Por Patricio Erb
"En honor a Chandler" quisiera escribir una carta contando las vicisitudes de lo que fue el inicio de una escalada matrimonial entre mis amigos de la primera edad, pero las letras del acontecimiento tendrían que tener como escenario al crimen y al hampa, además de Philip Marlowe como protagonista del relato. Más allá de que el señor del Sueño Eterno supo contar el detrás de escena de, por ejemplo, la alfombra roja hollywoodense alejándose así de los taqueros corruptos y los proxenetas, pienso que Capote sería el sujeto ideal para comentar la fiesta del sábado: el viejo puto que te mira la pija de reojo desde el mingitorio vecino; la madre de la novia que se siente "viva" al calentar a los amigos del yerno con sus tetas de 2500 pesos y un culo duro de más de diez horas de gimnasio por semana, mientras su esposo se emociona como un mariconcito cuando proyectan fotos de cuando era chiquita "la princesita" que ahora coge como una yegua (varios de los que estaban en el casamiento la probaron); las que sienten el estigma de la soltería aunque tengan ventitantos; los "le doy cinco años", vaticinio infaltable de la puta envidiosa que se dice "la mejor amiga"; la adolescencia contigua de los idiotas amigos del novio que encuentran su orgasmo saltando como energúmenos en el medio de la pista, al unísono que las viejas se sientan atemorizadas a que un empujón las haga tropezar fracturándole la cadera; las chicas que dicen "qué pendejos" (en relación a los idiotas amigos del novio); el alcohol mal tomado: cerveza, vino, whisky sin disciplina que lleva a arrojar cualquier cosa: pan, cuchillos, tenedores y centros de mesa de una punta del salón a la otra, cortándole la frente a un familiar cercano de "la princesita" vestida de blanco, que como loco quiere ir a agarrarse a piñas con los diez flacos que antes saltaban como energúmenos en el medio de la pista; la novia que empieza a discutir con el novio, que intenta explicarle la actitud de los amigos; el sector femenino que se junta: viejas, veteranas y pendejas que desaprueban la desubicación de los jóvenes licenciados en facultades privadas, que el lunes contarán en la oficina que estuvieron en un casamiento "de puta madre"; los mozos que cumplen la orden de cuidar el establecimiento persiguiendo toda actitud sospechosa de los adolescentes contiguos, quienes a esa altura de la madruga ya tienen la camisa afuera del pantalón y el nudo de la corbata aflojado hasta el pecho; el carnaval carioca disfrazado de cuartetazo cordobés; el corte de la torta (posterior a la tira de la cintita con el anillo que sacó una gordita, que festeja a pesar de que la totalidad de los invitados que la miran piensan que jamás en su vida llena de pajas se va casar); el ocultamiento del desayuno para que todos se las empiecen a tomar; el souvenir; los abrazos; los repetitivos "felicidades"; el cansancio que acosa; y finalmente, la resaca de una fiesta interminable que seguramente el sobrio Raymond hubiera detestado.
"En honor a Chandler" quisiera escribir una carta contando las vicisitudes de lo que fue el inicio de una escalada matrimonial entre mis amigos de la primera edad, pero las letras del acontecimiento tendrían que tener como escenario al crimen y al hampa, además de Philip Marlowe como protagonista del relato. Más allá de que el señor del Sueño Eterno supo contar el detrás de escena de, por ejemplo, la alfombra roja hollywoodense alejándose así de los taqueros corruptos y los proxenetas, pienso que Capote sería el sujeto ideal para comentar la fiesta del sábado: el viejo puto que te mira la pija de reojo desde el mingitorio vecino; la madre de la novia que se siente "viva" al calentar a los amigos del yerno con sus tetas de 2500 pesos y un culo duro de más de diez horas de gimnasio por semana, mientras su esposo se emociona como un mariconcito cuando proyectan fotos de cuando era chiquita "la princesita" que ahora coge como una yegua (varios de los que estaban en el casamiento la probaron); las que sienten el estigma de la soltería aunque tengan ventitantos; los "le doy cinco años", vaticinio infaltable de la puta envidiosa que se dice "la mejor amiga"; la adolescencia contigua de los idiotas amigos del novio que encuentran su orgasmo saltando como energúmenos en el medio de la pista, al unísono que las viejas se sientan atemorizadas a que un empujón las haga tropezar fracturándole la cadera; las chicas que dicen "qué pendejos" (en relación a los idiotas amigos del novio); el alcohol mal tomado: cerveza, vino, whisky sin disciplina que lleva a arrojar cualquier cosa: pan, cuchillos, tenedores y centros de mesa de una punta del salón a la otra, cortándole la frente a un familiar cercano de "la princesita" vestida de blanco, que como loco quiere ir a agarrarse a piñas con los diez flacos que antes saltaban como energúmenos en el medio de la pista; la novia que empieza a discutir con el novio, que intenta explicarle la actitud de los amigos; el sector femenino que se junta: viejas, veteranas y pendejas que desaprueban la desubicación de los jóvenes licenciados en facultades privadas, que el lunes contarán en la oficina que estuvieron en un casamiento "de puta madre"; los mozos que cumplen la orden de cuidar el establecimiento persiguiendo toda actitud sospechosa de los adolescentes contiguos, quienes a esa altura de la madruga ya tienen la camisa afuera del pantalón y el nudo de la corbata aflojado hasta el pecho; el carnaval carioca disfrazado de cuartetazo cordobés; el corte de la torta (posterior a la tira de la cintita con el anillo que sacó una gordita, que festeja a pesar de que la totalidad de los invitados que la miran piensan que jamás en su vida llena de pajas se va casar); el ocultamiento del desayuno para que todos se las empiecen a tomar; el souvenir; los abrazos; los repetitivos "felicidades"; el cansancio que acosa; y finalmente, la resaca de una fiesta interminable que seguramente el sobrio Raymond hubiera detestado.
*Relato de un casamiento (marzo 2007)