viernes, 24 de agosto de 2007

Miller´s Crossing


Por L.A.

Las palabras fluyen en cataratas de experiencias personales; bardos nocturnos por las callejas de Nueva York y alcoholes difamatorios de la cultura norteamericana traspasan los límites del estilo epistolar que utiliza Henry Miller en “Aller Retour Nueva York" (Nueva York, Ida y Vuelta, 1935), para pasar a convertirse en sumun literario, en letra viva.

De regreso en su ciudad natal (Nueva York), luego de su vida bohemia en París colmada de sueños surrealistas bajo puentes gélidos, escribe: “Me he hecho odiar de todo corazón en todas partes, salvo entre los estúpidos gentiles que viven en los alrededores y le meten con gran entusiasmo a la bebida los fines de semana.” El mundo de los borrachos, las rameras y los solitarios caminantes de la urbe nocturna le pertenece como le pertenece el destilar erótico de los insultos a los paganos (“Algunos preguntan: ¿Qué es toda esa charla insulsa sobre surrealismo? ¿Qué viene a ser? A lo cual yo generalmente contesto que surrealismo es cuando uno mea en la cerveza de su amigo y éste la bebe equivocado.”), el zumbido de la esencia libertaria y la plasmación autobiográfica en base al flujo de conciencia.

Rascacielos, cemento, crisis social y económica, prostíbulos, un recorrido por los hábitos norteamericanos, por las transparencias mundanas, por las apariencias de lo similar. Como vivir la vida sin estar atados a la costumbre de llamar las cosas por el mismo nombre, siempre.

Buscando la vuelta, el regreso a París, nos encontramos participes del pánico que lo ataca como si el libro y la lectura misma actuaran bajo la influencia transversal del tiempo histórico. “Estás metido en la máquina de hacer salchichas y no tienes manera de salir; a menos que tomes un barco y vayas a cualquier otro lugar. Aun entonces no puedes estar seguro de que todo el asqueroso mundo no se norteamericanice al cien por ciento. Es una enfermedad.” Toma un barco holandés, llega a Plymouth (Inglaterra), no desembarca sigue directo a Bolonia (Francia).

Como dos trópicos incandescentes, Nueva York y París fueron para Henry Valentine Miller la formación del espíritu libre y el lugar de incomprensión (hasta los años sesenta cuando levantaron la prohibición que recaía sobre su obra) en el primer caso y, en el segundo caso, la identidad intelectual y el reconocimiento como escritor. Las experiencias del protagonista-escritor en las dos ciudades se nos aparecen en este pequeño y poco conocido libro como un sesgo profano y enriquecedor que resalta la diferencia entre las dos culturas.