sábado, 8 de septiembre de 2007

(Bailando) sobre tumbas*


Por Nayla Sbarbati

Con voz rencorosa y violenta, con desesperación, e interés le comentó la mujer ante todo:

-Te he advertido que te traerá tristeza, únicamente en la soledad.

Hablaba de todos, hablaba en general con cierto alivio, de la comprensión total del alma humana, de un ser sangrientamente próximo a la muerte.

Con sus complicaciones y recovecos, comprendió que era la misma Cristina a quien se refería.

Cuando todavía estaba viva en su juventud, se dio cuenta de cuantos episodios tendría por delante sí su destino no seria el predestinado, el cual turbio la felicidad de aquella tarde muy igual a otras anteriores.

Aun involuntariamente sus ojos se habían cerrado y parecía adormecida, casi, pero al final no era eso precisamente.

-Que se muera sola como un perro- pensó, como quien vuelve a la dura realidad y empieza a rememorar.

Anduvo rondando la casa de Barracas y luego se detuvo nuevamente, eran pasos cautelosos y espaciados, ninguna otra cosa era posible hacer, en la situación que se encontraba su mente

Como pensativo, sus ojos lacrimosos esperaban ver a su mujer ya desaparecida, llevando la mano a la boca parecía despertarse del ensueño, sentía a la vez una fuerza cósmica de odio, y de indecible tristeza, que le impulsaba a realizar actos portentosos, pero se quedo paralizado, mirando con miedo y escuchando que alguien murmuraba que no debía hacerlos, trató de calmarse poco a poco, en vano, la furia crecía a cada instante que transcurría.

Los murmullos aceleraban y comenzaban a transformarse en gritos feroces de dolor, un dolor producido por la impotencia que aparecía al analizar su reacción frente a la asombrosa noticia de algunos minutos antes.

El tiempo había pasado, no encontraba nada en su vacío, como para revertir la situación, ninguna mísera palabra o solución, de la persona que había causado su estado actual y la única que yacía a su lado, tiesa, fría, con una mirada de resignación, que lo perdía y descontrolaba más aún si permitirle reflexionar su reciente decisión.

Su mente se cerró al igual que sus ojos, estrujó fuertemente sus manos con las de ella y le balbuceó algo al oído, sin dejar que nadie escuche no sabiendo por que razón, solo necesitaba hacerlo, luego su cuerpo se desvaneció golpeando ruidosamente el piso en cuanto el oxigeno llegó a su inocente corazón.

Unos segundos después, todavía consciente, quiso retractarse de su exagerada decisión sin éxito.

Antes de nacer abandono a sus pensamientos de una horrible historia que no nos a apasionado mas precisamente por aburrimiento de los espectadores.
Con la lentitud le era imposible precisar el alto de locura.

(*Recopilación -azarosa- de fragmentos de "Sobre héroes y tumbas"-1961-, de Ernesto Sabato).