Por Patricio Erb
“Pese a que sólo conocía tres temas, fue el mejor recital en el que estuve en me vida”, me comentó un amigo hace unos quince días cuando le dije que iba a ver a Café Tacuba. Sinceramente esa frase no me sorprendió para nada, puesto que todos los fans que conozco de los mejicanotes se vieron atrapados en la fascinación de la energía que irradian desde arriba del escenario.
Cursis canciones de amor, temas ecologistas berretas, chombas retro compradas en Palermo, cortes de pelo de 50 mangos, lindas minitas arregladamente desarregladas. Todo esto forma parte de un paquete maravilloso que te vende Tacuba, que uno compra a ciegas con sumo placer: la diversión de bailar, saltar, olvidarte... en definitiva, pasarla bien, loco.
Todavía no eran las cinco de la tarde. Sentado en el London (Florida y Avenida de Mayo) desde hacía algo más de una hora con un cortado “chiquito”, un policial negro y apuntes facultativos inmaculados, esperaba ansioso la vuelta de los chavales que siempre, más allá de sus canciones pegadizas, me resultaron simpáticos buenos músicos ausentes de pretensiones divistas solemnes.
Encerrado en el cuarto de fumadores del bar, mi cortado de cinco mangos con propina no podía aguantar más la mesa. Decidí dejar sin terminar mi novela, nunca pasar al estudio e irme para La Trastienda a esperar que se cumpla el momento del show. Antes de salir me aseguré de que tuviera las entradas conmigo (sabía que las tenía, simplemente la paranoia me provocaba fijarme mil veces).
Una vez en La Trastienda (algo después de las siete –el recital estaba anunciado para las nueve-), un nuevo cortado "chiquito", de vuelta la literatura (jamás a la burocracia de los apuntes; letras fotocopiadas carentes de fetichismo no invitan a leerse). 19.30, 20, 20.30. Comenzaba a pensar que no me gustaba la idea de ver a los Cafeta sentado en las mesas con sillitas de madera que ofrece el teatro (las sillas junto a la mesa tal vez son más acordes si uno va a escuchar buen jazz o algún plomo como Radamel).
Ya adentro del teatro de la calle Balcarce, las camareras me ubicaron en la sexta fila de mesas que, sin embargo, era la duodécima fila de personas, por lo que corroboré que el plano que publica Ticketek es cualquier cosa. 21.39 se apagaron las luces. Rubén Albarrán (Sizu Yantra, Nrü y AT Medardo ILK, Cafeta, Rita Cantalagua o Anónimo, entre otros pseudónimos) apareció vestido con un traje blanco que cubría su algo más de ¿metro sesenta? Comenzó el recital con un tema del último disco (Sino). Inmediatamente finalizada la primera rolita Sizu disparó con tonada mexicana: “Me contaron que es medio careta La Trastienda; podrían pararse un poquito, ¿no?”. Creo que enseguida vino “Cero y Uno” y los que estaban parados en el fondo enfilaron por el pasillo y se fueron para adelante seguidos por los que estábamos sentados, para continuar así todo el recital de Tacuba como tiene que ser: saltando frente al escenario.
Después fueron más de dos horas de show. Desde temas melosos como “Mediodía”, “Eres” o “María” hasta los hits de la banda “El Metro”, “El baile y el salón”, “Chica banda” (donde se subieron mil flacas al escenario a bailar con el hiperquinético Albarrán). Tampoco faltaron los ya clásicos “Déjate Caer” (con la máscara y la coreografía de siempre), “Ingrata”, “Como te extraño”, “El puñal y el corazón”, “Las Flores” y, tal vez tocado por primera vez en Buenos Aires, “Trópico de cáncer”, del disco Re.
Formación clásica santaolalliana (guitarra -Joselo Rangel-, bajo -Quique Rangel-, teclados -Meme Del Real- y, desde la gira pasada, batería -decisión que le dio mucho más poder y soporte a la banda-), los oriundos de Ciudad Satélite, cada vez que tocan por los pagos han logrado convertir a un flaco desprevenido, que “sólo conocía tres temas”, en un fanático que nunca más dejará de escucharlos.
“Pese a que sólo conocía tres temas, fue el mejor recital en el que estuve en me vida”, me comentó un amigo hace unos quince días cuando le dije que iba a ver a Café Tacuba. Sinceramente esa frase no me sorprendió para nada, puesto que todos los fans que conozco de los mejicanotes se vieron atrapados en la fascinación de la energía que irradian desde arriba del escenario.
Cursis canciones de amor, temas ecologistas berretas, chombas retro compradas en Palermo, cortes de pelo de 50 mangos, lindas minitas arregladamente desarregladas. Todo esto forma parte de un paquete maravilloso que te vende Tacuba, que uno compra a ciegas con sumo placer: la diversión de bailar, saltar, olvidarte... en definitiva, pasarla bien, loco.
Todavía no eran las cinco de la tarde. Sentado en el London (Florida y Avenida de Mayo) desde hacía algo más de una hora con un cortado “chiquito”, un policial negro y apuntes facultativos inmaculados, esperaba ansioso la vuelta de los chavales que siempre, más allá de sus canciones pegadizas, me resultaron simpáticos buenos músicos ausentes de pretensiones divistas solemnes.
Encerrado en el cuarto de fumadores del bar, mi cortado de cinco mangos con propina no podía aguantar más la mesa. Decidí dejar sin terminar mi novela, nunca pasar al estudio e irme para La Trastienda a esperar que se cumpla el momento del show. Antes de salir me aseguré de que tuviera las entradas conmigo (sabía que las tenía, simplemente la paranoia me provocaba fijarme mil veces).
Una vez en La Trastienda (algo después de las siete –el recital estaba anunciado para las nueve-), un nuevo cortado "chiquito", de vuelta la literatura (jamás a la burocracia de los apuntes; letras fotocopiadas carentes de fetichismo no invitan a leerse). 19.30, 20, 20.30. Comenzaba a pensar que no me gustaba la idea de ver a los Cafeta sentado en las mesas con sillitas de madera que ofrece el teatro (las sillas junto a la mesa tal vez son más acordes si uno va a escuchar buen jazz o algún plomo como Radamel).
Ya adentro del teatro de la calle Balcarce, las camareras me ubicaron en la sexta fila de mesas que, sin embargo, era la duodécima fila de personas, por lo que corroboré que el plano que publica Ticketek es cualquier cosa. 21.39 se apagaron las luces. Rubén Albarrán (Sizu Yantra, Nrü y AT Medardo ILK, Cafeta, Rita Cantalagua o Anónimo, entre otros pseudónimos) apareció vestido con un traje blanco que cubría su algo más de ¿metro sesenta? Comenzó el recital con un tema del último disco (Sino). Inmediatamente finalizada la primera rolita Sizu disparó con tonada mexicana: “Me contaron que es medio careta La Trastienda; podrían pararse un poquito, ¿no?”. Creo que enseguida vino “Cero y Uno” y los que estaban parados en el fondo enfilaron por el pasillo y se fueron para adelante seguidos por los que estábamos sentados, para continuar así todo el recital de Tacuba como tiene que ser: saltando frente al escenario.
Después fueron más de dos horas de show. Desde temas melosos como “Mediodía”, “Eres” o “María” hasta los hits de la banda “El Metro”, “El baile y el salón”, “Chica banda” (donde se subieron mil flacas al escenario a bailar con el hiperquinético Albarrán). Tampoco faltaron los ya clásicos “Déjate Caer” (con la máscara y la coreografía de siempre), “Ingrata”, “Como te extraño”, “El puñal y el corazón”, “Las Flores” y, tal vez tocado por primera vez en Buenos Aires, “Trópico de cáncer”, del disco Re.
Formación clásica santaolalliana (guitarra -Joselo Rangel-, bajo -Quique Rangel-, teclados -Meme Del Real- y, desde la gira pasada, batería -decisión que le dio mucho más poder y soporte a la banda-), los oriundos de Ciudad Satélite, cada vez que tocan por los pagos han logrado convertir a un flaco desprevenido, que “sólo conocía tres temas”, en un fanático que nunca más dejará de escucharlos.