Por Patricio Erb
Perdido por la ciudad que siempre duerme, irremediablemente camino por avenidas que conducen a la irrealidad de los sueños. Libros que leen a los hombres; perros que pasean de un collar a sus dueños; madres que le levantan las polleras a sus hijas; cafiolos gritando piedad ante los gargajos de la putas; Buenos Aires mirando al río. Ahí adentro me siento bien, me despierto y me duermo mil veces feliz; ciego, sordo, mudo... me alcanzan los aromas y las curvas de los cuerpos de mujer; con ellos veo sus ojos, escucho sus susurros y les digo palabras maravillosamente podridas al oído. Detrás del espejo pierdo el respeto: escupo a las viejas, meo en los buzones, insulto a la policía... escribo, simplemente escribo.