Por Gonzalo Méndez
Una gorra azul, colgada en la punta de una pequeña escalera roja, observa como una luz verde titila, intermitente, en un negro aparato tecnológico que mira a dos jóvenes bailarines que danzan sin tocarse. Sobre ellos un saco marrón pende de un hilo transparente, mientras un vestido rosa camina la escena con una regadera metalizada. Huelo las tijeras cortar la respiración agitada de giros, siento el cuerpo entumecido, encajado dentro de una maceta. Veo. Pienso. Escucho. La señal sonora indica que debo descender.
Una gorra azul, colgada en la punta de una pequeña escalera roja, observa como una luz verde titila, intermitente, en un negro aparato tecnológico que mira a dos jóvenes bailarines que danzan sin tocarse. Sobre ellos un saco marrón pende de un hilo transparente, mientras un vestido rosa camina la escena con una regadera metalizada. Huelo las tijeras cortar la respiración agitada de giros, siento el cuerpo entumecido, encajado dentro de una maceta. Veo. Pienso. Escucho. La señal sonora indica que debo descender.