Por Alejandro Romero
Con los cuatro tantos convertidos el domingo a un timorato F.C.Banfield (dos de dudosa factura), Martín Palermo se ha erguido como figura excluyente de la fecha. Pero ni los cuatro goles ni el récord que persigue y que pronto batirá (está a tan sólo doce goles de convertirse en el máximo goleador de la historia del Boca Juniors.A.C) eclipsarán la llamativa y cinematográfica carrera de este player, que cuenta en su haber con goles hechos por casualidad, tarimas que se desmoronan sobre su tibia, y en consecuencia también sobre su peroné, producciones fotográficas vestido de mujer en jaulas de zoológico con monos, piropos propinados por cagatintas de primera hora, y un sinfín de etcéteras. Esto es un dato anecdótico; Martín no es el único Palermo que se destacó en la historia del apellido.
Según la foja 512/6 del Registro Nacional de Inmigraciones de 1894, en el trasatlántico “María Antonieta”, proveniente de Italia, arribó a nuestras costas, con veinte abriles recién cumplidos, Don Pierluigi Anselmo Palermo, bibliotecario del aquel entonces partido Demócrata Cristiano de Módena. Llegó al país con un claro objetivo; amasar una fortuna. Lo logró, claro está, asociándose oportunamente a quien debía. Así las cosas, Pierluigi, sin proponérselo, sería protagonista directo de curiosos episodios de nuestra historia.
En 1919 se asoció a un grupo de jóvenes militantes de la Unión Cívica Radical y conoció a Hipólito Yrigoyen. Simpatizó de inmediato con el por entonces presidente, aunque no fue mutuo el reconocimiento. Distanciado Yrigoyen de Marcelo T. de Alvear, Don Pierluigi confesó al presidente, en un bar de la calle Brasil, que había algo que no le gustaba de Alvear. “Presidente”, dijo “ustedes nunca van a saber qué clase de hombre es Marcelo”. Yrigoyen fulminó con su mirada a Don Palermo. Años después Yrigoyen entregaría el mando del país a Alvear y viceversa. Derrocado en el 30´ por un golpe cívico militar, el ya viejo Hipólito repetiría las textuales palabras de Don Pierluigi Palermo como una suerte de profecía, ante las sospechas de la participación de Alvear en su derrocamiento. He aquí su primera contribución al diccionario de frases célebres de nuestra historia.
El tiempo, pero sobre todo la apacible fortuna que amasó, transformaron a Pierluigi Palermo en un viejo paranoico y malhumorado. No confiaba en nadie y tenía como pasatiempos ampliar su anecdotario y soltar frases acabadas y ampulosas. En una de ellas encontró, sin saberlo, un sitio en la memoria colectiva. Corría el año 1946 y la emergencia de sectores anteriormente relegados al poder enfurecieron por completo al viejo Palermo. Utilizó todo tipo de adjetivo calificativo para definir al peronismo. Pero su obra cumbre no tardaría en llegar; Pierluigi, en un acto de repudio espontáneo, y haciendo valer su tan defendida independencia intelectual, construyó todo el suelo de su casa de campo con carbón y maderas de cajones de verduras en un claro signo de protesta en contra de “algunos peronistas” que, según creía, practicaban una lógica inversa. Cuentan sus familiares y algunos vecinos disidentes que escuchaban los gritos que fue Don Pierluigi Palermo aquel que popularizó el “y, ¡¿qué querés?! son peronistas, hacen el asado con parquet”. La frase, que quedó inmortalizada en el inconsciente colectivo, fue una mácula en la vida del italiano.
Los Palermos, estos Palermos, y también el Viejo, el Nuevo, el Hollywood y el Soho seguirán recordándonos a aquellos que, desde la astucia de la palabra justa o el oportunismo deportivo, desde su modestísimo lugar, desde su cotidiano aporte, nos hacen asociar día a día su apellido a una imborrable huella espiritual. Dos frescos goles más al F.C San Pablo confirman la sospecha.
Con los cuatro tantos convertidos el domingo a un timorato F.C.Banfield (dos de dudosa factura), Martín Palermo se ha erguido como figura excluyente de la fecha. Pero ni los cuatro goles ni el récord que persigue y que pronto batirá (está a tan sólo doce goles de convertirse en el máximo goleador de la historia del Boca Juniors.A.C) eclipsarán la llamativa y cinematográfica carrera de este player, que cuenta en su haber con goles hechos por casualidad, tarimas que se desmoronan sobre su tibia, y en consecuencia también sobre su peroné, producciones fotográficas vestido de mujer en jaulas de zoológico con monos, piropos propinados por cagatintas de primera hora, y un sinfín de etcéteras. Esto es un dato anecdótico; Martín no es el único Palermo que se destacó en la historia del apellido.
Según la foja 512/6 del Registro Nacional de Inmigraciones de 1894, en el trasatlántico “María Antonieta”, proveniente de Italia, arribó a nuestras costas, con veinte abriles recién cumplidos, Don Pierluigi Anselmo Palermo, bibliotecario del aquel entonces partido Demócrata Cristiano de Módena. Llegó al país con un claro objetivo; amasar una fortuna. Lo logró, claro está, asociándose oportunamente a quien debía. Así las cosas, Pierluigi, sin proponérselo, sería protagonista directo de curiosos episodios de nuestra historia.
En 1919 se asoció a un grupo de jóvenes militantes de la Unión Cívica Radical y conoció a Hipólito Yrigoyen. Simpatizó de inmediato con el por entonces presidente, aunque no fue mutuo el reconocimiento. Distanciado Yrigoyen de Marcelo T. de Alvear, Don Pierluigi confesó al presidente, en un bar de la calle Brasil, que había algo que no le gustaba de Alvear. “Presidente”, dijo “ustedes nunca van a saber qué clase de hombre es Marcelo”. Yrigoyen fulminó con su mirada a Don Palermo. Años después Yrigoyen entregaría el mando del país a Alvear y viceversa. Derrocado en el 30´ por un golpe cívico militar, el ya viejo Hipólito repetiría las textuales palabras de Don Pierluigi Palermo como una suerte de profecía, ante las sospechas de la participación de Alvear en su derrocamiento. He aquí su primera contribución al diccionario de frases célebres de nuestra historia.
El tiempo, pero sobre todo la apacible fortuna que amasó, transformaron a Pierluigi Palermo en un viejo paranoico y malhumorado. No confiaba en nadie y tenía como pasatiempos ampliar su anecdotario y soltar frases acabadas y ampulosas. En una de ellas encontró, sin saberlo, un sitio en la memoria colectiva. Corría el año 1946 y la emergencia de sectores anteriormente relegados al poder enfurecieron por completo al viejo Palermo. Utilizó todo tipo de adjetivo calificativo para definir al peronismo. Pero su obra cumbre no tardaría en llegar; Pierluigi, en un acto de repudio espontáneo, y haciendo valer su tan defendida independencia intelectual, construyó todo el suelo de su casa de campo con carbón y maderas de cajones de verduras en un claro signo de protesta en contra de “algunos peronistas” que, según creía, practicaban una lógica inversa. Cuentan sus familiares y algunos vecinos disidentes que escuchaban los gritos que fue Don Pierluigi Palermo aquel que popularizó el “y, ¡¿qué querés?! son peronistas, hacen el asado con parquet”. La frase, que quedó inmortalizada en el inconsciente colectivo, fue una mácula en la vida del italiano.
Los Palermos, estos Palermos, y también el Viejo, el Nuevo, el Hollywood y el Soho seguirán recordándonos a aquellos que, desde la astucia de la palabra justa o el oportunismo deportivo, desde su modestísimo lugar, desde su cotidiano aporte, nos hacen asociar día a día su apellido a una imborrable huella espiritual. Dos frescos goles más al F.C San Pablo confirman la sospecha.