sábado, 13 de octubre de 2007

Un día


Por Gonzalo Méndez

Me desperté y miré por la ventana. El sol estaba ahí, como siempre. El día empezaba otra vez y terminaba. Igual que ayer estaba en la cama, tapado y con mi mano derecha debajo de la almohada que nunca lavé. Del mismo modo que mañana lo haré, tomé el control y encendí la televisión que nunca funcionó. Luego, escuché el mismo sonido del 102: dirección hidráulica, primera, acelera un poco y frena de golpe cuando alguien lo para justo en la esquina. Salí de la cama.

Fui al mismo baño que había ido ayer y con fuerza sostuve el cepillo de dientes que mañana voy a usar. Lo moví frenéticamente de un lado a otro. Algunos vestigios de sangre de mis encías caían en dirección al lavatorio. Pero esas encías, ¿son mías? Sé que las tengo hoy y probablemente mañana. Aún así dudo que sean mías o que realmente me pertenezcan. Es decir, porque las porto y las llevo conmigo, ¿puedo decir que son una posesión mía? No lo sé. Salí del baño.

Entré a la cocina y agarré la taza que dice Gonzalo: nombre de origen germánico, dispuesto a la lucha. Pensé que todos los que alguna vez abrieron y cerraron los ojos deberían tener esta taza. La cargué de leche hasta el tope, como había hecho ayer y como mañana haré con el vaso de cerveza. Me senté en una silla y bebí la fresca leche casi de un sorbo. Apoyé la taza sobre una mesa. Me levanté y fui al living.

Levanté del suelo la guitarra que mi novia bautizo Poly. Me tiré sobre el sillón con la guitarra sobre mi cuerpo. Otra vez, ¿es mi cuerpo? Encendí el amplificador que nunca grito. Coloqué el dedo índice, anular y medio de la mano izquierda sobre la Epiphone. Toqué su segunda, cuarta y quinta cuerda sobre su primer, segundo y tercer traste. En mi…, pero otra vez lo mismo! En la mano derecha sostenía entre el dedo pulgar e índice una diminuta pieza que llaman púa. Cuando moví esta mano sobre las cuerdas apareció súbitamente un sonido. Era DO. Ese acorde que la noche anterior había sonado en Arte X 3, que en este momento sonaba y que mañana haré sonar en una Fender. Ese sonido que otros habían tocado y que tocarán alguna vez. Dejé mi guitarra sobre el sillón. Pero, es que no puedo dejar de decir mi esto, mi lo otro. Si a la guitarra ni siquiera la llevo como a las encías, ¿puedo decir que es mía? Tendría menos autoridad para decirlo, me parece.

Entré una vez más a la habitación y miré por la ventana. La luna estaba ahí, como siempre. El día terminaba otra vez y comenzaba. Me recosté sobre la cama sin tender, como había hecho en el pasado y haré en el futuro, pero desde el presente. Escuché el mismo ruido a colectivo, ahora era el 39. Cerré los ojos esperando un nuevo mismo día.