación Uruguay. Un cartel me mira fijo mientras un chico verde hace gimnasia sobre un pasamano. El reloj da las 20:42 y se respira el mismo aire, aunque distinto, fugaz, eterno e inaccesible. Tres personas entran en el andén con instrumentos al hombro. Un ensayo, un proyecto, la música, un sueño cargado del más tierno idealismo, ingenuo y sin culpas ni arrepentimientos. La señora de enfrente se sienta, cansada de esperar por tantos años aquello que nunca vio y que jamás verá. Se levanta y, en un ademán, se trepa ágilmente al vagón de la locomotora. Cierro los ojos, no está más. De golpe, el mp3 neoyorquino me devuelve, y me saca, a cada instante del lugar en el que estoy, me eleva, y me arroja, en cada momento que pestañeo al piso que vivo. Abro los ojos. Un ruido, una luz, me subo, me voy, me escapo…