lunes, 29 de octubre de 2007

Sobredosis de TV


Ante todo, adoro la televisión. Considero que junto a otro montón de tecnologías forma parte de una gama de productos de primera necesidad. Sin embargo, eso no significa que muchas veces (casi siempre) no sea berreta. En general, la TV es mala. En realidad no el aparato, sino lo que se pone adentro. En principio no tenía intención de escribir acerca de las elecciones del domingo (laburo de eso). Antes me interesaba hacer un comentario del recital de Soda, pero bueno, la sobredosis televisiva de las elecciones se llevó puesto los cinco River (que hasta ahora fueron tres).

No tengo pensado escribir comentarios sobre los resultados, quién votó a quién, etc. Simplemente me llamó la atención el domingo la catarata de viejas quejosas (sean viejos, sean señoras, sean pendejos), que llevaron adelante una cruzada (incentivada por los medios, claro está) pro republicana de quejas al por mayor (en realidad, quejas en doce cuotas). Escuchaba esta mañana por la radio a una mina que se quejaba porque no hubo autoridad de mesa hasta las nueve y algo. El conductor del programa –chupa culo con uno de sus dieciséis oyentes- asentía. En ningún momento, ni a la flaca que se quejaba ni al conductor que condescendía, se les ocurrió preguntarse: ¿¡Por qué carajo no se quedó la mina como presidente de mesa!?

La cultura mediática del “resuélvanme las cosas” absurdamente se instaló en la sociedad. La falta de voluntad, de mover el orto que tenemos llega a niveles insospechados. Quiero evitar la solemnidad fastidiosa, pero me interesaba plantear la idea de que de una vez por todas se tiene que terminar con la creencia de que “el otro” debe solucionar nuestras dificultades. Acá no se está hablando de Estado presente o Estado ausente, ni de un tipo de modelo económico, sino que tiene que ver con una postura individual ante el mundo. Si querés algo, salí a buscarlo. Tampoco se trata de ser desconsiderado con nadie, ni nada por el estilo, sino que la cuestión está, primero, en tomar distancia de las cosas. Saber que todo es absurdo. Después volver a creer, pero consciente de que nadie te tiene que dar absolutamente nada desde afuera. Está adentro de cada uno la posibilidad de salir al universo.

Es necesario, individualmente, finalizar con las vidas semióticas. Uno no es sólo un signo que tiene designado un casillero; uno es carne, es una persona corporal que siente, que observa, que escucha, que toca, que olfatea, que degusta, que coge, que caga... Basta de identificarnos con las vidas ajenas intangibles. Rompamos con los arquetipos de lo que debemos ser. Disfrutemos de la tele, pero evitemos mirarla como si fueran evangelios policíacos que indican qué tenemos que hacer. Simplemente, olvidémonos: ni la sobredosis de TV, ni Soda nos van a resolver nada... pero ojo, pueden encantarnos.