Por Patricio Erb
Hacedor soberbio de películas de género, Clint Eastwood es de los maravillosos directores de cine que saben cómo transgredir las reglas sin sobrepasar los límites. “Los Imperdonables” (Unforgiven, 1992), film que le valió su primer Oscar como realizador, es el perfecto ejemplo de un Western que encuentra en la culpa, una perspectiva distinta para contar una historia del viejo (medio) oeste de los Estados Unidos del siglo XIX.
Eastwood (en el papel de William Munny), representa un pistolero retirado “curado” por su esposa fallecida de viruela. Solo con sus pequeños dos hijos en las praderas de Kansas, Munny ahora es un torpe viejo criador de cerdos, que permanentemente está disculpándose por las “maldades” que aparentemente hizo diez años atrás: su adicción a la bebida, sus fechorías delictivas y, sobre todo, los terribles asesinatos cometidos.
El director de “Los puentes de Madison” (The Bridges of Madison County, 1995), “Río Místico” (Mystic River, 2003) y “Million Dollar Baby” (2004), entre otra gran cantidad de títulos, muestra mediante los “Los Imperdonables” que es posible innovar desde los límites supuestamente impuestos por el género cinematográfico que, en definitiva, no es otra cosa que el hábito necesario para que un espectador pueda comprender el hilo narrativo de cualquier película.
A simple vista (“Banderas de nuestros padres” -2006-; “Un mundo perfecto” –1993-; “Space Cowboys” –2000-), Clint Eastwood es un amante de las costumbres del cine (pelis bélicas, dramáticas, cómicas), sin embargo permanentemente tiene la capacidad de instalar su impronta dentro de cada género, convirtiéndolo en un director único. ¿Quién dijo que la creación ex nihilo (de la nada) es la invención “pura” de las cosas?
Muchos realizadores de cine pecan de experimentales. Su afán de ser (o parecer) “diferentes” los lleva a olvidar las normas de un contrato de lectura, que permiten que el público cinevidente comprenda corporalmente los sentidos de un relato que, necesariamente (para que pueda ser disfrutado desde nuestra propia experiencia), tiene que estar construido desde un marco (elástico) determinado.
Toda esta intelectiva puesta en escena acerca de la importancia del género cinematográfico, puede verse materialmente en “Los Imperdonables”: prostitutas con el orgullo herido que deciden ponerle precio a dos abusadores; pistoleros cazadores de recompensa movidos sólo por la guita; un sheriff (Gene Hackman) que mantiene en orden al pueblito (Big Whiskey) mediante una violencia excesiva; cantinas, borrachos, cafiolos. Y en el medio de todo, la marca degeneradora de Clint Eastwood, que relata a través de bandidos viejos y cobardes (Morgan Freeman y Richard Harris respectivamente), que asesinar a sangre fría puede resultar más difícil que lo que el clásico Western siempre dijo.