Por Facundo Carmona
Tal vez el mérito más grande de Luis Alberto Spinetta no resida sólo en la creación de acordes personalísimos, tal como dijo Fito Páez en una interesante nota publicada en la adnCultura del 25 de agosto pasado. Ni en el hecho de mantenerse vigente luego de casi 40 años de carrera. Sino que, más bien, se podría fijar su singular prestancia en su constante estado de búsqueda artística.
Es en ese plano donde se abre la posibilidad de aseverar la unicidad de LAS. Basta para esto observar como la utilización del lenguaje, enormemente cuidado, busca no gastar las palabras. Así como tampoco mutilar las notas y las armonías. Si no que, más bien, hay una apuesta insistente a indagar en nuevas relaciones armónicas entre verbo y música.
A su vez, su arte tiene la peculiaridad de traer al mundo aquello que antes no estaba, no desde el genio impoluto del creador, sino desde el mismísimo mundo. Un juego donde la interpretación del mismo es la gran protagonista. Sin olvidar nunca que, en cada exploración, él y el mundo cambian. Por eso su labor se convierte en incansable e inalcanzable. Pues no hay posibilidad de clausura a su trabajo, un áureo estadío donde cese su tarea de interprete. Consciente de que siempre hay un sustrato que le escapa, y atento a su subsiguiente llamado, prosigue la búsqueda con obstinación.
Tal como The Beatles, que han marcado el camino musical de los siguientes 30 años a su separación, pero que no han dejado la herencia de bandas beatles propiamente dichas. A no ser por los ignominiosos Monkees y los imitadores de poca monta que andan dando vueltas por el globo, tratando de saciar la sed de los memoriosos fanáticos. Spinetta ha generado un sonido propio, basado en la repetición de la diferencia, en una huida a la semejanza de sí mismo. El ejemplo contrario serían los Rolling Stones, que han terminado por ser una parodia bufonesca de sí mismos.
Por eso los emuladores del Spinetta han recorrido caminos tan inciertos: muchos terminaron sepultados bajo las ínfulas de hacer música progresiva del séptimo decenio del siglo XX en el XXI. Mientras que otros se han condenado a la poesía anacrónica, abyecta y petulante de aspirantes a Rimbaud. Sin embargo su influencia es más perceptible en aquellos músico que se mantienen en forma tratando de interactuar con la música y las palabras de manera móvil y tozuda. Sin depredar el lenguaje y la armonía. Tal es así que aquellos que más se han embebido de su arte, Páez y Cerati pueden ser dos ejemplos, pudieron generar carreras sólidas y personales. Sin sonar, salvo raras excepciones, a LAS.
Poder asomar la cabeza en la discografía de Luis Alberto Spinetta, variable como el paisaje marino, nos permite ver el valor radical de este músico, su vigorosa jugada política: haber comprendido el carácter infinito del arte de la interpretación.
Tal vez el mérito más grande de Luis Alberto Spinetta no resida sólo en la creación de acordes personalísimos, tal como dijo Fito Páez en una interesante nota publicada en la adnCultura del 25 de agosto pasado. Ni en el hecho de mantenerse vigente luego de casi 40 años de carrera. Sino que, más bien, se podría fijar su singular prestancia en su constante estado de búsqueda artística.
Es en ese plano donde se abre la posibilidad de aseverar la unicidad de LAS. Basta para esto observar como la utilización del lenguaje, enormemente cuidado, busca no gastar las palabras. Así como tampoco mutilar las notas y las armonías. Si no que, más bien, hay una apuesta insistente a indagar en nuevas relaciones armónicas entre verbo y música.
A su vez, su arte tiene la peculiaridad de traer al mundo aquello que antes no estaba, no desde el genio impoluto del creador, sino desde el mismísimo mundo. Un juego donde la interpretación del mismo es la gran protagonista. Sin olvidar nunca que, en cada exploración, él y el mundo cambian. Por eso su labor se convierte en incansable e inalcanzable. Pues no hay posibilidad de clausura a su trabajo, un áureo estadío donde cese su tarea de interprete. Consciente de que siempre hay un sustrato que le escapa, y atento a su subsiguiente llamado, prosigue la búsqueda con obstinación.
Tal como The Beatles, que han marcado el camino musical de los siguientes 30 años a su separación, pero que no han dejado la herencia de bandas beatles propiamente dichas. A no ser por los ignominiosos Monkees y los imitadores de poca monta que andan dando vueltas por el globo, tratando de saciar la sed de los memoriosos fanáticos. Spinetta ha generado un sonido propio, basado en la repetición de la diferencia, en una huida a la semejanza de sí mismo. El ejemplo contrario serían los Rolling Stones, que han terminado por ser una parodia bufonesca de sí mismos.
Por eso los emuladores del Spinetta han recorrido caminos tan inciertos: muchos terminaron sepultados bajo las ínfulas de hacer música progresiva del séptimo decenio del siglo XX en el XXI. Mientras que otros se han condenado a la poesía anacrónica, abyecta y petulante de aspirantes a Rimbaud. Sin embargo su influencia es más perceptible en aquellos músico que se mantienen en forma tratando de interactuar con la música y las palabras de manera móvil y tozuda. Sin depredar el lenguaje y la armonía. Tal es así que aquellos que más se han embebido de su arte, Páez y Cerati pueden ser dos ejemplos, pudieron generar carreras sólidas y personales. Sin sonar, salvo raras excepciones, a LAS.
Poder asomar la cabeza en la discografía de Luis Alberto Spinetta, variable como el paisaje marino, nos permite ver el valor radical de este músico, su vigorosa jugada política: haber comprendido el carácter infinito del arte de la interpretación.