miércoles, 22 de agosto de 2007

La Vendo


Por Nicolás Rombo

La semana pasada, mientras caminaba inconscientemente por calles y avenidas cercanas a mi trabajo, un chiquito con unos enormes ojos negros apareció delante de mí flotando arriba de una preciosa antigua bicicleta en blanco y negro.

Yo (altísimo al lado del nene), también a varios metros del piso, observé que la preciosa antigua bicicleta en blanco y negro tenía un cartelito de papel que decía “La Vendo”. Inmediatamente, sin dudarlo, como si tuviera la seguridad de que al apoderarme de esa bicicleta llegaría más fácil al centro, le ofrecí al niño todo el dinero que llevaba encima, y ser yo el comandante de ese manubrio y mis marchas.

Al conversar con el chiquito de los enormes ojos negros, me di cuenta de que estaba más que dispuesto a entregarme la bicicleta sin demasiadas pretensiones, como si las dos palabras: “La Vendo”, no significaran nada para él. Luego de que decidiera regalarme la bicicleta, el chaval sólo me pidió una cosa: que siempre mantuviera el cartelito “La Vendo” colgado del manubrio.

Y me fui. Y cuando comencé a andar por la ciudad esquivando edificios de repente apareciste vos. Apareciste vos, con tu pelo rubio enrulado. Apareciste vos, con tu carita de mujer aniñada mordiéndote el costado de tu labio de abajo. Apareciste vos, angustiada porque pensabas que no sabías andar y que no ibas a aprender a conducirla.

Charlamos. Charlamos mucho. Charlamos mucho y me olvidaba de pensar. Charlamos mucho y me olvidaba de pensar, construyendo así momentos efímeros de felicidad. Charlamos y yo intentaba tranquilizarte: “esta no es una bici del montón, para andar no necesitás equilibrio, ni tampoco ir por caminos determinados por alguien; todo lo contrario, para poder andar en esta bici necesitás, ante todo, carecer totalmente de equilibrio y olvidarte de la idea de que alguien te va a demarcar un camino”.

Entonces te ofrecí la bicicleta para que te la llevaras. Y te subiste. Y te fuiste. Te fuiste pedaleando por entre las nubes con la única condición de mi ser: que siempre, siempre mantuvieras el cartelito “La Vendo” colgado del manubrio.