jueves, 19 de febrero de 2009

Transpirar en farenheit


La imagen de mi mismo levantándome durante el verano es una escena cinematográfica (antiestética) de calor. Primero me despierto tapado por el aire acondicionado, pero al salir de la cama la temperatura corporal parece subir mil grados. El baño, la cocina, el comedor están calientes. Los pelos enmarañados de mi cabeza aumentan los grados centígrados. Miro la biblioteca y pienso en Bradbury y en Farenheit 451; siempre quise saber a qué temperatura se quemaba el papel en Buenos Aires (232,7777777777778 grados centígrados, me asegura un conversor que encontré en Google). Tener libros inmóviles en tu casa es parte de la masturbación fetichista burguesa, asegura un profesor de la Facultad de Sociales. Sé que tiene razón, pero igual no los presto. Sueño pesadillas de grandes incendios en bibliotecas. Alejandría, Borges y Babel sontodolomismo y sufren persecuciones de bomberos incendiarios. Yo, desde adentro, transpiro y no puedo hacer nada. Me despierto con John Berger pegado a una pierna. El aire acondicionado está apagado. El baño, la cocina, el comedor y el cuarto están calientes.