Por Ignacio Maciel
Paris, otoño de 1979. Nikos Poulantzas ha decidido resolverse. Y escribe:
Hoy es el día en que la felicidad será posible. Una felicidad plena, sin fisuras. El divorcio con las cosas no será sino una nota al pie en el anecdotario de la eternidad, pues me espera un reintegro metafísico para nada desdeñable: seremos con el mundo una única voluntad, un magma imperturbable. Algo así como un Espíritu Absoluto, una consumación, una teleología vital. La dialéctica de lo Uno y lo Múltiple finiquitada por un pase de magia de mi autoría, sutil y necesario.
Serán de otros los tiempos de la historia, reducida hoy a microesferas discontinuas, a parodia de la identidad. La Historia se ha derrumbado como un edificio de frágiles cimientos ideológicos. Y escribo esta declaración de principios desde el fondo mismo de esas ruinas, desde este caos de ladrillos y cemento. Soy parte de ese caos; soy un escombro ideológico que reniega su condición. Poco me importan ya los poderes y sus lógicas, la astucia de los canallas y de los cobardes, la sangre periférica o las estratagemas del miedo, porque hoy, en breve, en nada, la felicidad será posible.
Si la usina de la esperanza ha agotado su combustible vital, no debemos resistir. La modestia me ha enseñado que sólo los miserables piden prórrogas y que, bajo determinadas circunstancias, resignación es el sinónimo que mejor le cuaja a grandeza. Recogeré ya mismo mis libros, los únicos que tienen la potestad de hablar en mi lugar. El balcón me llama. En breve, en nada, mi carne bajará como un vértigo los poco más de veinte metros que me separan del suelo y de la felicidad plena.
La conciencia llega tarde a todos lados, incluso al momento de nuestra muerte.
Paris, otoño de 1979. Nikos Poulantzas ha decidido resolverse. Y escribe:
Hoy es el día en que la felicidad será posible. Una felicidad plena, sin fisuras. El divorcio con las cosas no será sino una nota al pie en el anecdotario de la eternidad, pues me espera un reintegro metafísico para nada desdeñable: seremos con el mundo una única voluntad, un magma imperturbable. Algo así como un Espíritu Absoluto, una consumación, una teleología vital. La dialéctica de lo Uno y lo Múltiple finiquitada por un pase de magia de mi autoría, sutil y necesario.
Serán de otros los tiempos de la historia, reducida hoy a microesferas discontinuas, a parodia de la identidad. La Historia se ha derrumbado como un edificio de frágiles cimientos ideológicos. Y escribo esta declaración de principios desde el fondo mismo de esas ruinas, desde este caos de ladrillos y cemento. Soy parte de ese caos; soy un escombro ideológico que reniega su condición. Poco me importan ya los poderes y sus lógicas, la astucia de los canallas y de los cobardes, la sangre periférica o las estratagemas del miedo, porque hoy, en breve, en nada, la felicidad será posible.
Si la usina de la esperanza ha agotado su combustible vital, no debemos resistir. La modestia me ha enseñado que sólo los miserables piden prórrogas y que, bajo determinadas circunstancias, resignación es el sinónimo que mejor le cuaja a grandeza. Recogeré ya mismo mis libros, los únicos que tienen la potestad de hablar en mi lugar. El balcón me llama. En breve, en nada, mi carne bajará como un vértigo los poco más de veinte metros que me separan del suelo y de la felicidad plena.
La conciencia llega tarde a todos lados, incluso al momento de nuestra muerte.