martes, 28 de agosto de 2007

Espiar para vivir


Por Nicolás Rombo

Espiar: del italiano “spiare”, traducido acechar, observar con disimulo lo que se hace o dice. Espía: del italiano “spía”, persona que secreta o disimuladamente observa o escucha lo que ocurre para comunicarlo al que está interesado en saberlo. También se considera espiar el hacerlo al servicio de un país, de un ejército o una industria. A través de un ojo de la cerradura o de un agujero de una empalizada.

Éstas son las respuestas que la enciclopedia o el saber popular dan sobre un concepto que está tan de moda en estos días y que a mí me refiere inevitablemente a una anécdota de la infancia. Alrededor de los ocho años, durante una siesta de verano, nos acercamos junto a mis amigos sigilosamente a la casa de un ex intendente del club al que iba, la que sabíamos desocupada. Atravesamos los pastos altos que la rodeaban asegurándonos de que nadie nos veía. Por anteriores incursiones conocíamos que la casa estaba parcialmente equipada y esto nos provocaba una enorme curiosidad. Con la adrenalina al tope, entramos y saciamos la ansiedad por descubrir las pequeñas cosas que rodearon a la persona que había vivido allí.

Claro que el espiar define necesariamente la existencia de un objeto observado. Si ese objeto es un sujeto (en realidad), me pregunto: ¿Qué nivel de paranoia puede percibir el observado? ¿Será desconfianza, alucinaciones, inquietud o relacionarse con los otros observados elaborando complejos delirantes?

A partir de lo expuesto, podemos devenir en analizar (sin que a nadie le interese) el fenómeno de los reality shows. Millones de personas observando a través de una ventana electrónica a un grupo de tipos que, supuestamente, llevan adelante sus vidas cotidianas. Ahora bien, en el marco de esta sociedad global cada vez más individualista, se puede decir que el hombre evita la experiencia propia, hallando satisfacción en sólo observar otras relaciones humanas con las que puede, o no, sentirse identificado.

Si esto así fuera, por primera vez en la historia de la humanidad (desde aquella imagen de Kubrick en “2001, Odisea del Espacio” –1968-, donde los monos descubren alrededor del monolito absoluto la utilidad social de un hueso), el sujeto estaría involucionando hacia la posición de observador, incapaz de ser él el gestor de los cambios; en definitiva, convirtiéndose en un individuo totalmente incompetente para descubrir por si mismo, siquiera, qué es lo que hay dentro de una casa abandonada.