jueves, 2 de agosto de 2007

Realidad o ficción


Por Chuck Palahniuk* (*Introducción del libro "Error Humano")

Por si os no habéis dado cuenta, todos mis libros tratan de una persona solitaria que busca alguna forma de conectar con los demás. En cierta forma es lo contrario del sueño americano: hacerse uno tan rico que pueda elevarse por encima de la chusma, de toda esa gente que va por la autopista o, peor todavía, que va en el autobús. No, el sueño es una casa grande y solitaria en alguna parte. Con un ático de lujo, como la de Howard Hughes. O un castillo en lo alto de una colina, como el de William Randolph Hearst. Un nido encantador y aislado donde uno pueda invitar solamente a la chusma que le cae bien. Un entorno que uno pueda controlar, libre de conflictos y de dolor. Donde uno reine. Sea un rancho en Montana o un apartamento en un sótano con diez mil DVD y acceso a internet de alta velocidad, nunca falla. Vamos allí y conseguimos estar solo. Y solitarios.

Cuando llegamos a un límite de tristeza (como el narrador de El club de la pelea en su apartamento, o la narradora de Monstruos invisibles aislada por su cara bonita) destruimos nuestro nido encantador y nos obligamos a regresar al mundo exterior. En muchos sentidos, es así como se escribe una novela. Primero planeas e investigas. Pasas tiempo a solas, construyendo un mundo encantador donde puedas tenerlo absolutamente todo bajo control. Dejas que suene el teléfono. Que se acumulen los e-mails. Permaneces en el mundo de tu historia hasta que lo destruyes. Entonces regresas para estar con el resto de la gente. Si el mundo de tu historia se vende lo bastante, te envían de gira promocional. Das entrevistas. Ahora sí que estás con gente. Con un montón de gente. Más y más gente, hasta que estás harto de verdad. Hasta que te mueres de ganas por escaparte y perderte en… En el encantador mundo de otra historia.

Y es así como funciona. Solo. Con gente. Solo. Con gente. Lo más probable es que, si estáis leyendo esto, conozcáis el ciclo. Leer un libro no es una actividad colectiva. No es como ir al cine o a un concierto. Es el extremo solitario del espectro. Todas las historias de este libro tratan sobre estar con otra gente. Sobre mí en compañía de otra gente. O sobre gente que está reunida (…) Se trata en todos los casos de historias reales y ensayos que escribí entre novelas. Mi propio ciclo va así: Realidad. Ficción. Realidad. Ficción.

El único inconveniente de escribir es que estás solo. La fase de la escritura. La fase de la buhardilla solitaria. En la imaginación de la gente, eso es lo que distingue a un escritor de un periodista. El periodista, el reportero, siempre anda con prisas, de caza, reuniéndose con gente y recogiendo datos. Preparando una historia. El periodista escribe en compañía de otra gente y siempre con plazos de entrega. Rodeado de gente y con prisas. Es un actividad emocionante y divertida. El periodista escribe para conectar a la gente con el mundo exterior. Es un conducto.

Pero un escritor es distinto. Alguien que escribe ficción es alguien (o eso cree la gente) que está solo. Tal vez porque la ficción parece conectarlo a uno solamente con la voz de otro individuo. Tal vez porque leer es algo que hacemos a solas. Es un pasatiempo que parece separarnos de los demás. El periodista investiga una historia. El novelista se la imagina. Lo gracioso es que os sorprendería la cantidad de tiempo que el novelista tiene que pasar con gente a fin de crear esa voz individual y solitaria. Ese mundo en apariencia aislado. Es difícil llamar “ficción” a alguna de mis novelas.

Si me dedico a escribir es sobre todo porque una vez a la semana la escritura me servía para reunirme con gente. Eso fue en un taller que impartía un autor publicado (…) Por entonces, la mayoría de mis amistades se basaban en la proximidad: eran vecinos o compañeros de trabajo. Esa gente a la que uno conoce porque, bueno, le toca sentarse con ella todos los días (…)El problema de las amistades basadas en la proximidad es que acaban por marcharse. Se despiden o las despiden.

No fue hasta participar en el taller de escritura cuando descubrí la idea de las amistades basadas en una pasión compartida. La escritura. O el teatro. O la música. Alguna visión común. Una búsqueda similar que te hiciera reunirte con otra gente que apreciara aquél talento vago e intangible que tú apreciabas también. Se trata de amistades que sobreviven a los trabajos y a los desahucios (…)

Mi teoría favorita sobre el éxito de El club de la pelea es que la historia presentaba una estructura para que la gente se reuniera. La gente quiere formas nuevas de conectar (…) Antes de escribir El club de la pelea yo trabajaba como voluntario en una residencia benéfica para enfermos terminales. Mi trabajo consistía en llevar a gente en coches a citas y reuniones de grupos de apoyo. Allí me sentaba con otra gente en el sótano de una iglesia para comparar síntomas y hacer ejercicios New Age. Aquellas reuniones resultaban incómodas porque no importaba lo mucho que yo intentara esconderme, la gente siempre daba por sentado que yo tenía la misma enfermedad que ellos. Así que empecé a contarme a mí mismo la historia de un tipo que iba a las reuniones de grupos de apoyo para enfermos terminales para tolerar mejor la falta de sentido de su vida.

En muchos aspectos, todos esos lugares (los grupos de apoyo, los grupos de rehabilitación en doce pasos, los combates de vehículos agrícolas) vienen a cumplir las funciones que antes desempeñaba la religión organizada. Antes íbamos a la iglesia para revelar los peores aspectos de nosotros mismos, nuestros pecados. Para contar nuestras historias. Para que nos reconocieran. Para que nos perdonaran. Y para que nos redimieran y nos aceptaran en nuestra comunidad. Aquel ritual era nuestra forma de seguir conectados con la gente y de resolver nuestra ansiedad antes de esta pudiera llevarnos tan lejos de la humanidad que acabáramos perdidos.

En aquellos lugares encontré las historias más verdaderas. En los grupos de apoyo. En los hospitales. En los sitios donde a la gente no le quedaba nada que perder era donde contaban las verdades más grandes (…) El mundo está hecho de gente que cuenta historias. Mirad la Bolsa. Mirad la moda. Y cualquier historia larga, cualquier novela, no es más que la combinación de historias cortas.(…)

Para Asfixia (cuarta novela del autor), también hice de voluntario con pacientes de Alzheimer. Mi tarea consistía simplemente en hacerles preguntas sobre las fotografías viejas que cada paciente guardaba en una caja en su armario para intentar despertar sus recuerdos. Era un trabajo que las enfermeras no tenían tiempo de hacer. Y, una vez más, lo importante era contar historias (…) Lo que me impresionaba era que… tenían que inventarse una historia para explicar quién era la mujer (de la foto). Aunque se hubieran olvidado, nunca lo admitirían. Una historia incorrecta pero bien contada siempre era mejor que admitir que no conocían a aquella persona.

Las líneas eróticas, los grupos de apoyo para enfermos, los grupos de doce pasos, son todos escuelas que te enseñan a contar una historia en forma efectiva. En voz alta. A la gente. No solamente a buscar ideas sino también a interpretar historias en público. Vivimos nuestras vidas basándonos en historias. Historias sobre ser irlandés o ser negro. Sobre trabajar duro o inyectarse heroína. Ser hombre o ser mujer. Y nos pasamos la vida buscando pruebas (datos y testimonios) que apoyen nuestras historias. Como escritor, uno reconoce esa parte de la naturaleza humana. Cada vez que uno crea un personaje, ve el mundo con los ojos de ese personaje y busca los detalles que hacen que esa realidad sea la única realidad verdadera.

Como el jurista que defiende un caso en el tribunal, uno se convierte en el abogado que intenta que el lector acepte la verdad de la visión del mundo de su personaje. Uno quiere darle al lector un respiro de su vida. De le historia de su vida (…) Incluso el acto solitario de la escritura se convierte en excusa para estar con gente. Y, a su vez, la gente alimenta la narración. A solas. Con gente. Realidad. Ficción. Es un ciclo. Comedia. Tragedia. Luz. Oscuridad. Se definen entre ellos. Y funciona, pero solo si uno no se queda demasiado tiempo varado en uno de los dos lados.