Nunca imaginé que rendir (bien) el último final en la UBA me iba a dejar tan poquito: evaluaciones policíacas, reproducción de conocimiento en serie, pobreza intelectual.
Por otra parte, para no ser injustos, el recuerdo de profesores brillantes (los menos, lamentablemente) que te abren las puertas a la producción (ex nihilo) del saber, además de invitarte a un viaje quijotesco: discutir con el sentido. Me olvidaba de lo académicamente más bello: amigos, pasillos, tertulias, cigarrillos y alcohol.