lunes, 3 de septiembre de 2007

Refutaciones escocesas


Por Ignacio Maciel

Deambulaba por la calles de Londres, a la espera, tal vez, de una revelación. Fatigó tabernas, ejecutó matemáticas (es decir, metafísicas) carambolas a tres bandas en las mejores y en las peores mesas de billar de la época, sólo tuvo noticias de las mujeres a través de su cuerpo. Cuentan los biógrafos que los pilares de su sistema fueron elucubrados en medio de la impudicia y la embriaguez, en los mejores burdeles de la isla. Locke le quedaba demasiado chico: era un rústico de buenas intenciones que servía de trampolín; pulió su sistema refutándolo. Sus ya famosos paseos de dandy le acercaron el rumor de que, como Heráclito, era un río, una fuga y que la res cogitans era una vana ilusión. Vituperó a Descartes en diversos idiomas y dialectos. "Ese ginebrino embustero", parece que gritó en plena calle cuando el sol caía. Convino consigo que sólo tenía instantes, imposibles de captar sino en las brumas del lenguaje, meros sonidos, fuerzas entre fuerzas. El "yo" era una adición imposible; simple conjetura a la que acudían los medrosos que no soportaban un devenir sin báculos, sin sostenes. "Mejor olvidar ese artificio", se dijo. El olvido es la verdadera potencia que nos proyecta.

David Hume, invicto entre los invictos, maestro y musa de Kant, apólogo del olvido.