jueves, 3 de enero de 2008

La verdad al quirófano


Por Ignacio Maciel

Desligar a la verdad de la tranquilidad de las identidades, de su paz perpetua, e introducirla dentro de las esferas peligrosas en donde el absurdo linda con la violencia diáfana de las coherencias. He aquí el proyecto que Nietzsche inaugura y que Foucault continúa, dándole la carnadura histórica de las minucias, de aquellos sucesos desdeñados por las cumbres solemnes a la que han escalado tanto la historia como la filosofía. La verdad a la que apuntaban filósofos e historiadores era un juego de reconocimientos libres de humo; un juego de continuidades sin mácula que permitan la ciencia estricta de la futurología y la tranquilidad de encontrar siempre el mismo rostro en el espejo. La verdad como ansiolítico y como punto de partida. Ahora bien, ¿por qué decimos que Nietzsche y Foucault tienen como propósito (el mismo propósito) descalabrar esa trama discursiva que se ha erigido a nuestras espaldas y a la que llamamos verdad? En primer lugar, porque rechazan de plano la inconcebible idea de una verdad que trascienda lo humano. En segundo lugar, porque el hombre (ese invento de hace apenas dos siglos) no es el espécimen privilegiado del orbe que tomará esa verdad que lo trasciende y la llevará hasta las cimas, hasta la más algebraica pureza. No. Este animal inteligente inventó el conocimiento, es decir, la verdad, movido por la vanidad y la sed de poder y dominio. ¿Y si nos mantenemos sólo dentro de lo humano y buscamos la pura esencia de ese invento? ¿No existe, al menos, pureza de la verdad humana y sólo humana? Nuevamente, no. Pues la verdad, para Nietzsche, y este es el punto de anclaje de toda la obra foucaultiana, es vinculante, surge de la mezcla, del enfrentamiento, del choque de las espadas que producen chispas de diferente material al de las espadas. La verdad, desde su comienzo, es mestiza. Porque no nace de la contemplación sino, más bien, del combate. Entonces, a lo largo y a lo ancho del devenir, la verdad tiene tantos comienzos como combates haya: nunca fija, siempre móvil la verdad. Pues bien, a esa movilidad de un “ejército de metáforas”, Foucault lo llama discontinuidad o episteme. Resumiendo (que no es sino una forma de la brutalidad): sólo a partir de la reconceptualización que Nietzsche hizo de la verdad fueron posibles los análisis aplicados de Foucault a la locura, la prisión, las ciencias humanas, etc.

Tanto Nietzsche como Foucault ponen a la verdad en la mesa de disección: la abren, la desmenuzan, escrutan sus órganos más ínfimos y sus lógicas de funcionamiento vital. Se lanzan, sin mezquindad y sin pudor, a soportar la certeza del más preciado de los artilugios temporales que el hombre ha urdido para buscar una eternidad siempre postergada. La verdad tampoco puede escapar a la finitud.

Nietzsche en el siglo XIX; Foucault en el XX. Y la verdad en el quirófano, como cualquiera de los mortales.