jueves, 26 de julio de 2007

Fiebre amarilla


Por Patricio Erb

“¡Ouh!!”; “¡Pequeño demonio!”; “¡Me aburro!”; “Hmmmm”; “Aaaaggg”; “¡Babosos!”; “¡Cómo se atreve!”; “¡Te voy a...!”; “Matanga... dijo la changa”; “Estúpido Flanders". A simple vista, un maravilloso sin fin de latiguillos animados homerianos. Detrás de los rostros amarillos, una infinidad de oraciones sin desperdicios.

Una vez un cinéfilo fanático de El Padrido me dijo: “Cada frase es por algo; ningún plano está de más, todos tiene un significado”. La perfecta descripción de la genial trilogía de Coppola, tranquilamente puede asimilarse con el armado de la familia norteamericana más famosa del mundo.

Una introducción, un nudo y un desenlace decía mi amigo Ignacio para agasajar la escritura de Fontanarrosa. Con los Simpson pasa exactamente lo mismo: un principio que sirve como excusa para un relato que tiene una resolución; tan sencillo como eso.

Joder, son las tres de la mañana. Se estrena la película de una serie que, creo, marcó mí generación: “La generación Simpson”. Antes de sentarme a escribir miraba uno por uno los títulos del programa de TV que nunca dejo de mirar: “Los zapping killers”, los llamó el periodista de Página/12 Eduardo Fabregat; ese programa de televisión que apenas aparece en la pantalla provoca instantáneamente un descanso para el dedo gordo.

No vi la película aún (creo que no circula pirateada); no creo que la mire esta semana de vacaciones de invierno en Buenos Aires. Seguramente me hubiera fascinado ir al cine allá por el 92 ó 93 en el descanso de dos semanas de escuela. Me divertiría mirar en pantalla grande el momento en que Bart llamaba en joda a Moe, o ciertos cánticos del cabeza de cepillo amarillo que irritaba a un Homer iracundo.

Ahora, quince años después, en un recuento de los capítulos de las primeras temporadas (los de “oro” para ciertos solemnes), puedo volverlos a mirar con placer. Me encanta disfrutar de la amistad musical de Lisa con “Encías Sangrantes” (“Moaning Lisa”; capítulo 6), o de cuando Homero convence a Burns de que como gobernador podría favorecer legislativamente a su empresa (“Dos coches en cada garage y tres ojos en cada pez”; capítulo 17) o de la noche en que Moe le roba el trago a Homero (“Llamarada Moe”; capítulo 45).

Disfruto de los capítulos de las primeras temporadas (realmente menos absurdos), con el mismo énfasis que los nuevos. Desde la crítica a la religión: "Homero hereje" (capítulo 62), donde al final del episodio mantiene un diálogo maravilloso con Dios, en el cual parece que Matt Groening (creador de los Simpson) nos va revelar el sentido de la vida*, hasta una sátira de El Ciudadano de Welles (“El oso de Burns”; capítulo 85).

A dieciocho años de su creación, con dieciocho años más desde ese 1989 que se estrenó en los Estados Unidos, los Simpson te permiten mirarlos... leerlos en nivel político (que pelotazo suena esta oración). “Bart contra Australia” (capítulo 119) o “Dos malos vecinos” (capítulo 141), donde George Bush padre (crítico de la serie en el momento de su estreno), se muda enfrente de la casa de la familia amarilla, en Springfield, porque “es la ciudad con más abstencionismo” a la hora de votar, le dice Barbara, la esposa del ex presidente, a Marge.

Los Simpson también disfrutan desenmascarando las miserias de la sociedad norteamericana: “Bart de noche” (capítulo 158, donde Bartolomeo comienza a trabajar en el burdel del pueblo, al que asisten a a escondidas todos los personajes) o “Basura de Titanes” (capítulo 200, ganador del Emmy), donde Homero, gracias a promesas electorales inconcebibles, se hace cargo de la recolección de basura en la ciudad.

Asimismo, “Lisa comentarista” (capítulo 199), muestra el estilo de la prensa americana marcada por un tradición amarillista, mediante la cual se encargan de mantener el stato quo estadounidense (“Los amigos de Bart”, columna periodística de Bart).

“Homero al máximo” (capítulo 216) cuando Homero se cambia el nombre a Max Power o “HOMR” (capítulo 257) en el que Homero descubre que tiene un crayón en el cerebro que no le permitía ser inteligente, cierran una pequeña lista de capítulos que simplemente recuerdo haber disfrutado.

Para terminar por esta noche con la fiebre amarilla, quería escribir que con la película que se estrena esta tarde (donde seguramente encontraremos guiños a clásicos del cine hollywoodense, críticas a la sociedad americana, dardos al gobierno, observaciones mafaldistas de Lisa, expresiones nostálgicas de Marge, transgresiones de Bart, ¿la primera palabra de Maggie?, además de una serie de gags interminables de Homero), ante todo, más allá de las falsas exigencias que podría solicitarle, me permitiré disfrutar de los “¡Ouh!!”; “¡Pequeño demonio!”; “¡Me aburro!”; “Hmmmm”; “Aaaaggg”; “¡Babosos!”; “¡Cómo se atreve!”; “¡Te voy a...!”; “Matanga... dijo la changa"; "Estúpido Flanders".

(*) Homer: Dios, ¿cuál es el sentido de la vida?
Dios: No, Homer, tendrás que esperar hasta que mueras para saberlo.
Homer: ¡Jo! ¡No puedo esperar tanto!
Dios: ¿No puedes esperar seis meses?
Homer: No, dime...
Dios: Bueno, la razón es que... (Termina el capítulo
)