viernes, 11 de enero de 2008

"¡Es tan cómodo ser menor de edad!"


Por Ignacio Maciel

Nos detendremos unos momentos en el texto de Kant “¿Qué es la Ilustración?”. Texto de importancia capital no sólo para intentar un análisis de orden filosófico sino también para hacer una interrogación que afecta lo político, tanto en lo institucional como en lo individual. Esta interrogación se hace necesaria en tanto Kant comienza a responder la pregunta lanzada por la Revista mensual de Berlín con una breve pero cabal definición de la minoría de edad. Pregunta: ¿qué es la Ilustración? Respuesta: la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. Pero ¿qué significa ser menor de edad? La minoría o mayoría de edad no tiene absolutamente nada que ver ni con un desarrollo psicofísico (como lo quieren las ciencias positivas, en especial la medicina) ni con una figura jurídica (figura que necesariamente debe apoyarse en las definiciones que aporta la ciencia) ni con una dependencia onanista (como le gusta al psicoanálisis). Ser menor de edad, en Kant, significa no poder servirse del propio entendimiento; ser esclavo de la religión, de la medicina, incluso de los libros. La minoría de edad está dada por la existencia de tutores, esos vigilantes de nuestra moral, nuestra dieta y nuestro entendimiento. ¿Qué significa esa estupidez que hace de la mayoría de edad un punto fijo en la temporalidad vital? Ser menor de edad es estar sumido sin atenuantes a la comodidad más abyecta; no es, ni de lejos, tener siete, diez o quince años. Es cómodo que otros decidan por mí: entre otras cosas, me ahorra de la agotadora tarea obrar éticamente, de preguntarme ante cada acontecimiento sobre el devenir de mi accionar. La comodidad no es compatible con la crítica, signo indiscutible de la Ilustración. “¡Es tan cómodo ser menor de edad!”[1]. Ahora bien, esa comodidad es un efecto propiciado por la sumatoria de cobardía y pereza. Ser mayor de edad implica dejar los aposentos y salir al ruedo.

Estas respuestas de Kant nos sirven para pensar las representaciones que, casi 250 años después, nosotros tenemos de la minoría de edad, nos sirven también para pensar el fenómeno escolar como fenómeno que afecta a menores de edad. El problema estriba en creer que la escuela alberga en su seno a “naturales” menores de edad. Antes bien, la escuela produce menores de edad, subjetiva menores de edad; la escuela recibe individuos y devuelve menores de edad. Cuando decimos escuela estamos pensando también en la universidad, institución paradigma de la minoría de edad. Desde ya que hay profesores que alientan una ascética de la movilidad y promueven una salida de la comodidad, pero no es este el objetivo de la institución en cuanto tal. Se equivocan aquellos que creen que uno se inserta en la institución escolar para aprender; uno va a la escuela a hacerse sumiso y temeroso del todo. La escuela no enseña a pensar, enseña a obedecer. Y esto lo consigue mediante un complejo entramado de disposiciones disciplinarias, inscriptas en una determinada relación de poder, que dan como resultado un sujeto cobarde y perezoso: el ciudadano.

La escuela puede representar (es decir, subjetivar) menores de edad porque su aparato discursivo selecciona estratégicamente sus asientos teóricos y prácticos. Representa no de una manera anárquica y casual, sino de una manera racionalmente ordenada. Dice Sandra Carli en su texto El problema de la representación. Balances y dilemas: “(…) diríamos que la representación del niño remite a una relación asimétrica, en la cual (…) el representante adulto se ubica en una posición no simétrica, no horizontal, no de paridad respecto del niño. Si bien esta relación de representación entre otros actores sociales, en este caso la diferencia radica en el status civil, en la mayoría de edad del adulto y en la minoría de edad del niño”. Esta disimetría puede darse solamente por el carácter racional de las estrategias discursivas que conforman a la escuela moderna. La escuela es hija directa del positivismo y de la idea de progreso: como todo progresa naturalmente, la minoría de edad puede delimitarse etariamente. ¿Pero qué pasaría si los cánones para definir la minoría y la mayoría de edad no fuesen los de la ciencia y fuesen los de Kant? La autoridad estaría sometida a la contingencia y la previsivilidad necesaria a todo proyecto político se caería por un barranco. Si la escuela tomase a Kant como bandera, podría suceder que un alumno obtenga la mayoría de edad muchísimo antes que su docente, y la autoridad “inmanente” a todo proceso de aprendizaje se disolvería. Es por esto que llegamos a la siguiente conclusión: la escuela es una institución moderna hasta la médula, pero de ningún modo puede considerarse tributaria de la Ilustración como proyecto ético-político. La escuela nos prepara para todo, menos para ponernos cara a cara con la peligrosidad íntima que nos constituye. “¡Muévete!”, tal es la divisa de la Ilustración. “¡Reposa tu comodidad y tu miedo!”, tal el edicto que la escuela moderna (demasiado moderna) profiere.

[1] Kant, Emmanuel. “¿Qué es la Ilustración?”, página 33, Caronte Filosofía, 2004.