Por Patricio Erb
A pesar de sentir vergüenza porque aún no me propuse leer “Ricardo III”, sentí la imperiosa necesidad de escribir una pequeña observación sobre “Looking for Richard” (1996), película producida, dirigida, protagoniza e incluso guionada (junto a Shakespeare -sic-) por Al Pacino. En forma de documental, el neoyorkino oriundo de Harlem se lanza sobre la obra de uno de los escritores más reconocidos de la lengua anglosajona.
Pacino, profundo admirador de Shakespeare, se propuso despojar la investidura de la obra del dramaturgo inglés. Para ello, el tipo que interpretó a Michael Corleone en la trilogía “El Padrino” (1972, 1974, 1990), mediante el relato de Ricardo III intenta mostrar que el backstage de la realeza británica en el siglo XV, no es tan diferente a las prácticas de las elites político-económicas de la contemporaneidad, lo que provoca una gran curiosidad en el espectador desprevenido.
Sin embargo, en medio de esa ansiedad de Pacino por revelar un Ricardo III apto para todo público, surge una preocupación del director por resaltar la importancia de la materialidad en el mundo, la idea de que sin Real Politik, sin carne, no se obtiene absolutamente nada. De ninguna manera justifica el crimen presente en la obra shakespeareana, pero se ocupa de gritar que en la política no existe moral. La política (en el sentido más amplio posible de la palabra: todo) es acción.
No es casualidad la participación irónica a lo largo del documental de los productores ejecutivos (los que ponen la guita), preguntándose “¿por qué mierda Al Pacino está haciendo un documental sobre Shakespeare?”. Tal vez es triste escribirlo, pero gracias a esos tipos la industria cinematográfica estadounidense, sin lugar a dudas, es la más poderosa del mundo (no vengan con que la India hace 500 películas al año).
Ese pragmatismo (ignorante) de los productores (“por favor que termine este documental”, ruegan sobre el final), es una manera más que encuentra Pacino para destacar la presencia de pasión en Ricardo III; el último monarca de la Casa de York ostentaba un conocimiento carnal (confabulador, manipulador, asesino). Ese saber corporal fue el que le hizo vociferar antes de morir, solo en los campos de Bosworth (en Leicestershire), a horse, a horse, my kingdom for a horse!
A pesar de sentir vergüenza porque aún no me propuse leer “Ricardo III”, sentí la imperiosa necesidad de escribir una pequeña observación sobre “Looking for Richard” (1996), película producida, dirigida, protagoniza e incluso guionada (junto a Shakespeare -sic-) por Al Pacino. En forma de documental, el neoyorkino oriundo de Harlem se lanza sobre la obra de uno de los escritores más reconocidos de la lengua anglosajona.
Pacino, profundo admirador de Shakespeare, se propuso despojar la investidura de la obra del dramaturgo inglés. Para ello, el tipo que interpretó a Michael Corleone en la trilogía “El Padrino” (1972, 1974, 1990), mediante el relato de Ricardo III intenta mostrar que el backstage de la realeza británica en el siglo XV, no es tan diferente a las prácticas de las elites político-económicas de la contemporaneidad, lo que provoca una gran curiosidad en el espectador desprevenido.
Sin embargo, en medio de esa ansiedad de Pacino por revelar un Ricardo III apto para todo público, surge una preocupación del director por resaltar la importancia de la materialidad en el mundo, la idea de que sin Real Politik, sin carne, no se obtiene absolutamente nada. De ninguna manera justifica el crimen presente en la obra shakespeareana, pero se ocupa de gritar que en la política no existe moral. La política (en el sentido más amplio posible de la palabra: todo) es acción.
No es casualidad la participación irónica a lo largo del documental de los productores ejecutivos (los que ponen la guita), preguntándose “¿por qué mierda Al Pacino está haciendo un documental sobre Shakespeare?”. Tal vez es triste escribirlo, pero gracias a esos tipos la industria cinematográfica estadounidense, sin lugar a dudas, es la más poderosa del mundo (no vengan con que la India hace 500 películas al año).
Ese pragmatismo (ignorante) de los productores (“por favor que termine este documental”, ruegan sobre el final), es una manera más que encuentra Pacino para destacar la presencia de pasión en Ricardo III; el último monarca de la Casa de York ostentaba un conocimiento carnal (confabulador, manipulador, asesino). Ese saber corporal fue el que le hizo vociferar antes de morir, solo en los campos de Bosworth (en Leicestershire), a horse, a horse, my kingdom for a horse!