¿Tan fuerte es su presencia que paraliza los movimientos de un cuerpo? Siempre interpuesto entre nosotros. Mirarlo y reconocerlo es un primer paso. No distingue entre paraísos e infiernos, simplemente le gusta estar ahí, molestar... o no. Tal vez, muchas veces, es más cómodo recibirlo que escupirle en la cara. Algunos hasta se enorgullecen de aceptarlo. El tipo se instala entre vos y yo como si nada. Yo espero que vos hagas algo con él. Cualquier cosa menos recostarte en su regazo. No puedo entender cómo dejás que se quede allí. Lo único que puedo imaginar es que no logres darte cuenta de que está sentado en nuestra mesa. Si es así, te grito: “¡Está ahí, no lo ves!” Por favor reaccioná, decime que vas a hacer algo para que se vaya. No puedo soportar que lo admitas así como así, no lo quiero creer de vos. Enfrentalo, saltale por encima... ¡Vos podés! Miralo flotando desde el aire. Sacatelo de adentro, que no pueda escucharnos. Y así, sólo de esa manera, cuando él no esté más con nosotros, es cuando vas a poder abrazarme y contarme algo maravilloso.